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Yo creo en Europa

Yo creo en Europa y visto el panorama actual; es todo un acto de fe. Pero no en la Europa miope y egoísta que los Estados están construyendo desde hace unos años, sino en la Europa social que aún está por construir y que ahora es más necesaria que nunca; una Europa que ponga al ciudadano en el centro de sus preocupaciones.

Por eso voy a votar en las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo. Porque lo que se decide en Europa me afecta a mí directamente, a todos nosotros. En Bruselas están muy preocupados por la creciente desafección de la ciudadanía al proyecto europeo y por el aumento de la ultraderecha. Pero, ¿se habrán preguntado por qué la gente no va a ir a votar el 26M?, ¿por qué están desanimados? Quizá la gente no quiere campañas, lo que quieren son respuestas.

A nadie se le escapa que, ahora que la Unión Europea celebra sus 60 años, la construcción europea pasa una de sus peores crisis. Y todo empezó en el 2008 con una crisis financiera, que pasó a ser económica y terminó siendo social y política. Hijas de estas crisis son las mayores problemáticas que sufre Europa en estos momentos: el BREXIT, la falta de respuesta a los retos migratorios y el incumplimiento de convenciones internacionales, el debilitamiento del modelo social europeo, el auge de los extremismos y una pérdida de los valores que construyeron la Unión y que constituían un ejemplo para el mundo. 

Su falta de respuesta a estos problemas, su descoordinación interna, su falta de liderazgo y la pérdida de los valores que le vieron nacer es lo que ha provocado la desafección de los europeos y el resurgir de los peligrosos nacionalismos y la ultraderecha. Nada es casual, el origen de todos los problemas de la UE es la falta de respuesta efectiva a la crisis del 2008. La población europea buscaba respuestas y no las tuvo. Y ahora se sorprenden de la rampante desafección y se preocupan por el desinterés con respecto a las próximas elecciones europeas.

Sabemos que la Unión Europea ha sido un proyecto básicamente económico. Los padres fundadores ya intuyeron que la cooperación económica sería el mejor antídoto contra futuras guerras en nuestro continente. Y así fue, esa cooperación económica ha conseguido mantener unida a la UE. Pero una Unión meramente económica no era suficiente si no respondía a las demandas sociales, era necesario poner Europa al servicio de las personas. Por eso, en la primera década de los años dos mil, en los 10 años que transcurren entre el Tratado de Ámsterdam y el de Lisboa, se intenta incluir la dimensión social en los Tratados, medidas que, aunque tímidas, eran un primer paso. Pero ese desarrollo incipiente de un eje social se paró con la crisis. 

Cierto es que la UE tiene competencia muy limitadas en políticas sociales, pero también las tenía en política económica. Y cuando la crisis se recrudeció, la UE moduló sus propias normas para articular sistemas de control a las economías europeas al margen del control del Parlamento europeo, como es el caso de la Troika que, tras el rescate a los bancos españoles (ése por el que les hemos “regalado” 60.000 millones de Euros), seguirá supervisando nuestra economía.

Si se pudo dar respuesta a la economía y al sistema bancario, ¿por qué no se pudo ni se puede dar respuesta a los ciudadanos? La austeridad se convirtió en dogma y eso trajo recortes, pérdidas de derechos y retroceso en el modelo social europeo. Años después se ha demostrado que ese dogma era erróneo. Y las élites europeas se siguen aferrando a él, lo que provoca más desconcierto, más desigualdad y una creciente sensación de estar a las puertas de una nueva crisis económica. 

La única tímida respuesta ha sido el lanzamiento a bombo y platillo del Pilar Social en el 2017, que ni está dotado de medios económicos, ni es vinculante. Es decir, a día de hoy es una mera declaración de intenciones. No pretende desarrollar una verdadera política social europea, porque en ese caso se habrían aportado medios económicos a la altura de los desafíos; más bien se dieron cuenta que el desarrollo de la economía necesitaba de una “pata” social, una especie de muleta secundaria para apoyar lo realmente importante: la economía.

Pero todo esto no lo decidió un ente abstracto que se llama Unión Europea y al que todo el mundo echa la culpa escurriendo el bulto. No, esto lo deciden las fuerzas políticas, ya que el Parlamento Europeo es, junto con el Consejo Europeo, el órgano que aprueba o rechaza las normas que condicionan nuestra vida cotidiana. Suficientemente importante como para ir a votar, ¿no?.

En el Consejo Europeo se reúnen los presidentes y primeros ministros de los Estados Miembros, cada uno con su interés nacional como brújula de conducta. Las normas, una vez elaboradas por la Comisión europea, deben ser aprobadas por los llamados codecidores: el Consejo Europeo y el Parlamento Europeo. En las elecciones del 28 de abril vamos a votar, por tanto, a la persona que se sentará en el Consejo Europeo. Y en las del 26 de mayo a los eurodiputados y eurodiputadas que se reunirán en el Parlamento Europeo teniendo como criterio para la toma de decisiones su ideología política. Y los dos juntos serán los responsables de definir esa Europa que debe responder a las necesidades de las ciudadanas y ciudadanos europeos. 

La respuesta variará en función de la composición de esas dos entidades. Eso es Europa, un ente que actúa en función de las fuerzas que lo componen. En este momento, estas fuerzas son mayoritariamente conservadoras y así son sus políticas que desde luego no tienden a construir un modelo social europeo. Si no nos gusta cómo funciona o en lo que se ha convertido Europa ahora, no pensemos que el proyecto europeo en sí es el culpable y que ya no es válido. Pensemos que son los gobiernos nacionales y los equilibrios políticos en el Parlamento europeo los que se han equivocado. Ahora es cuando tenemos la oportunidad de darle otro color a través de nuestro voto. Ahora es cuando podemos participar a la construcción de la Europa que necesitamos y que merecemos.

Los europeos necesitan ver cómo sus necesidades económicas se acompasan con sus necesidades sociales y para eso necesitamos votar al Parlamento Europeo, para evitar un bloque político de ultraderecha, demasiado conservador o directamente euroescéptico que continúe destruyendo la UE desde dentro.

Podemos criticar mil cosas de la UE y con toda la razón, pero precisamente para poder cambiarla es fundamental votar quién queremos que dirija la UE y sus políticas. Eso no podremos cambiarlo si no votamos en las elecciones europeas y si no votamos por partidos que pongan a las personas en el centro del debate. 

Tenemos que convencernos de que podemos cambiar el rumbo, igual que lo hacemos cuando votamos “en casa”. En Europa esto queda más diluido y puede parecer que nuestro voto no tiene un impacto real y sí lo tiene. Europa ha perdido su alma, su autoridad moral y sus valores y hace falta recuperarlos. Es fundamental construir una Europa por y para las personas. Por eso es fundamental que votemos, nos jugamos mucho, porque lo que pasa en Europa no se queda en Bruselas; nos afecta, y mucho, también en Canarias.

Yo creo en Europa y visto el panorama actual; es todo un acto de fe. Pero no en la Europa miope y egoísta que los Estados están construyendo desde hace unos años, sino en la Europa social que aún está por construir y que ahora es más necesaria que nunca; una Europa que ponga al ciudadano en el centro de sus preocupaciones.

Por eso voy a votar en las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo. Porque lo que se decide en Europa me afecta a mí directamente, a todos nosotros. En Bruselas están muy preocupados por la creciente desafección de la ciudadanía al proyecto europeo y por el aumento de la ultraderecha. Pero, ¿se habrán preguntado por qué la gente no va a ir a votar el 26M?, ¿por qué están desanimados? Quizá la gente no quiere campañas, lo que quieren son respuestas.