Espacio de opinión de Canarias Ahora
La crisis financiera, desde Wall Street
Inmediatamente después tomé un tren expreso, como Campoamor, para llegar a Harlem; pues en taxi hubiera tardado 17 siglos. Desde que llegue a NY se me ha contagiado el tono salingeriano. El barrio ?y el Apolo? están cubiertos de nombres harlemienses o de soñadores para un pueblo. Era asombroso asistir a un día tan soleado y sonriente con lo que estaba sucediendo 147 calles más abajo (sin indeterminación centenaria: exactamente). Por lo cual en otro tren (es decir un metro) llegué a Wall Street.
Había algo más gente que de costumbre: unas trescientas personas. Y tres grupos de españoles: ¡lo que viaja la tercera edad hispánica! Un turista de Sevilla me mintió generoso: “leo todas las semanas sus jaculatorias”. Otro de Bilbao me aseguró: “allí se le quiere mucho”; por lo que le afirmé demagogo: “está rodeado de neskas politas”. Una televisión intentó que dijera dos palabras en un lugar tan empinado y peligroso que a poco me da un ataque de vértigo. Querían filmarme con la bandera americana cubriendo toda la fachada de la Bolsa como telón de fondo. Entonces decidí ver otra vez el agujero de las ex-torres. Ahora unas altas vallas y varios miles de brigadas de policías impiden que nadie se acerque a la reliquia. Pero al mismo tiempo prohiben los ex-votos que cartulineaban el barrio con sus “Viva America manque destorreada”. En vista de ello me metí en el Hilton del Milenio situado al borde del hoyo. Un empleado dominicano que “hablaba mierda” me sugirió que subiera al piso 55, “el de los ejecutivos”. Desde allí pude ver el agujero alfileteado de grúas y hormigueado de camiones. Lo que hubiera disfrutado don Vicente Terán contemplando esta obra a la potencia “n” desde las alturas. Pero ¿no gocé yo más que mi abuelo durante las obras madrileñas de la post-guerra? Me sentí el Jesús Arrabal de Pynchon. ¿No captó este novelista, de un simple vistazo en Cornell, algo de mí que yo aun no he comprendido? 49 besos dear fu!
Fernando Arrabal
Inmediatamente después tomé un tren expreso, como Campoamor, para llegar a Harlem; pues en taxi hubiera tardado 17 siglos. Desde que llegue a NY se me ha contagiado el tono salingeriano. El barrio ?y el Apolo? están cubiertos de nombres harlemienses o de soñadores para un pueblo. Era asombroso asistir a un día tan soleado y sonriente con lo que estaba sucediendo 147 calles más abajo (sin indeterminación centenaria: exactamente). Por lo cual en otro tren (es decir un metro) llegué a Wall Street.
Había algo más gente que de costumbre: unas trescientas personas. Y tres grupos de españoles: ¡lo que viaja la tercera edad hispánica! Un turista de Sevilla me mintió generoso: “leo todas las semanas sus jaculatorias”. Otro de Bilbao me aseguró: “allí se le quiere mucho”; por lo que le afirmé demagogo: “está rodeado de neskas politas”. Una televisión intentó que dijera dos palabras en un lugar tan empinado y peligroso que a poco me da un ataque de vértigo. Querían filmarme con la bandera americana cubriendo toda la fachada de la Bolsa como telón de fondo. Entonces decidí ver otra vez el agujero de las ex-torres. Ahora unas altas vallas y varios miles de brigadas de policías impiden que nadie se acerque a la reliquia. Pero al mismo tiempo prohiben los ex-votos que cartulineaban el barrio con sus “Viva America manque destorreada”. En vista de ello me metí en el Hilton del Milenio situado al borde del hoyo. Un empleado dominicano que “hablaba mierda” me sugirió que subiera al piso 55, “el de los ejecutivos”. Desde allí pude ver el agujero alfileteado de grúas y hormigueado de camiones. Lo que hubiera disfrutado don Vicente Terán contemplando esta obra a la potencia “n” desde las alturas. Pero ¿no gocé yo más que mi abuelo durante las obras madrileñas de la post-guerra? Me sentí el Jesús Arrabal de Pynchon. ¿No captó este novelista, de un simple vistazo en Cornell, algo de mí que yo aun no he comprendido? 49 besos dear fu!