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La educación es un pilar básico para construir sociedades más justas, pacíficas e inclusivas, y está en constante evolución debido a los avances tecnológicos, cambios sociales y nuevas metodologías pedagógicas. Por ello, el trabajo docente no puede reducirse a soluciones simples y técnicas, y su complejidad exige una reflexión profunda y una capacidad de adaptación constante. En este contexto, los docentes desempeñan un papel crucial como guías y formadores de las futuras generaciones. Lógicamente, para garantizar una labor efectiva, resulta imprescindible una formación inicial vigorosa, complementada por un compromiso con el aprendizaje y desarrollo profesional continuo.
Recordemos que, cada aula, estudiante y contexto plantea desafíos únicos que sólo pueden ser resueltos desde un enfoque integral, inclusivo y comprometido con un dinámico sentido de justicia social.
Resulta preciso subrayar que la LOMLOE (2020), una ley de difícil lectura y comprensión, en su disposición adicional séptima exige al Gobierno, una vez consultadas las comunidades autónomas y los representantes del profesorado, elabore una propuesta normativa que regule la formación inicial y permanente, el acceso y el desarrollo profesional docente. Por ello, desde su aprobación se han ido elaborando diversos documentos y normativas orientados a mejorar la formación inicial del profesorado. No obstante, estas iniciativas, si bien necesarias, han sido percibidas como frías y mecánicas, sin una visión inspiradora que responda a los desafíos del sistema educativo del siglo XXI. En contraste con los modelos implementados por otros países, se evidencia la urgencia de diseñar un marco de formación docente que responda a las necesidades cambiantes de la sociedad, y que también motive, inspire y prepare al profesorado para desempeñar un papel transformador en la sociedad.
Demandamos propuestas que nazcan desde y para la realidad de los centros educativos y no al servicio de los expertos designados por los políticos, poniendo en el centro las relaciones humanas, los desafíos de la sociedad actual (Inteligencia artificial, invasión de las tecnologías, desigualdad social, crisis ecosistémica y política, etc.) y los desafíos inherentes a la propia enseñanza. De esta forma podremos dotar al alumnado de herramientas para transformar, responder a los retos del presente y mejorar la sociedad. Además, resulta imprescindible una formación docente continua, con recursos adecuados y estrategias de evaluación que permitan, tras la reflexión crítica, avanzar en la mejora de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Es fundamental que el profesorado adquiera una sólida base teórica y práctica que integre perspectivas pedagógicas, sociológicas, psicosociales y socio-comunitarias. Esto le permitirá contextualizar la educación en diferentes realidades, comprendiendo las dinámicas sociales y culturales que afectan al aprendizaje. Igualmente, resulta crucial que el profesorado desarrolle, mediante la práctica, la capacidad de abordar problemas complejos en entornos nuevos y multiculturales, aplicando de manera creativa y reflexiva sus conocimientos para adaptarse a los desafíos de una educación globalizada y centrada en un determinado contexto.
La formación debe preparar a los docentes para responder a la diversidad del alumnado y a sus diferentes necesidades, siempre desde una ética comprometida con el bien público, la solidaridad y el trabajo comunitario. Un profesorado bien formado contribuye directamente a la calidad del aprendizaje de los estudiantes. Además, la formación continua ayuda a los docentes a desarrollar estrategias didácticas más efectivas, adaptadas a las necesidades diversas de su alumnado.
En este sentido, el profesorado necesita herramientas para predecir, gestionar y transformar situaciones complejas en los entornos educativos. Esto implica dominar metodologías consolidadas y explorar estrategias innovadoras que evolucionen junto con los desafíos sociales y educativos actuales.
Razonadamente, para promover una mejora continua del sistema, es preciso poner en valor y fomentar la capacidad del profesorado para participar de manera activa y autónoma en proyectos de innovación e investigación. Estas iniciativas deben llevarse a cabo en equipos colaborativos, dentro de las propias instituciones educativas.
Subrayamos, una vez más, la importancia de formar docentes que, desde una perspectiva reflexiva y crítica, sean sensibles a los problemas sociales y las injusticias estructurales. El profesorado debe comprometerse activamente con las causas de la justicia social, la solidaridad y el bien común, convirtiéndose en un ejemplo vivo del tipo de sociedad que desea construir junto a sus estudiantes.
Nos preocupa profundamente que la formación del profesorado se trate desde un paradigma mecanicista y sumatorio en lugar de centrarse en el desarrollo de conciencias profesionales críticas, creativas y colaborativas, capaces de liderar una educación transformadora y con compromiso social. Por tanto, es fundamental que las propuestas sobre la formación docente aborden estos vacíos y prioricen las necesidades reales de la comunidad educativa. Solo así lograremos avanzar hacia una formación docente verdaderamente transformadora, que no se limite a cumplir una mera lista de competencias descontextualizadas, sino que se enfoque en preparar educadores comprometidos con liderar cambios significativos en el ámbito educativo y social.
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