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La otra crisis: la pobreza

Paradójicamente desde el sector público se trata de salvar así los dislates de entidades bancarias no sujetas a control alguno, especialmente en el caso de EEUU, y los errores y la ambición desmedida de sus ejecutivos, enriquecidos sin límite y ajenos, por lo que se ve, a la menor responsabilidad judicial.

Cuando el sistema ha entrado en crisis, cuando la confianza se encuentra bajo mínimos, cuando se producía el desplome de numerosos bancos y entidades hipotecarias, los Estados más poderosos ?incluso los más afectos al más radical de los neoliberalismos- se han mostrado diligentes en aplicar medidas intervencionistas para salvar la grave situación. Y no han dudado en poner sobre la mesa cifras astronómicas con el objetivo de evitar el caos.

Esta crisis, una de las mayores de la historia del capitalismo, es la consecuencia de un largo período en el que ha faltado transparencia y ha faltado el mínimo control democrático, en la misma medida en la que ha sobrado avaricia y ha sobrado el imperio del dogma que señala que el mercado lo regula todo.

Paralelamente a la crisis que se ha larvado en los últimos años -y que no sólo tiene aspectos financieros, sino otros relacionados con la elevación de los precios del petróleo- y el incremento en los precios de los cereales y de la alimentación- ha crecido la dificultad de millones de seres humanos para comprar alimentos básicos, extendiendo la hambruna y alejando los objetivos de Naciones Unidas respecto a la disminución de la pobreza severa en el mundo. Los organismos internacionales, como la FAO, advierten de que como consecuencia de la crisis alimentaria hay 70 millones más de personas que padecen hambre más en el mundo.

Pobreza extrema

Algunas cifras hablan por sí solas del enorme drama humano en el que estamos inmersos en estos comienzos del siglo XXI: 1.000 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza extrema en el mundo y otros 2.500 sobreviven con menos de dos dólares al día; nueve millones de niños fallecen en los países pobres antes de cumplir los cinco años por hambre o por enfermedades fácilmente curables en el mundo desarrollado; cien millones de niños están al margen del sistema educativo y 500 millones de mujeres son analfabetas?

El director general de la Fundación La Caixa, Jaime Lanaspa, señaló recientemente en una visita a Canarias que los 500.000 millones de euros que inicialmente iba a dedicar George Bush a rescatar su sistema financiero, suponen “diez veces más de lo que se calcula que es necesario para erradicar la pobreza en el mundo”. Sin embargo las peticiones de Naciones Unidas de disponer de 30.000 millones de dólares para combatir el hambre no han obtenido respuesta alguna.

Cada vez que las más relevantes organizaciones no gubernamentales y las propias Naciones Unidas han tratado de poner en marcha programas rigurosos para tratar de erradicar la pobreza se han encontrado con la cicatería de los países más ricos del Planeta, entre los que muy pocos cumplen siquiera con ese 0,7% del presupuesto dedicado a contribuir al desarrollo del mundo empobrecido.

Día Mundial

Justo estos días, en concreto el 17 de octubre, se celebraba el Día Mundial para la Erradicación de la Pobreza, un intento de sensibilizar a la sociedad sobre la gravedad de la situación que padecen millones de seres humanos y la capacidad que tenemos, ciudadanos, organizaciones sociales y naciones, para cambiar el actual estado de cosas.

Se trata, sin duda de un compromiso ético con los que peor lo pasan, porque como bien decía Ghandi, “la pobreza es la peor forma de violencia”. Y, al tiempo, de una reivindicación de justicia en un mundo que ha avanzado tecnológicamente y que ha globalizado casi todo, pero que aún ha sido incapaz de hacer global y compartida la solidaridad, la equidad y la justa redistribución de la riqueza. Y para ello urge un profundo cambio de políticas y de prioridades a nivel mundial.

No podemos permitir, como bien señala Eduardo Galeano, que se termine aceptando a la pobreza como un modo de expresión del orden natural de las cosas; que pueda merecer lástima, pero que ya no provoque indignación Es preciso poner en la agenda mundial como prioridad la lucha contra la pobreza, cumpliendo los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas, de los que desafortunadamente nos estamos alejando. Planteando una acción global que modifique las actuales relaciones injustas y expoliadoras de los recursos de las naciones pobres. Que modifique las actuales reglas del comercio internacional. Estableciendo, en definitiva, un nuevo orden mundial de equidad, que posibilite que los pueblos del mundo desarrollen una vida digna en sus propios territorios y no se vean obligados a la aventura siempre dramática de la emigración.

*Presidente de Nueva Canarias.

Román Rodríguez*

Paradójicamente desde el sector público se trata de salvar así los dislates de entidades bancarias no sujetas a control alguno, especialmente en el caso de EEUU, y los errores y la ambición desmedida de sus ejecutivos, enriquecidos sin límite y ajenos, por lo que se ve, a la menor responsabilidad judicial.

Cuando el sistema ha entrado en crisis, cuando la confianza se encuentra bajo mínimos, cuando se producía el desplome de numerosos bancos y entidades hipotecarias, los Estados más poderosos ?incluso los más afectos al más radical de los neoliberalismos- se han mostrado diligentes en aplicar medidas intervencionistas para salvar la grave situación. Y no han dudado en poner sobre la mesa cifras astronómicas con el objetivo de evitar el caos.