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Cuesta abajo y sin frenos

Las cosas bien hechas siempre pueden mejorarse. Pero si es imposible hacerlas peor, no es torpeza sino mala intención.

La única referencia objetiva para apreciar la calidad de los hechos, que no de los dichos, está en los resultados tras el planteamiento de un problema y las operaciones correctas para resolverlo. Si la solución es errónea, se suspende el examen sin paliativos. No sirven lloriqueos, arrepentimiento tardío por negligencias, ni pedir perdón por un destrozo cuyos añicos no se recomponen por arte de magia.

Esta sociedad civil está recibiendo severos latigazos por los fracasos sanitario, económico y político de unos supuestos servidores del pueblo, muy bien remunerados, cuya responsabilidad delegada a través de las urnas hace aguas… Aguas fétidas vertidas sin depurar.

En plena debacle suena bien como eslogan politicoide lo de “Es el momento de unirnos todos… El esfuerzo común es la única salida…” Que en verdad quiere decir: “Tú únete a mí, que yo seguiré a lo mío… Esfuérzate tú para que yo pueda salir de esta, y no me incordies”.

Medias verdades, contradicciones, dudas del “hoy sí, mañana no”, triunfalismo ficticio, bultos escurridos y el “Yo no he sido… la culpa es de los otros” o el “Qué bien lo hago… Soy el mejor… Si no fuera por mí, esto sería todavía más desastre”, determinan un pueblo escarmentado, receloso y desconfiado ante tanta mentira oficial.

Y mientras se siguen mareando perdices, una población confinada en cuarentena ve cercenados sus derechos fundamentales, porque nada se hizo bien desde un principio y se quiso rectificar tarde y mal. Un estado de alarma confortable para un presidente en minoría que así puede permitirse el abuso de gobernar a decretazo limpio.

Está feo eso de utilizar la situación de excepción para asustar la personal; como para significar que el estado de alarma lo es, pero de alarma social. Si en política no todo vale, ¿qué sentido tiene la obscena cama redonda que se ha montado nuestro presidente con sediciosos y proetarras, furibundos enemigos declarados de todo lo español, para gobernar con ellos, cogido de la mano de su socio comunista; palanganero trepa que le está segando la hierba por debajo de las suelas?

Despropósitos y aberraciones que los ciudadanos normales no asimilamos por falta de respuesta al porqué de estos agravios contra la dignidad de un pueblo, que exige respeto a sus derechos fundamentales y una mínima calidad ética en sus gobernantes.

Un paisaje político perturbador que, gota a gota, colma el vaso de la paciencia popular y rebosa en forma de protestas callejeras. Con riesgo de algaradas que serán aprovechadas por los antisistema organizados de siempre para rematar la faena.

Según lo previsto, cuando ya esté superada la tragedia sanitaria, nos encontraremos una crisis económica que ya nos está martirizando, iniciada como siempre contra las capas más precarias e indefensas de nuestra vulnerable sociedad cívica.

Una oposición que tampoco anda demasiado brillante, ni está a la altura, en una ocasión donde debieran priorizarse altruismo y desinterés político, en favor del bien común y con espíritu de colaboración, para restaurar la estabilidad que se está yendo al garete. Pero se lo ponen difícil unos a otros con descalificaciones entre sí; menosprecio continuo, insultos y el recalcitrante “y tú más”. Así no vamos a ninguna parte. O mejor dicho, sí vamos; cuesta abajo, sin frenos, con curvas por delante cada vez más cerradas, y precipicios mortales a ambos lados de un camino sin arcenes.

Mal avío tiene un panorama afectado por las luchas intestinas de arriba, que trascienden a una ciudadanía muy manejable. El tópico de las dos Españas se ceba con la ingenuidad y buena fe de las personas adoctrinadas en un sentido y otro; marcadas con ideologías adversativas que, como las huellas dactilares, son muy personales, indelebles y, por tanto, difíciles de modificar… pero muy susceptibles de ser radicalizadas. Intentar el diálogo con un fanático, de uno u otro bando, es jugar al frontón con una piedra.

¿Qué solución tenemos? Desde luego, nada que ver con los políticos. Si se lo permitimos y les damos cancha, aniquilarán este gran país. Mientras se destrozan entre ellos en sus luchas de poder, pueden agredir al pueblo con andanadas desde sus privilegiadas poltronas… si les dejamos. Podemos evitarlo a poco que seamos conscientes de que, en democracia, en un Estado de Derecho, la soberanía es nuestra. No de ellos. Debemos mantener activo nuestro sempiterno principio: “Solo la sociedad civil está capacitada para resolver sus propios problemas”. La emergencia actual no es excepción. Debemos aplicar uso de razón al sentido común para impedir que nos engañen una sola vez más.

¿Participamos de estos dos pensamientos simples?:

- Con una izquierda española digna y orgullosa de serlo, sobrarían derechas y oposición.

- Con una derecha humanitaria y respetuosa con el pueblo, sobrarían izquierdas y oposición.

Las cosas bien hechas siempre pueden mejorarse. Pero si es imposible hacerlas peor, no es torpeza sino mala intención.

La única referencia objetiva para apreciar la calidad de los hechos, que no de los dichos, está en los resultados tras el planteamiento de un problema y las operaciones correctas para resolverlo. Si la solución es errónea, se suspende el examen sin paliativos. No sirven lloriqueos, arrepentimiento tardío por negligencias, ni pedir perdón por un destrozo cuyos añicos no se recomponen por arte de magia.