La portada de mañana
Acceder
La guerra entre PSOE y PP bloquea el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades
Un año en derrocar a Al Asad: el líder del asalto militar sirio detalla la operación
Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

La elección

0

Desde hace tiempo llevamos hablando de la inflación como uno de los riesgos a los que nos enfrentamos en este incipiente aún no consolidado proceso de recuperación económica tras pasar por la COVID-19. El dato de la evolución de los precios que se da mes tras mes no da lugar a muchas dudas. De hecho, el índice de precios de consumo armonizado ha pasado del -0,1 % de febrero al 5,4 % en octubre, y se ha visto afectado por el encarecimiento de la energía, en especial el gas, por el efecto base respecto a la caída de precios en 2021 durante la pandemia y por los cuellos de botella de las cadenas productivas. O leído de otra manera: la inflación no tiene causas internas, principalmente, sino que es “importada” si se permite la expresión. De hecho, el repunte del crecimiento de los precios está siendo más intenso y persistente de lo anticipado, pero se espera una moderación a medio plazo. Eso es al menos lo que piensa el Banco de España, que prevé que la inflación se modere a medio plazo, una vez que comiencen a remitir a lo largo de 2022 los factores que la impulsan. Ahora bien, esto pasará siempre que no se produzca un efecto de segunda vuelta trasladando esta alza de los precios a los salarios, habría que añadir.

Pero ¿y si no fuera así? ¿y si realmente tenemos una inflación que se va consolidando en un proceso de decaimiento económico generalizado? Pues que estaríamos hablando de un concepto que no es nuevo, pero tampoco excesivamente conocido, como es la estanflación. Esta surge cuando la economía decrece o, incluso, no crece a un buen ritmo y, a la vez, se encarece el costo de vida, provocando, en primera instancia, el empobrecimiento de la población. La aparición de este escenario también pone en relevancia que la relación inversa entre desempleo e inflación. Es decir, si aumenta la demanda de bienes y servicios las empresas tendrán que aumentar su producción y, en consecuencia, incrementar las plantillas. Pero si los costes se incrementan, se pierde competitividad. 

¿Y cómo se soluciona? Para frenar la inflación, las medidas a adoptar van en la línea de frenar el consumo: aumento de los tipos de interés, aumento de la presión fiscal, disminución del gasto público. Todo encaminado a que las empresas bajen los precios para poder seguir vendiendo. Por el otro lado, ante un escenario de estancamiento económico las actuaciones que se llevan a cabo están dirigidas a reactivar la economía mediante el aumento del consumo: disminución de los tipos de interés, disminución de la presión fiscal, aumento del gasto público y todo enfocado a que al haber más consumo las empresas puedan subir los precios y, al tener más beneficios, aumenten los sueldos y disminuya el desempleo. Es decir, lo que haces para una cosa es contraria lo que deberías hacer para solucionar la otra.

Entonces, ¿qué hacemos? Remedios mágicos no hay y a problemas complejos, recursos complejos y tampoco podemos meter la cabeza en la tierra como si de un avestruz se tratara hasta que el peligro pase. Los instrumentos son los que son. De ahí que tienen que ser utilizados con mucho temple, técnica y conocimiento, potenciando, por un lado, líneas de actuación que faciliten la inversión y el consumo, para fomentar el crecimiento y desarrollo económico, no hablando únicamente de dinero, sino de medidas que eliminen trabas innecesarias. Y, por el otro, controlar la inflación modulando los tipos de interés de forma ajustada para que no se vuelvan desincentivadores, no sea que al final el remedio es peor que la enfermedad. Habrá que elegir, sabiendo que fácil no es. Imposible, tampoco.