Y sin embargo, tan presente

Alexis traía un paquete extra de tabaco cuando sabía que me iba a sumar a la mesa. Yo me atribuía a mí misma - nadie más lo hacía - el hecho de ser una fumadora social y eso significaba no comprar, pero sí “coger prestado”. Para qué mentir, lo que yo hacía era robar cigarros y él, regalar. Luego se quejaba, con esa voz atronadora que no pasaba desapercibida. “Claro que traigo dos paquetes, porque esta cabrona me quita la mitad”, decía. ¿Qué podía hacer yo? La tarde estaba buena, la conversación siempre era interesante y la cerveza bajaba fácil. Y en algún punto de la mesa, Alexis me volvía a ofrecer un cigarro. 

Nunca se los devolví, igual que él nunca me los prestó. Sabía que me los estaba regalando. Pasaba como con los libros, que nunca prestaba, porque sabía que nunca retornarían al hogar. Por eso, Alexis y Thalía los regalaban. El primero que me llegó fue ‘La espuma de los días’, de Boris Vian; el último, ‘Bartleby, el escribiente’, de Herman Melville. Todavía sigo buscando el ejemplar firmado de ‘La ceguera del cangrejo’ que se perdió miserablemente en un ascensor. 

Ya no fumo, lo dejé cuando la pandemia impidió las conversaciones de sobremesa, y Thalía no me ha vuelto a regalar libros. El problema de tener una personalidad apabullante, es el hueco que uno deja en la mesa cuando no está. Y un año no es suficiente para que la pena se vaya, para que la ausencia no duela. Es que Alexis sigue muy presente. Y joder, no me malinterpreten, es genial. Porque muchísima gente le quería, porque las muestras de cariño no han dejado de aparecer y los premios y los honores y distinciones y los homenajes. Porque este escritor dejó una huella de tinta, risa, pensamiento y voz que a muchos se nos clavó en el corazón. Sin embargo, cada muestra de cariño tiene un doble filo, el que sirve de tirita y el que hace que los recuerdos duelan.

Y qué quieres que te diga, Alexis, a veces me gustaría que la gente te recordara con un poquito menos de ganas, especialmente por quien dejaste atrás. Porque eras todo luz, pero joder qué gran sombra dejaste. 

Así que me sumo a recordarte en este primer aniversario de tu marcha, pero no me sumo a llorarte, sino a celebrarte. Dejaré que resuene en mi cerebro esa risa tan característica tuya, que retumbaba mientras agarrabas una guitarra y te arrancabas con las campanas un dos tres, del padre Antonio y su monaguillo Andrés. Pero sobre todo, con tu permiso me quedo aquí junto a esa otra sonrisa que estaba siempre a tu lado y que hoy es menos amplia, pero igual de brillante y bonita. Porque está bien recordar a quien se fue, pero mejor estar para quien se quedó. Un abrazo amigo.