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Epojé

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Epojé como concepto de la filosofía griega, la escéptica, patrocina un estado mental donde quien piensa suspende su juicio y, en consecuencia, el sujeto invadido ni afirma ni niega nada. Esto es muy antiguo y colindante con una forma de pensar que pone patas arriba la escala de valores actuando casi siempre con duros interrogantes y casi nunca con simples respuestas categóricas.

Existe un problema en España que manifiesta su calado en su simple formulación. La mitad del público admite la existencia del catalanismo como asignatura de obligada matriculación y la otra mitad niega la mayor, no quiere escuchar nada que no sitúe a Catalunya en el mismo meridiano identitario donde se localizan Extremadura o Cantabria.

Esta segunda mitad negacionista tiene derecho a serlo. Otra cosa es que su actitud se sitúe o no en la dirección de la flecha del progreso. En 1931 se proclamó la República en España, pero entonces en Catalunya fueron dos las repúblicas que afloraron, una de ellas fue un Puigdemont, porque duró poco, más que unas horas, pero apenas unos pocos días.

Este segmento negacionista sabe que hay algo como el catalanismo que es potencia y acto, sentimiento y política; lo sabe, pero lo ignora. Con su posicionamiento de perfil inaugura el problema real. Por esta forma de actuar, a Aznar se le montó el plan Ibarretxe y a Rajoy el procés. Aún no sabemos qué le puede salir a Feijóo, acaso un caso Cartagena, que aguantó separada de España más tiempo que alguna de las repúblicas citadas. Les organizan la algarada a los gobernantes populares, que miran al problema silbando y con las manos en los bolsillos, pero lo sufrimos todos los españoles.

Porque lo principal es la mirada. La mitad solo ve un país uniforme sin aristas territoriales de forma que cuando a un dirigente del partido popular se le escapa que España es una realidad plurinacional, la frase le dura lo que a los catalanes una república, las horas o los días que tardará Génova en ponerlo de rodillas.

Afortunadamente hay otra mitad que tiene una mirada más afilada, más sincera, y acepta la diversidad como hecho incontestable y con ello la necesidad de actuar inventando una solución o al menos una propuesta. El proceso de propuesta o de invento solo tiene una regla: romper el viejo círculo de lo ya inventado según el orden regular de las cosas. Entre los que así se manifiestan y reconocen lo que está tan cerca de su vista, unos colocan el asunto lejos de su vida porque no les ilusiona volver a tener ilusiones. 

Pero ha acontecido un golpe de mala suerte. Los que queremos mirar de frente al catalanismo con mirada cómplice y crítica nos hemos encontrado con uno de esos presidentes de república efímero, huido, que el único capital que ha puesto sobre la mesa es un puñado de diputados.

La vulgaridad de este hombre puede que sea impostada para adaptarse al mainstream independentista. Pero la vulgaridad puede llegar a ser más o menos monstruosa y eso solo depende de la condición del charlatán y es mala suerte que la respuesta a aceptar la realidad y avanzar en el escrutinio de la diversidad haya coincidido con esa negociación que ha tenido que suceder en Bruselas.

Y entonces con menos solemnidad que Ortega, muchos decimos no es esto, no es esto. Porque muchos de los que quieran encarar el problema previa aceptación y respeto del catalanismo ven extraño que la solución derive de negociar con Puigdemont. No es el mejor momento ni la buena forma. Puede que sea un esfuerzo inútil.

Pero será en un futuro cuando sepamos si mereció la pena. Ahora solo sentimos esa presentización de la realidad que nos representa de forma muy viva hoy cosas que se han cocinado en un pasado. Entre un Aznar que entiende que lo que se negocia es imposible de encajar en la España constitucional y un Zapatero que habla de gran pacto de Estado, nada sorprendente resulta que algunos nos afiliemos a la doctrina epojé porque no quiero discutir con ningún amigo. 

Epojé como concepto de la filosofía griega, la escéptica, patrocina un estado mental donde quien piensa suspende su juicio y, en consecuencia, el sujeto invadido ni afirma ni niega nada. Esto es muy antiguo y colindante con una forma de pensar que pone patas arriba la escala de valores actuando casi siempre con duros interrogantes y casi nunca con simples respuestas categóricas.

Existe un problema en España que manifiesta su calado en su simple formulación. La mitad del público admite la existencia del catalanismo como asignatura de obligada matriculación y la otra mitad niega la mayor, no quiere escuchar nada que no sitúe a Catalunya en el mismo meridiano identitario donde se localizan Extremadura o Cantabria.