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Volver al Insular

Tal como ocurre en el plano individual, en cualquier sociedad hay hechos que de repente constituyen un aldabonazo para una sociedad. Que dejan al descubierto nuestras verguenzas y miserias. Que nos obligan a una reflexión general sobre lo que somos y hacia dónde vamos. Y que nos advierten de que debemos rectificar y tomar decisiones contundentes si queremos evitar caer en el abismo.

Tras el esperpento del domingo en Siete Palmas, ya lo de menos, por importante y doloroso que sea, es que la UD se haya quedado sin el ascenso que por méritos deportivos y trayectoria histórica merece. Porque podemos quedarnos sin ascender otra vez el año que viene o el siguiente y hasta puede que alguna vez volvamos a primera. Y hasta que nos volvamos a quedar una larga temporada de casi veinte años ininterrumpidos en esa categoría, que era el estado normal de nuestra Unión Deportiva Las Palmas cuando algunos que ya vamos perteneciendo a otra época éramos chicos. Todo eso terminaría algún día por pasar, como casi todo pasa en esta vida, y a fin de cuentas el deporte no es ni debería ser más que deporte. Pero lo que quedará ya siempre para la historia es el bochornoso y espantoso ridículo que toda España pudo contemplar con asombro y que va más allá de lo deportivo. Y que no nos averguenza sólo a los ojos del mundo, sino ante nosotros mismos.

Y es que según van conociéndose detalles, son demasiados los cadáveres de dentro del armario que van saliendo. Porque, al margen de las responsabilidades que pueda tener la Delegación del Gobierno, es de traca que un club se quede estúpidamente sin ascender a primera a causa de un grave problema de seguridad, cuando su presidente es el dueño de la empresa de seguridad encargada de la seguridad del club. Y el que dicho empresario tenga contratos de seguridad no sólo en Canarias sino con destacados organismos del Gobierno de España, sino que debería preocupar también, y mucho, no sólo al Gobierno de España sino a toda la sociedad española e interrogarse por esas complicidades entre las empresas de seguridad y la clase política. Y menos mal que no hubo que lamentar otras desgracias personales más que las meramente deportivas. Porque podría haber sido peor. Y que estuviéramos llorando no sólo por el ascenso frustrado y por la infamia, sino por algo aún más serio.

Y por supuesto que deben exigirse cuentas a quien corresponda por lo sucedido, pero no podemos quedarnos sólo en eso, pues toda la sociedad canaria es en cierta medida responsable de comportamientos como los que vimos. Problema de formación, de educación, de civismo, se ha apuntado con razón. Añadiré que, miren ustedes por dónde, no hace ni un mes que, tras una década de culebrón urbanístico, se iniciaron las obras para dar nuevos usos al estadio Insular, aquél recinto que la Unión Deportiva nunca debió abandonar. Y es que el Gonzalo Angulo Arena de Siete Palmas, con esas pistas de atletismo que nadie utiliza, siempre ha constituido para el representativo y su afición un escenario desvahído, frío y ajeno. Y que lleva siendo diez años bastante gafe, hasta llegar a la jornada negra de ayer. Imagino que es algo ingenuo pensar que, con todos los intereses económicos que hay en juego, las instituciones que absurdamente sacaron a la Unión Deportiva de allí para desnaturalizar su identidad, vayan siquiera a plantearse la posibilidad del retorno, pero sería una gran muestra de salud social que alguien más, además de este modesto escribiente, lo reclamara.

Y si, en cualquier caso, no estuviésemos ya a tiempo de volver físicamente al Insular, sí valdría la pena que al menos reflexionáramos sobre la necesidad de recuperar buena parte de su espíritu y sus esencias. Las esencias de una época desde la que, aunque ahora tengamos tuiter y guasap -y, en general, más disponibilidad económica- en otros terrenos es más que dudoso que la sociedad canaria haya mejorado.

Tal como ocurre en el plano individual, en cualquier sociedad hay hechos que de repente constituyen un aldabonazo para una sociedad. Que dejan al descubierto nuestras verguenzas y miserias. Que nos obligan a una reflexión general sobre lo que somos y hacia dónde vamos. Y que nos advierten de que debemos rectificar y tomar decisiones contundentes si queremos evitar caer en el abismo.

Tras el esperpento del domingo en Siete Palmas, ya lo de menos, por importante y doloroso que sea, es que la UD se haya quedado sin el ascenso que por méritos deportivos y trayectoria histórica merece. Porque podemos quedarnos sin ascender otra vez el año que viene o el siguiente y hasta puede que alguna vez volvamos a primera. Y hasta que nos volvamos a quedar una larga temporada de casi veinte años ininterrumpidos en esa categoría, que era el estado normal de nuestra Unión Deportiva Las Palmas cuando algunos que ya vamos perteneciendo a otra época éramos chicos. Todo eso terminaría algún día por pasar, como casi todo pasa en esta vida, y a fin de cuentas el deporte no es ni debería ser más que deporte. Pero lo que quedará ya siempre para la historia es el bochornoso y espantoso ridículo que toda España pudo contemplar con asombro y que va más allá de lo deportivo. Y que no nos averguenza sólo a los ojos del mundo, sino ante nosotros mismos.