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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Generación pandemia

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Si nos ponemos en la piel de cualquier adolescente, al pensar en su último año y poco y compararlo con nuestra propia adolescencia, supongo que todas podemos pensar: “pobres”.

Para la generación millenial la última década no ha sido sencilla, víctimas de una crisis económica brutal. Pero al menos tenían los abrazos en un mundo en el que no había limitación de aforo en las reuniones. Tampoco existían las restricciones de movilidad y, sobre todo, no había una incertidumbre sanitaria de la magnitud actual.

Sin embargo, ciertas cosas apenas han cambiado para la juventud. En las islas seguimos con un paro juvenil por encima del 50%. A lo que se añade una emancipación demasiado tardía, dificultades para decidir un proyecto de vida que tiene mucho que ver con la precariedad y la temporalidad laboral, un mercado de alquiler con precios inaccesibles, limitaciones económicas para viajar o acceder a la cultura. Y es que se enfrentan a una oferta laboral que no se ha sabido adaptar a su formación y viceversa, constreñida por una economía y un mercado incapaz de absorber a una gran cantidad de personas jóvenes formadas aunque sin experiencia. 

Todo esto ha sido acentuado por la pandemia y ofrece una perspectiva ensombrecida a la juventud canaria. Pero quizá también es urgente atender a la cierta desafección política que sienten. A que sus medios para informarse ya no sean el telediario o periódicos como este, o el abuso de las fake news en las redes sociales.

Asimismo, el incremento de los problemas de salud mental en jóvenes ha pasado a primera plana de importancia, pero llevamos un retraso exagerado en presupuesto y políticas de prevención y acompañamiento.

Estos ya dos años al frente de la Dirección General de Juventud han sido un baño de realidad que ojalá pudiera explicar personalmente a cada joven. Tiempos lentos de una administración del siglo XX en la fugacidad del siglo XXI. Mi mayor anhelo es que a todos los niveles institucionales, gobiernos y partidos políticos, quisieran conocer realmente la heterogénea situación de nuestras jóvenes y actuar en consecuencia con la necesaria partida económica, personal humano efectivo y políticas de juventudes transversales y coordinadas.

Seguir haciendo políticas que solo llegan a un público limitado de jóvenes porque los requisitos para acceder a las mismas no son generalizados, frustra, sobre todo a jóvenes vulnerables que tienen menos posibilidades y oportunidades y para quienes recursos y servicios regionales, insulares y municipales son mínimos.

Pero en el Día Internacional de la Juventud no quisiera ser solo dramática. Hay ejemplos de sobra en estos dos años que hemos hecho cosas diferentes de las que sentirnos muy orgullosas.

Hemos impulsado una nueva ley de políticas de Juventud, alineada con los objetivos de desarrollo sostenible, que apuesta por presupuesto suficiente para dichas políticas y que garantiza por fin un plan integral que en Canarias nunca ha existido. También hemos potenciado una renovación del Observatorio Canario de la Juventud, que resalta la importancia de tener datos y estudios sobre la realidad de la misma. Se ha realizado una mayor inversión para jóvenes vulnerables y extutelados, se ha invertido más en la contratación de jóvenes universitarios o de FP en su primera experiencia laboral en entidades sin ánimo de lucro o se han concedido más ayudas para asociaciones juveniles o secciones juveniles de entidades y ONG.

Apostamos por el talento juvenil, por dar visibilidad y reconocimiento expreso a sus logros, tanto con los premios Joven Canarias como en el trabajo diario colaborando y haciendo posible sus proyectos de emprendimiento, solidaridad, cultura, formación... Y una implicación constante para que las políticas de Juventud estén siempre atravesadas por la lucha por la igualdad y contra la violencia machista, la sensibilización en diversidad, la educación afectivo sexual, el antirracismo, la agenda 2030, la participación, el desarrollo sostenible y la concienciación sobre el cambio climático.

Pero nada de esto basta si la juventud está en discursos (con suerte) y no en los destinatarios de las políticas. Si no son el objetivo y la solución. Si no los incorporamos a la vida pública, a la toma de decisiones políticas y a puestos de responsabilidad en administraciones públicas, universidades y empresas. Necesitamos renovación. Necesitamos que la experiencia de toda una vida laboral antes de jubilarse se traspase a los que vienen empujando, dándoles espacios donde desarrollarse y no poniéndoles siempre en el vagón de cola de nuestra sociedad antes de que su llama se apague.

Nuestro planeta necesita que jóvenes implicadas eco-socialmente busquen alternativas para los problemas y desigualdades del mundo actual. Necesitamos más inversión pública en investigación y ciencia. Más inversión pública para fortalecer el estado del bienestar que nos tiene que sostener a todas.

Necesitamos esa ilusión a raudales de la juventud, ese ingenio fresco, esas nuevas formas para ayudarnos a transformar y diversificar urgentemente el modelo económico y productivo de las islas. De esto depende el futuro de la generación pandemia. El futuro de todas y todos.

Si nos ponemos en la piel de cualquier adolescente, al pensar en su último año y poco y compararlo con nuestra propia adolescencia, supongo que todas podemos pensar: “pobres”.

Para la generación millenial la última década no ha sido sencilla, víctimas de una crisis económica brutal. Pero al menos tenían los abrazos en un mundo en el que no había limitación de aforo en las reuniones. Tampoco existían las restricciones de movilidad y, sobre todo, no había una incertidumbre sanitaria de la magnitud actual.