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Jenni y la pastora Marcela

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El poder es la capacidad de actuar en cualquier circunstancia sin que nada lo impida. Dicha capacidad se convierte en facultad soberana cuando los comportamientos de uno no han encontrado nunca cuestionamiento, freno ni cortapisas.

En las relaciones personales, el poder mancha la convivencia siempre. Mancha porque violenta, porque es imperativo, porque no tiene en cuenta al otro, porque es muestra de soberbia.

Que una persona coja una cara con sus manos y ocupe un rostro que no es suyo, es dar por hecho que dicho rostro quiere ser ocupado, que esa caricia puede hacerse porque no es cosa de poderio sino de querencia.

Las relaciones basadas en la distancia entre el señor y los vasallos, entre el monarca y los súbditos, entre los hombres y las mujeres dieron por natural una diferencia entre unos y otras que tenían al poder como eje vertebrador de sus papeles en la vida. Ayudaba a esta manera de estar en el mundo la dependencia económica, la tutela moral y un adoctrinamiento que cimentaba esa negativa y sumisa autopercepción.

En la literatura encontramos pistas que nos muestran los cambios que la sociedad va incorporando en sus relaciones y que hasta los trasnochados gestos protocolarios incorporan a su lista de normas de conducta.

De entre los discursos literarios que nos educan en estos distintos modos, quiero destacar el de la pastora Marcela de nuestro Quijote. En ella no cabe el poder tradicionalmente ejercido por el hombre. Es libre porque no hay varón que la tutele ni económica ni moralmente. Como Marcela, Jenni Hermoso no precisa de ningún Rubiales para coronar su triunfo deportivo. Si Marcela defendió con su discurso que su independencia la blindaba frente a los hombre, Jenni nos demuestra que las mujeres hoy no queremos poderosos que aupados en nuestro cuerpo crean que por interpelarnos ya están autorizados a ocupar nuestros espacios.

Vayamos al hecho actual. El beso impertinente de Rubiales fue inmediatamente analizado por toda la sociedad y Hermoso lo recibió como gesto que no le había gustado. Esa es la clave: donde una esperaba un comportamiento acorde con los rituales perfectamente establecidos, se encontró con una actuación que solo podía explicarse desde el deseo, que no lo era o desde el poder.

Sabemos que deseo no había porque así lo expuso el interfecto. Negada esta posibilidad y ante la ausencia de otras consideraciones que pudieran respaldar dicho contacto - no son pareja, no son familia, no pertenecen a culturas donde ese gesto sí es protocolario y no hay tradición de saludos semejantes en esas mismas circunstancias- solo queda la antigua, injusta y machista asunción del poder del jefe sobre su subordinada. Rubiales lo hizo porque creía que podía y que además sería alegremente recibido. Recordemos el contexto de la agraviada: en un palco y con las autoridades que felicitaban su victoria en el mundial. Jenni Hermoso respondió en ese instante como el protocolo, esta vez sí, esperaba de ella y posiblemente sin entender mucho en ese momento, pero sintiendo, como dijo al recogerse al poco en el vestuario, “que no le había gustado”.

Si volvemos al Quijote encontraremos la equiparación entre Hermoso y el personaje cervantino. Marcela no responde a los requiebros de los pastores que la quieren por esposa. Sabedora de sus circunstancias, guarda silencio y no asume ninguna responsabilidad en el suicidio de Grisóstomo. Solo cuando trasciende el caso y es acusada toma la palabra y se defiende. Como Marcela, Hermoso respondió donde y como debía.

En conclusión, si Rubiales no quiso entender que el vasallaje de las jugadoras era propio de otros tiempos es fruto de su falta de comprensión de la sociedad actual, si interpretó como gesto amable su abuso de poder, es falta de respeto, si se comportó como un gañán y no con el decoro propio de su cargo, es por una educación claramente insuficiente y si a todo ello argumentó en la asamblea de su Federación con una ristra de falacias argumentativas es porque la soberbia del cargo que rotula su ejercicio le obnubila y le hace pensar que su poder es por naturaleza. Pues no. #SE ACABÓ.

El poder es la capacidad de actuar en cualquier circunstancia sin que nada lo impida. Dicha capacidad se convierte en facultad soberana cuando los comportamientos de uno no han encontrado nunca cuestionamiento, freno ni cortapisas.

En las relaciones personales, el poder mancha la convivencia siempre. Mancha porque violenta, porque es imperativo, porque no tiene en cuenta al otro, porque es muestra de soberbia.