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Justicia, vía de amargura

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La Justicia prosigue su penoso tránsito por la vía de la amargura. El pasado jueves, sin ir más lejos, la apertura del año judicial, con el Tribunal Supremo como escenario y en presencia de Su Majestad el Rey, sirvió de otra estación para contrastar la crisis que ya resulta inagotable. La sombra de la amnistía que se alarga desde Catalunya –ni más ni menos que para condicionar una investidura presidencial- y la renovación que sigue sin operarse en el Consejo General del Poder Judicial sonaron a palabras hueras.

A estas alturas, aunque la ciudadanía “pase”, no parece de recibo que estas cuestiones sigan sin resolverse. Demasiado serias para que la organización institucional continúe con estos vacíos que hacen flaquear al sistema y al propio funcionamiento democrático. Hasta el presidente interino, Francisco Marín Castán, no resistió la tentación de incursionar la ruta del malestar y advirtió que “las democracias también mueren al debilitar las instituciones”, una idea en la que habrá que insistir cuantas veces sea necesario para salvaguardar los principios y las esencias.

Y de ello deben ser muy conscientes los actores políticos, obligados a tratar de situar a la Justicia por encima de los intereses partidarios. Estamos, sin duda, ante un asunto de Estado, no como las matemáticas aquellas que fueron utilizadas con más pena que gloria en la pasada campaña electoral por un portavoz del Partido Popular (PP). El presidente interino del Supremo enfatizó no solo en la defensa de los fundamentos democráticos sino en los riesgos palpables en nuestros días, contrastado en los avances incontenibles de populismos y extremismos sino en el lento y progresivo proceso de debilitamiento de las instituciones esenciales, como son el poder judicial y la prensa, así como la erosión global de los convencionalismos políticos.

Hay que ser conscientes de las altas responsabilidades exigibles a quienes se dedican a la cosa pública y están llamados a comportarse de modo ejemplar, que para eso han recibido un mandato del pueblo soberano. El mensaje de Marín Castán es contundente y no tiene dobleces, de ahí que haya optado por subrayar la necesidad de renovar de una vez la composición del Consejo General del Poder Judicial. En las instituciones europeas, siguen clamando. Pero se ve que tantas apelaciones no son suficientes, por lo que la vía de la amargura -larga y tortuosa dirían Lennon y McCartney-, prosigue su curso.

La Justicia prosigue su penoso tránsito por la vía de la amargura. El pasado jueves, sin ir más lejos, la apertura del año judicial, con el Tribunal Supremo como escenario y en presencia de Su Majestad el Rey, sirvió de otra estación para contrastar la crisis que ya resulta inagotable. La sombra de la amnistía que se alarga desde Catalunya –ni más ni menos que para condicionar una investidura presidencial- y la renovación que sigue sin operarse en el Consejo General del Poder Judicial sonaron a palabras hueras.

A estas alturas, aunque la ciudadanía “pase”, no parece de recibo que estas cuestiones sigan sin resolverse. Demasiado serias para que la organización institucional continúe con estos vacíos que hacen flaquear al sistema y al propio funcionamiento democrático. Hasta el presidente interino, Francisco Marín Castán, no resistió la tentación de incursionar la ruta del malestar y advirtió que “las democracias también mueren al debilitar las instituciones”, una idea en la que habrá que insistir cuantas veces sea necesario para salvaguardar los principios y las esencias.