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¿Por qué le tengo miedo?

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A Feijóo, claro, y a los intereses que él representa y de los que es un simple “gorgorito”.

Soy una persona miedosa. Siempre lo he sido. Creo no haberle tenido miedo al miedo durante mi larga singladura política e institucional. Y de chico aprendí que sentir miedo es humano. Y valentía, no dejarse llevar por él.

Pero Feijóo me da miedo. En la política, como en la vida, se practica el cinismo, la hipocresía y la mentira. Pero todo es cuestión de límites. Y este “líder” demediado de la derecha no los tiene.

Ni los ha tenido a la hora de amordazar la televisión gallega, cuyos servicios informativos funcionan de “correa de transmisión del argumentario del PP”; como vienen denunciando sus profesionales, que llevan ya más de 300 viernes de protesta en defensa de la objetividad y el pluralismo que deben ser la quintaesencia de los medios de comunicación de titularidad pública.

Ni a la hora de seguir prolongando un quebrantamiento y un fraude muy graves del orden constitucional, manteniendo secuestrado al órgano de gobierno del Poder Judicial. Pretendían continuar controlando -hasta que le cortaron las alas legislativamente- los nombramientos, que son discrecionales, de los jueces que presiden e integran los más altos tribunales. Y continúan utilizando obscenamente a una mayoría  ilegítima cuándo y cómo convenga a las tácticas políticas del PP. 

El quebrantamiento constitucional es manifiesto y lo han logrado a través de un fraude jurídico: convertir en un derecho de veto a la renovación, en manos del PP, el quórum reforzado que fue establecido por el poder constituyente como un mecanismo de integración  y garantía de la pluralidad política en la composición del Consejo General del Poder Judicial.

El descaro de este personaje lo presencié en directo cuando lanzó una diatriba contra Pedro Sánchez en el Senado. Se trataba de una comparecencia del presidente para dar cuenta a la Cámara de un asunto relevante, cuando nuestro personaje se desbarrancó con una melopea de acusaciones por haber pactado con los “herederos de ETA”. A su vera, Maroto con expresión angelical. El mismo Maroto que siendo alcalde de Vitoria pactó  -y presumió de haberlo hecho- con Bildu los presupuestos municipales de 2013. “No me tiemblan las piernas por llegar a acuerdos con nadie… Ojalá cundiese el ejemplo”. Era (¿era o es?) el PP de Aznar, el mismo que, por medio de altos cargos de su Gobierno, intentó un acercamiento a ETA.  A finales de los 90, en plena orgía de sangre.

Me impactó cómo pretendió desentenderse de su amistad con Marcial Dorado. En un alarde de desprecio infinito a la inteligencia de la ciudadanía se atrevió a decir que, en aquellos tiempos de vino y rosas en el yate del narco y de vacaciones en amor y compaña, él no conocía las actividades delictivas del capo. Toda Galicia y media España sabían perfectamente de quién se trataba, pero él no. ¿Se imaginan lo que habría pasado si un líder de la izquierda hubiera estado relacionado con un señor del narcotráfico, aunque fuera como compañeros de pupitre? Ahora va a resultar que Sánchez no está a la altura de los españoles; pero el de las amistades peligrosas, sí.

He leído que hoy se ha despachado acusando a Sánchez de hacer el ridículo ante Europa. Él  -que en la peor tradición inaugurada por Aznar, de tratar de boicotear las iniciativas del Gobierno de España ante las autoridades de la UE: como cuando Felipe González defendió los Fondos Estructurales y los Fondos de Cohesión y Aznar lo llamaba “pedigüeño”; como cuando su eximio antecesor, Pablo Casado, trataba de boicotear en plena pandemia la aprobación de los Fondos Next Generation EU-  se permitió calificar de “timo ibérico” la propuesta de Sánchez y Costa conocida como excepción ibérica, frente a la escalada de los precios de la electricidad a en toda Europa, cuya aprobación ha beneficiado tanto a las familias españolas y lusitanas…

Él, que ha reclamado la intervención de la Comisión Europea en la negociación de la renovación del CGPJ o la censura de la Ley de Amnistía a la Comisión de Venecia…, ¿hablando de hacer el ridículo ante Europa?

Se imaginan qué no habría ocurrido si cualquier líder de la izquierda en la oposición hubiera tenido la deslealtad hacia los intereses de España de mantener la cuarta parte de la mitad de las actitudes o los reclamos del PP ante las instancias comunitarias, con la única finalidad de que no le vaya bien al Gobierno aunque se perjudique a los españoles. Una ejemplificación del desalmado principio de que “cuanto peor, mejor”, o en versión cristóbalmontoriana: “Que se caiga España, que ya la levantaremos”.

Pero toda esta serie de asuntos nos lleva al cogollo del meollo de lo que está pasando en esta España nuestra: que una parte significativa del mundo de los negocios y las finanzas y (valga la redundancia, que diría I. Escolar) de los medios informativos, así como influyentes sectores judiciales, eclesiásticos… ultraconservadores, que disfrutan y ejercen intensamente el poder fáctico, están dispuestos a que todos paguemos el precio que sea necesario para recuperar el poder del Estado y concentrar así en sus manos todo el poder. Hasta el precio de cargarse la democracia.

Esa concentración del poder es incompatible con el Estado de Derecho y particularmente con su expresión democrático-pluralista  y social que proclama la Constitución, nada más abrirla. E incompatible, en realidad, con un modo de convivencia pacífica entre los españoles como el que se fue abriendo camino desde La Transición, intentando atrás los  cronificados  sistemas autoritarios y dictatoriales  que fueron durante siglos nuestra tétrica “marca país”. Y que  parecen querer volver sobre sus pasos. 

Pero para eso necesitan esos poderes fácticos a títeres en el Gobierno tan mediocres y sin escrúpulos como Feijóo. 

Por eso me dan miedo  Feijóo y lo que representa. Cada vez, más.

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