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Un lugar en el que estar

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El contexto en el que vivimos está muy influenciado por cómo nos podemos relacionar con el exterior. En ese sentido, ser una isla es determinante en cómo medimos y comprendemos nuestra vulnerabilidad. Una isla simplemente es un lugar pequeño, y que por tanto tiene problemas derivados de esa realidad respecto a “cualquier otro lugar”.

Dependiendo de la disciplina que se ocupe del entendimiento de estos espacios, vemos una u otra perspectiva. Nos interesa en este caso la perspectiva geográfica. Una isla es un lugar en el que estar, con una sustantividad muy propia, que tiene más parecido con otros territorios similares; otras islas de parecido tamaño y situación, que con su continente. Ver a un insular hablando del continente al que pertenece es tierno, lleva a la distancia y prudencia del entendimiento. El parentesco con otros insulares es más común. Cuando un insular visita otras islas de similar tamaño y componenda social atestigua la similitud. Según circunstancias, a partir de las interacciones de la población, se van formando una serie de instituciones sociales y políticas que dan vigor y valor a la existencia del territorio. Es un reto para cualquier sociedad insular formar parte del mundo, pues las islas son en esencia siempre lugares adyacentes, añadidos a otros, que por sí mismos tienen verdaderas dificultades de auto-afirmarse.

Esto es polémico, en tanto en cuanto un continente es “una isla muy grande”. Lo que inevitablemente te hace entender y pensar que la acepción común de isla, más allá de su definición más arcaica, que es “porción de tierra rodeada de agua por todas partes”, te lleva a entender como simple el lugar al que perteneces. Durante los atributos sociales que han abundado en la historia siempre ha sido poco lustroso definirse como algo pequeño y simple. Sin embargo quizás hoy ello tenga algún valor.

En ese sentido, pareciera que los canarios, con su manera de entender el mundo, sus posicionamientos frente a la idea de la guerra y la colonización, quizás han encontrado algunas pretensiones culturales que guardan sentido con que ser pequeño, sencillo, bello, tranquilo, humilde y silencioso está bien. Cualquiera querría pasar desapercibido tal y como están las cosas en el mundo.

A propósito esa mirada tranquila se imprime también en cómo dibujamos nuestras instituciones, y para dónde las hemos orientado; todas ellas están hilvanadas y son co-dependientes entre sí, asentando su fundamento en hacer comprender las evidencias de cada uno de los pequeños territorios que forman el Archipiélago, ya que no sólo es que esté formado por diferentes ocho islas, si no por una gran variedad de accidentes geográficos y orográficos que organizados de otra manera difícilmente darían lugar a la paz social que tenemos hoy.

Hoy podemos hablar en el lenguaje cotidiano y nombrar la preeminencia de los cabildos y todas las divisiones municipales internas de cada isla, pero es que viene tan de atrás una búsqueda de hacer entender la diferencia entre unas islas y otras que quizás el canario ha luchado más y tiene más hitos en crear una componenda institucional interna que dé sentido a su variedad y realidad, que a significarse más allá de los mares, y así ha sido que quizás Tenerife fue la única isla que tradicionalmente logró consensos amplios para ejercer una voz de Canarias más allá del conjunto.

En ese sentido, esto es sumamente lógico, pues Tenerife manejó históricamente los destinos de Canarias, mientras las islas que no son Tenerife se han tenido que ocupar más de buscar su propia autonomía frente a ella que de procurar algo de Canarias a partir de sí mismas. ¿Cómo se va a querer representar algo que no se es?

La Ley de Cabildos de 1912 y la división provincial de 1927 dieron lugar a un entendimiento de Canarias más propio, al igual que lo pudo dar la separación que hizo para sí El Pinar de El Hierro de La Frontera en 2007 o la asunción de La Graciosa como isla en 2008 respecto a Lanzarote.

Es importante en la vida buscar y entender lo que uno es para poder progresar con comodidad y paz interior; así nadar. Esto vale para todo en la vida, para todos los paisajes y todos los cuerpos.

El contexto en el que vivimos está muy influenciado por cómo nos podemos relacionar con el exterior. En ese sentido, ser una isla es determinante en cómo medimos y comprendemos nuestra vulnerabilidad. Una isla simplemente es un lugar pequeño, y que por tanto tiene problemas derivados de esa realidad respecto a “cualquier otro lugar”.

Dependiendo de la disciplina que se ocupe del entendimiento de estos espacios, vemos una u otra perspectiva. Nos interesa en este caso la perspectiva geográfica. Una isla es un lugar en el que estar, con una sustantividad muy propia, que tiene más parecido con otros territorios similares; otras islas de parecido tamaño y situación, que con su continente. Ver a un insular hablando del continente al que pertenece es tierno, lleva a la distancia y prudencia del entendimiento. El parentesco con otros insulares es más común. Cuando un insular visita otras islas de similar tamaño y componenda social atestigua la similitud. Según circunstancias, a partir de las interacciones de la población, se van formando una serie de instituciones sociales y políticas que dan vigor y valor a la existencia del territorio. Es un reto para cualquier sociedad insular formar parte del mundo, pues las islas son en esencia siempre lugares adyacentes, añadidos a otros, que por sí mismos tienen verdaderas dificultades de auto-afirmarse.