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Madres y madres

A mí, admito, la familia del común me la refanfinfla. Tenemos la que nos toca en suerte. A los amigos los elegimos. A los amores también. Pero, a continuación, sucede que con alguno de esos amores nos empeñamos en formar una familia. Y hay muchas posibilidades de meter la pata, de que la cosa salga mal. Se dice que las madres quieren siempre lo mejor para sus hijos, lo cual puede que sea cierto, pero también lo es que, en muchísimos casos, se equivocan respecto a qué es, verdaderamente, lo mejor para ellos. La mayoría de los adultos actuales alaban, por lo menos, una virtud de sus madres: todas eran unas maravillosas cocineras. Tampoco es verdad y lo que sucede es que la memoria de la cocina hogareña impide, con demasiada frecuencia, abrirse a nuevas sensaciones gastronómicas. Muchas madres fueron pésimas cocinando, pero influyeron para siempre –y para mal- en los gustos de sus vástagos. Pero influyeron. Los adultos de mañana no podrán presumir de lo bien que guisaban sus madres, simplemente porque sus madres –las actuales- no guisaron jamás. También se dice que madre no hay más que una, en plan elogioso. Y hay quien podría responder al piropo con un cínico: menos mal. Las noticias nos traen, casi cada día, sucesos protagonizados por madres desnaturalizadas que desmienten las viejas y bienintencionadas concepciones sobre la figura materna. Los últimos tres casos que les cuento ocurren en poco más de una semana y todos en este país: una madre ofrece a su pequeño hijo (un bebé como quien dice) por dinero a quien quiera utilizarlo como objeto sexual. Quizás necesitaba pasta para la droga. Otra madre se va con su pareja y su hija chiquita de copas y la olvidan en un bar. Ni siquiera reparan en que la han perdido, tras la borrachera. Y la última noticia acaeció hace nada en La Laguna: la tercera de estas atípicas madres deja a una criatura de meses en casa de una amiga y se va de viaje. Imagino el inmediato comentario de los más: ni siquiera las madres son ya lo que eran. (No sé. A lo peor, no es eso. Y pasaba con los malos tratos domésticos silenciados antaño. Las malas madres no salían en la prensa para no destrozar la imagen de la célula fundamental del Estado, ya saben: la familia).

José H. Chela

A mí, admito, la familia del común me la refanfinfla. Tenemos la que nos toca en suerte. A los amigos los elegimos. A los amores también. Pero, a continuación, sucede que con alguno de esos amores nos empeñamos en formar una familia. Y hay muchas posibilidades de meter la pata, de que la cosa salga mal. Se dice que las madres quieren siempre lo mejor para sus hijos, lo cual puede que sea cierto, pero también lo es que, en muchísimos casos, se equivocan respecto a qué es, verdaderamente, lo mejor para ellos. La mayoría de los adultos actuales alaban, por lo menos, una virtud de sus madres: todas eran unas maravillosas cocineras. Tampoco es verdad y lo que sucede es que la memoria de la cocina hogareña impide, con demasiada frecuencia, abrirse a nuevas sensaciones gastronómicas. Muchas madres fueron pésimas cocinando, pero influyeron para siempre –y para mal- en los gustos de sus vástagos. Pero influyeron. Los adultos de mañana no podrán presumir de lo bien que guisaban sus madres, simplemente porque sus madres –las actuales- no guisaron jamás. También se dice que madre no hay más que una, en plan elogioso. Y hay quien podría responder al piropo con un cínico: menos mal. Las noticias nos traen, casi cada día, sucesos protagonizados por madres desnaturalizadas que desmienten las viejas y bienintencionadas concepciones sobre la figura materna. Los últimos tres casos que les cuento ocurren en poco más de una semana y todos en este país: una madre ofrece a su pequeño hijo (un bebé como quien dice) por dinero a quien quiera utilizarlo como objeto sexual. Quizás necesitaba pasta para la droga. Otra madre se va con su pareja y su hija chiquita de copas y la olvidan en un bar. Ni siquiera reparan en que la han perdido, tras la borrachera. Y la última noticia acaeció hace nada en La Laguna: la tercera de estas atípicas madres deja a una criatura de meses en casa de una amiga y se va de viaje. Imagino el inmediato comentario de los más: ni siquiera las madres son ya lo que eran. (No sé. A lo peor, no es eso. Y pasaba con los malos tratos domésticos silenciados antaño. Las malas madres no salían en la prensa para no destrozar la imagen de la célula fundamental del Estado, ya saben: la familia).

José H. Chela