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Y mañana, ¿qué?

María Nebot

Hoy tiene lugar la huelga del 8 de Marzo, convocada por el movimiento feminista, apoyada por centrales sindicales y secundada por numerosas instituciones, agentes sociales, ciudadanía y, sobre todo, por mujeres. Esta no es una huelga al uso, porque no es contra la patronal ni contra el Gobierno. Tampoco es una huelga contra los hombres. Pero sí es una huelga económica e ideológica, porque sus demandas chocan con la estructura social de la división sexual del trabajo y todas las desigualdades que ésta genera.

A diferencia de aquella primera huelga de mujeres que narran los textos de Aristófanes (411 a.C.), en la que Lisístrata lideraba a las mujeres de Atenas y Esparta para que, bajo amenaza de abstinencia sexual, los hombres pararan las guerras interminables del Peloponeso, en esta ocasión, las mujeres del siglo XXI reclamamos justicia social y económica, el fin de las desigualdades derivadas del reparto de roles de género y sus diferentes reconocimientos sociales, laborales y de remuneración.

En estas últimas semanas hemos vivido bajo una tormenta de datos sobre las diferencias salariales, el techo de cristal, los contratos parciales que soportamos mayoritariamente las mujeres, los cargos directivos que acaparan los hombres a pesar de que hace tiempo que nosotras les adelantamos en formación. Se han aportado cifras sobre a qué dedicamos el tiempo unas y otros, a las tareas de cuidados que nos echamos a la espalda sin remuneración y con ellas, las excedencias laborales. Se ha visibilizado el sexismo en las pensiones, las diferencias en jubilación, viudedad y otras.

Pareciera que en esta última quincena se hubiera concentrado toda la perspectiva de género que, de habitual, los medios de comunicación ignoran. Esto, con el consiguiente riesgo de intoxicar y llevar a la saturación.

Resulta evidente que sobran los motivos para la huelga de hoy, como es obvio lo que pasará si todas paramos. Se quejaban las derechas estos días de que esta protesta cuestiona el modo de vida occidental. Por esta vez no les falta razón, pues nuestra convivencia actual se sostiene sobre múltiples desigualdades, entre ellas en el trabajo de cuidados que realizan las mujeres, especialmente el que no cuenta con reconocimiento social ni remuneración, esos cuidados que hacen posible la vida y sin el que nuestras sociedades se desmoronarían.

Más desenfocadas de la realidad quedan las lecturas de las patronales canarias. Sus líderes provinciales aseguran que la discriminación por género no tiene que ver con la empresa ni con las relaciones laborales. Más allá de la evidencia de los datos que les desmienten, no cesan en el empeño de sacar de la vida pública, económica y política esta problemática, insistiendo en delimitar el machismo al ámbito privado, sin asumir que se trata de un problema estructural.

Sean cuales sean los números reales de la jornada de hoy, los que publiquen sus convocantes y contradiga el Gobierno, los titulares del día después, esta huelga habrá conseguido importantes objetivos. Entre ellos, el de generalizar un debate sobre las desigualdades sexistas y el papel clave de las mujeres en la economía, sacándolo del residual mundo del activismo, de los debates militantes, de las aulas y los foros universitarios. Lo ha puesto en las portadas de los periódicos, en los plenos de las instituciones y, sobre todo y más relevante, en las tiendas de los barrios y en las colas de los supermercados, en los centros escolares, en las barras de bar y las sobremesas familiares.

Por otra parte, esta convocatoria de huelga feminista ha convertido la reivindicación en un escenario posible para todas. La hayan secundado o no, millones de mujeres se han cuestionado su derecho y la legitimidad de parar. Una situación poco imaginable hace nada.

Claro está que corremos el riesgo de que estos logros sean efímeros, que se desvanezcan tras convertirse en modas pasajeras. En nuestras manos queda la tarea de aprovechar el momento para difundir nuestros discursos y propuestas o, de lo contrario, quedarnos reducidas a ser otro mecanismo más de drenaje del sistema.

El reto del día después de esta huelga es saber mantener vivo el debate en sectores amplios de la sociedad, integrar nuevas miradas y demandas, repensar nuestras formas de organización y acción, de uso del tiempo, para que quepamos todas, más diversas, más rebeldes. Que no tengamos que esperar al próximo 8 de marzo para que la sociedad reabra este debate.

Desde las instituciones, son también muchas las políticas públicas que deben ponerse en marcha. Empezando por afinar las herramientas de las que ya nos hemos dotado, para que sean realmente eficaces y pasemos de los derechos formales a los reales. Desde las administraciones podemos y debemos servir de ejemplo para que se constate que otra forma de relacionarnos es posible, en la vida laboral y en la pública.

Todos los agentes sociales, económicos, medios de comunicación, colectivos sociales, debemos revisar nuestro modus operandi y ver en qué medida sirven para perpetuar las desigualdades, para reproducir el sexismo.

Son apenas unos apuntes de la mucha tarea pendiente que nos queda si queremos avanzar hacia una democracia real, a una sociedad en la que quepamos todas las personas, donde convivir en igualdad y libertad.

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