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¿Maravilla o pesadilla?

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Toda la oposición tilda de mal político al ex ministro de Sanidad Salvador Illa por entender que ha gestionado pésimamente la pandemia, pero a la vez se cabrea de que sea el candidato socialista a la Generalitat de Catalunya porque a su juicio juega con ventaja por su faceta como miembro del gobierno central.

Si Illa es malo porque no supo gestionar la pandemia, entonces por qué se preocupa la oposición de que sea el candidato socialista a la Generalitat. Si es tan malo como dicen, seguro que el exministro se estrellará como una pita después de darle el relevo en Sanidad a la paisana Carolina Darias, que el otro día se mosqueó en el Senado porque el murmullo de la oposición no le permitía articular su discurso con claridad.

La oposición parece a veces algo descarriada y desnortada. Da la impresión de que se inventa subterfugios para justificar su inoperancia. Un ejemplo es la nueva confesión de Luis Bárcenas en vísperas del juicio sobre la financiación ilegal del Partido Popular. 

Pablo Casado ha pasado olímpicamente de dar explicaciones y todos los demás dirigentes del PP se han escondido, excepto el senador Maroto, que es quizá el menos indicado y uno de los popes que más tienen que esconder. Él mismo es una contradicción en términos. 

Es uno de los políticos que más ataca a los independentistas vascos pero luego fue el primer dirigente popular que pactó con ellos en el Ayuntamiento de Vitoria cuando él era su alcalde. Algo parecido le ocurrió cuando se casó con su novio de toda la vida aprovechando la ley de matrimonio homosexual aprobada en el Gobierno de Zapatero cuando era ministro de Justicia nuestro paisano Juan Fernando López Aguilar.  

Maroto estaba y sigue estando en el PP, ese mismo partido que recurrió esa ley de Zapatero y López Aguilar ante el Tribunal Constitucional. No sé qué pinta un homosexual declarado en un partido homófobo, pero él sabrá.

Hay políticos de todo signo que todas las mañanas se levantan tragando sapos por su propia incoherencia. Esto siempre ha molestado a la concurrencia pero ahora, en el estado de alarma en que nos encontramos con sus restricciones molestas, los discursos incongruentes de los hombres públicos resultan aún más inaguantables.