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Hacia unas nuevas elecciones

Carlos Espino Angulo

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Los resultados del 23J han puesto la elección de Pedro Sánchez en manos de Junts, que se ha apresurado a señalar que votar no a Sánchez no equivale a respaldar a Feijóo y que ha colocado sobre la mesa unas exigencias completamente inasumibles por el Partido Socialista.

Evidentemente, se trata de su posición inicial y cabe pensar que la negociación podría llevar a que se flexibilizara pasando de referéndum vinculante y amnistía a una formulación del estilo de seguir avanzando en el encaje de Cataluña en el estado español y cambios legislativos e indultos que pusieran fin al embrollo judicial surgido del procés

Si se diera esa dificilísima investidura provocaría dos consecuencias inmediatas. En primer lugar, ese largo proceso de negociación sería aprovechado por la derecha para continuar retratando a Sánchez como un personaje ávido de poder, capaz de vender a España para garantizar cuatro años más de uso del Falcon.

Por más que durante la campaña se haya podido controlar el daño para Sánchez de los acuerdos con los independentistas y los filoetarras, no puede ignorarse que un nuevo episodio de negociación, en este caso con Junts y con un protagonismo inevitable del hombre de Waterloo, centraría en exclusiva durante semanas la atención mediática, dando la razón en retrospectiva a Feijóo y Abascal.

En segundo lugar, y como en el parto de los montes, tan arduo proceso no alumbraría más que a un auténtico ratón, en forma de gobierno sometido por completo a un chantaje permanente, que exigiría constantemente volver a concitar los apoyos de todas las fuerzas de la investidura.

A lo largo de la anterior legislatura Sánchez pudo recurrir a una suerte de geometría variable que permitía que alguna de las fuerzas que soportaban al gobierno se descolgara puntualmente, hasta llegar al esperpento de aprobar la reforma laboral gracias al disputado voto del señor Casero, por lo que el escenario más probable sería el de una legislatura corta, por ingobernable, y un nuevo proceso electoral.

A lo largo de los meses que pudiera soportarse ese escenario, es evidente que cada logro se interpretaría como debido a nuevas cesiones del ambicioso Sánchez y que cada derrota parlamentaria sería consecuencia de haber reeditado el gobierno Frankestein, con el correspondiente desgaste para el presidente en cada una de las ocasiones.

Si se acepta la hipótesis de que, con los números actuales, un acuerdo de investidura tan solo permitiría una legislatura breve por naturaleza y a costa de un enorme desgaste para Sánchez, comienza a entenderse como mucho más conveniente la posibilidad de repetir las elecciones.

Efectivamente, el Partido Socialista llegaría a unas nuevas elecciones tras haber visibilizado que pone límites a las exigencias de Junts, lo cual reforzaría la imagen de Sánchez y privaría de argumentos a la derecha en el momento, precisamente, de mayor debilidad de Feijóo, caracterizado como un mentiroso compulsivo, y con la izquierda altamente motivada por haber conseguido el imposible de frenar un gobierno de ultraderecha.

Lo contrario sería, precisamente, lo contrario: llegar a unas elecciones forzadas por la inestabilidad después de haber protagonizado cesiones al independentismo y haber dado al Partido Popular y a Feijóo la posibilidad de rearmarse después del fracaso del 23J.

En conclusión, parece evidente que debiera ser el propio PSOE el que construyera el relato de que su renuncia a aceptar las condiciones de Junts aboca a España a unas nuevas elecciones, para poder obtener una mayoría suficiente que permita gobernar a Sánchez sin ser rehén del hombre de Waterloo, al tiempo que se reconoce como aceptable la negociación con el independentismo sensato de ERC.

Se podrá esgrimir que no resulta adecuado mantener al país en esa situación de interinidad en momentos en los que resulta fundamental adoptar decisiones de calado y, además, se ostenta la presidencia de turno de la Unión.

Eran las mismas razones que llevaron a no adelantar las elecciones del 23J al momento realmente oportuno, un par de meses antes de las elecciones locales y autonómicas, algo que hubiera forzado a las estructuras territoriales y a los propios barones a dejarse la piel en las generales, convertidas en primera vuelta de las suyas.

Al final, la elección del momento vino impuesta por los resultados del 28M, cuando podía haber respondido a un cálculo de oportunidad mucho más beneficioso para el Partido Socialista.

La elección es clara: negociación extenuante y costosa en términos de imagen para tener que convocar elecciones nuevamente en un plazo relativamente corto, que aprovecharía el Partido Popular para rearmarse, o repetición electoral con un Sánchez revalorizado y una izquierda movilizada y, sobre todo, con un Feijóo completamente amortizado, dibujado como alguien capaz de recurrir a la indecencia de mentir sin ningún pudor.

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