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Sin pedir permiso

Por eso me cuesta concentrarme y escribir este artículo. Pero hay que cumplir con el trabajo, y en este periódico hay una esquina reservada cada día para que uno reflexione en alto. En la misma esquina hay un espacio para que la gente opine sobre lo que uno escribe, y muchas veces contra lo que uno escribe. En los últimos días varios lectores me han dicho cobarde. Cada vez que me meto con el PSOE aparece un lector que me dice que no soy claro, que sea valiente. Si escribo que el defensor de los derechos humanos saharaui Mohamed Daddach no pudo entrar en Canarias porque el gobierno de Zapatero no quiere molestar a los verdugos marroquíes y fastidia a las víctimas saharauis, o si cuento que el discurso de la ética de López Aguilar se estrelló contra la mierda que se esconde bajo las dunas de la Oliva, resulta que no hablo claro, que, según escribió un lector “usted parece que se moja pero no se moja”.

Quizá preferirían que me meta con el abuelo rojo de Zapatero, o con la madre de López Aguilar. Pero es curioso que si uno escribe sobre política canaria lo llamen cobarde por no criticar con dureza a la oposición, aquello del contrapoder de la prensa se quedó en las lecciones teóricas de la facultad de Periodismo. Debe ser que en la universidad de la vida los periódicos, la radio y la televisión sólo están para criticar a la oposición o para buscar furgonetas blancas y niños desaparecidos o casi raptados.

Recuerda Simone de Beauvoir en un libro dedicado a su compañero Jean Paul Sartre (“La ceremonia del adiós”) que al filósofo francés le gustaba “pensar contra sí mismo”. Seguramente si la revista “Les temps modernes” hubiera tenido una versión digital con participación de los lectores Sartre no hubiera escrito esa frase porque no hace falta pensar contra uno mismo, ya hay mucha gente pendiente para hacerlo y escribirlo.

Pero el arriba firmante le confiesa, querido lector, que escribo sin pensar en lo que dirán o escribirán otros. Me interesan los comentarios de los lectores, pero no me preocupa que me pogan etiquetas, que carguen de intenciones perversas mis palabras. Más de tres lustros de trabajo sin chaleco antibalas ni padrinos curan a uno del miedo. ¿Qué te puede pasar? Te apuntan en la lista de personas non gratas y dignas de persecución y esperan el momento ideal para empujarte al precipicio. En realidad al principio te crees que fuera está el precipicio, pero luego descubres que no, que adonde te mandan es al infierno. Y te das cuenta de que en el infierno hay mucha gente divertida, incluso puedes comprobar que en el periodismo hay gente con conciencia crítica, que piensa en alto sin pedir permiso. Tengo que decir que a mí no me empujaron, yo me marché caminando con mis piernitas. Y aquí estoy, en esta esquinita donde siempre comienzo recordando que “somos nadie”, intentando escribir a pesar de las carcajadas del Marqués de la Oliva y pensando en alto sin pedir permiso.

Juan García Luján

Por eso me cuesta concentrarme y escribir este artículo. Pero hay que cumplir con el trabajo, y en este periódico hay una esquina reservada cada día para que uno reflexione en alto. En la misma esquina hay un espacio para que la gente opine sobre lo que uno escribe, y muchas veces contra lo que uno escribe. En los últimos días varios lectores me han dicho cobarde. Cada vez que me meto con el PSOE aparece un lector que me dice que no soy claro, que sea valiente. Si escribo que el defensor de los derechos humanos saharaui Mohamed Daddach no pudo entrar en Canarias porque el gobierno de Zapatero no quiere molestar a los verdugos marroquíes y fastidia a las víctimas saharauis, o si cuento que el discurso de la ética de López Aguilar se estrelló contra la mierda que se esconde bajo las dunas de la Oliva, resulta que no hablo claro, que, según escribió un lector “usted parece que se moja pero no se moja”.

Quizá preferirían que me meta con el abuelo rojo de Zapatero, o con la madre de López Aguilar. Pero es curioso que si uno escribe sobre política canaria lo llamen cobarde por no criticar con dureza a la oposición, aquello del contrapoder de la prensa se quedó en las lecciones teóricas de la facultad de Periodismo. Debe ser que en la universidad de la vida los periódicos, la radio y la televisión sólo están para criticar a la oposición o para buscar furgonetas blancas y niños desaparecidos o casi raptados.