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Pequeños entuertos
A veces hay personas que intentan descubrir la raíz del mal, al menos penetrar en ella. Patricia Highsmith llegó muy lejos en algunas de sus obras. Casi todos los autores de novela negra, en especial Dashiel Hammett y su “Cosecha roja”, y la cumbre de Georges Simenon y no precisamente con Maigret aunque también. Le Carré le puso magisterio británico, por eso al final de sus días se nacionalizó irlandés. Hemingway se quedó con los adornos de casi todo, incluida nuestra guerra incivil, aun así su prosa es sublime. Vargas Llosa alcanzó altas cotas de análisis del mal en La fiesta del chivo, muy por encima de la anécdota que es un mero pretexto. Almudena Grandes, quizás demasiado conciliadora en sus “episodios”, hizo un gran alarde, repleto de escalofríos, en la novela anterior y precedente, El corazón helado.
Son algunos casos. Es más fácil encontrar la descripción del mal en la literatura que en la filosofía. Aparentemente, ¿qué es “La fenomenología del espíritu” de Hegel si no el prólogo de todos los males de la modernidad? Por eso, “La genealogía de la moral” de Nietzsche podría haberse llamado “la genealogía del mal”, pero eso es solo para entendidas en la materia. Como mi admirada Concha, experta en Walter Benjamin: perseguido por el mal que había previsto y diagnosticado para su país y para Europa, decidió acabar con su vida en Portbou.
Con el marxismo postconciliar y de postguerra y el estructuralismo naciente y pujante, las cosas del mal parecían más claras. Pero no: Sartre erró (pronto habrá un libro de Vargas sobre él), Foucault hizo una epifanía de sí mismo, y la nueva filosofía francesa postpost68 nos despistó a todos en un castillo muy del gusto de J.R.R. Tolkien.
No hace falta alarmarse: es el fin del verano o el inicio del otoño. Y todo viene a cuento de los trenes, del misterio de Talgo, empresa que hunde sus raíces en el franquismo y ahora es parte de la estrategia y la seguridad nacionales. ¿Por qué llevan treinta años circulando con eficacia los trenes que van y vienen a Sevilla desde Madrid? Son franceses. ¿Y los que hacen lo mismo de Barcelona a Madrid y viceversa? Son alemanes. Puras simplificaciones. De origen. Los Talgo cuentan por centenares sus desfases en las altas velocidades, y no solo a Galicia.
Si Borges y Cortázar hubieran coincidido más tiempo en el espacio, y hubieran compartido más espacio en el tiempo, habría más respuestas. Por ejemplo, Soler Serrano los hubiera entrevistado de manera conjunta en su programa “A fondo” (véase RTVE-Play) en una suerte de campo de Marte irrepetible. Ahora se estrena una bonita edición de los cuentos cortazarianos: casi todo lo dijo en “Octaedro”. In illo tempore, una familia del PSOE leonesa era muy aficionada, casi fanática, de Jorge Luis Borges. No se conocen actuaciones similares en la actual oposición opositora, aunque escuchando a algunas y a algunos, supongo que no habrán podido pasar de las primeras veinte páginas de “Diccionario para un macuto” de Rafael García Serrano, que en gloria esté.
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