Espacio de opinión de Canarias Ahora
El pivote ucraniano en tiempos de Weimar
Ansiedad y claustrofobia recorren las mentes y los sistemas nerviosos de quienes se asoman a las imágenes del telediario. Menguan las distancias debido a la tecnología y la interdependencia. Siempre hay una crisis que, por lejana que parezca, nos acaba afectando. Un virus se desplaza de una punta del planeta a otra en avión en cuestión de horas. La tecnología militar desarrolla misiles que cubren esa distancia en minutos. Los apasionados mensajes en las redes sociales son todavía más rápidos, son instantáneos. Las consecuencias sobre los mercados de una guerra entre las principales economías en el Mar de China son muy superiores a los efectos económicos de las recientes intervenciones militares en Oriente Medio (a pesar de sus numerosas víctimas mortales). De acuerdo con el periodista Robert D. Kaplan, el mundo es cada vez más un único sistema en inestabilidad política constante. Habitamos una República de Weimar en crisis permanente pero el futuro no está escrito.
La semana que va del 4 al 11 de febrero la sociedad española digería una reforma laboral aprobada en el Congreso por el error de un diputado mientras se aproximaban las elecciones autonómicas de Castilla y León, cuyo resultado desataría una grave crisis en el principal partido de la oposición. Al mismo tiempo, la atención mediática seguía en un segundo plano los esfuerzos diplomáticos de Emmanuel Macron para favorecer una desescalada de la tensión con el Kremlin. Ahora sabemos que Vladimir Putin se encontraba ultimando los preparativos para una invasión militar de Ucrania unas semanas después. La fecha del 24 de febrero de 2022 no pasará desapercibida en los libros de historia. Desde el palacio de Livadia, en Yalta, en esas mismas fechas de 1945 tres señores discutían el futuro de los pueblos de Europa (unos meses más tarde en Potsdam se decidiría el porvenir del régimen de Franco en España).
La idea de unos acuerdos y pactos entre las “grandes potencias” aliadas donde se despliega un mapa sobre la mesa y se delimitan los espacios de influencia es muy atractiva en el Kremlin. Pero no estamos en el contexto del 1945 de Churchill, Stalin y Roosevelt, ni tampoco en la posterior Guerra Fría del siglo XX. Putin busca una nueva Conferencia de Yalta para garantizar gobiernos afines o “marionetas” en los Estados de Europa del Este y Central. Pero, como señala el historiador Tony Judt: “Yalta ha entrado a formar parte del léxico de la política centroeuropea como sinónimo de la traición occidental, el momento en que los aliados occidentales vendieron a Polonia y otros pequeños Estados situados entre Rusia y Alemania”.
La solución de neutralidad o “finlandización” (una postura ni atlantista ni prorrusa pero orientada hacia la Unión Europea) para los Estados de la región ha sido una posición extendida con el objetivo de preservar la paz. Incluso el exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger se expresaba en esta dirección:
“Si Ucrania debe sobrevivir y prosperar, ha de funcionar como puente entre Este y Oeste, no convertirse en la avanzadilla de uno contra el otro. Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania no puede ser un país extranjero más. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste acabará con la perspectiva de integrar a Rusia y Europa en un sistema internacional cooperativo”.
Estos argumentos, desgraciadamente, saltan por los aires en una situación de invasión militar y discursos imperialistas que niegan la existencia de otras naciones. En apenas unos días la Rusia de Putin ha pasado de ser un vecino muy incómodo a un enemigo militar de primer orden. Se entierran los anuncios del fin de la historia con la victoria occidental en la Guerra Fría y se rescatan las lecciones geopolíticas del siglo XX. El satélite norteamericano y las regiones limítrofes de Europa y Asia Oriental frente a las grandes potencias del interior de Asia, Rusia y China, con el pivote ucraniano como punto de fuga de las tensiones existentes (Oriente Medio también será parte del tablero). En este escenario toma especial protagonismo el posicionamiento de Berlín.
Alemania era el signo de interrogación fundamental de la OTAN. Un país impaciente por poner fin a su historia moderna de guerra con Rusia y con una elevada dependencia energética (un 60% del gas que consume es ruso). Así mismo, una Europa económicamente integrada tanto con Rusia como con China podría poner en serias dificultades la unidad de la Alianza Atlántica. Sin embargo, el escenario de invasión militar en el flanco oriental del continente provocó un giro histórico en Berlín al anunciar un incremento de su presupuesto militar y el envío de armamento a Ucrania.
Las señales de unidad entre los Estados miembros de la Unión Europea y la OTAN en los primeros compases de la guerra en Ucrania no auguran importantes avances en el aumento de influencia rusa en territorio europeo. La intensidad emocional de las imágenes de destrucción dejan huella en las retinas de centroeuropa. Hasta el momento parece que la invasión ha acelerado el proceso por el cual las sociedades de países que pertenecieron a la URSS o al Pacto de Varsovia (a excepción de la Bielorrusia del debilitado Lukashenko) ven mayoritariamente su futuro vinculado a Bruselas o Washington.
Madrid será la anfitriona de la próxima Cumbre de la OTAN en junio, donde se adoptará el nuevo Concepto Estratégico para los próximos años. En la Cumbre se debatirá sobre la defensa del flanco oriental de la Alianza, pero también del flanco sur. La reducción de la dependencia energética de Rusia obliga a reorganizar el mapa energético del continente, y esto puede tener consecuencias sobre las tensiones en el Magreb.
Argelia enviará más gas a Italia (un 40% del gas que consume es ruso) mediante un gasoducto que atraviesa Túnez y que a su vez se podría destinar al centro de Europa. En el Mediterráneo occidental el gasoducto que cruza el estrecho de Gibraltar se mantiene cerrado debido a la ruptura de relaciones entre Argel y Rabat. España recibe gas de Argelia únicamente mediante el gasoducto Medgaz, que conecta Orán con Almería, pero cuya potencia es insuficiente para abastecer la demanda interna española. La solución se encuentra en un gas gélido que viaja en barco. España es el país europeo con mayor número de plantas de regasificación de GNL (gas natural licuado), el gas procesado a muy bajas temperaturas (-162 Cº) para transportarse en estado líquido en buques metaneros. La capacidad de regasificación española es alta, el problema es que faltan más conexiones hacia Francia para conducir el gas a Europa Central. Se divisa un suministro energético complejo y un impacto económico aún más incierto.
La República de Weimar podría haber tenido otros horizontes. La elevada inflación de principios de la década de 1920, los efectos del Tratado de Versalles y la Gran Depresión de 1929 provocaron un contexto de disolución social que fortaleció al Partido Nazi. Así mismo, ciertos gobernantes alemanes de principios de la década de 1930 creyeron que tendrían el control de la situación al apoyar a un señor a quien podrían utilizar y manipular. El plan no salió como esperaban, la estrategia demostró la enorme fragilidad del sistema democrático y el señor que alcanzó el poder en 1933 todavía sigue en el imaginario colectivo. La democracia en este Weimar global de inestabilidad constante es frágil. Vuelve la Historia.
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