Espacio de opinión de Canarias Ahora
*Tenemos un reto
Corría un caluroso agosto y caminaba entre mangueras y papayos en el suroeste de Gran Canaria. Nuestros dos hijos disfrutaban de unas vacaciones en la tierra que nacieron, entre sabrosa fruta, con amigos de su edad, el mar al fondo y las laderas de un barranco árido y pedregoso haciendo de escenario. Compramos una caja de mangas que Julen, Piero, mis hijos, y Manuela, Iraya e Iru, sus amigas, devoraron desnudos y pringándose al sol. Y luego se limpiaron en la fresca y limpia agua del Océano Atlántico que baña las costas menos dañadas del archipiélago, esta Canarias nuestra a la que tanto decimos amar. Más de quince millones de personas de todo el mundo llegan a las Islas buscando sol, agua, tierra y paz y allí, a un lado y al otro, no vi a nadie, más que cuatro lugareños que apuraban una cerveza después de un día de pesca en el único bar que estaba abierto. No había otro. En la playa no había sombrillas ni hamacas. Tampoco socorristas. Y así se puso el sol, brindamos con vino de las montañas y soñamos con otra Canarias posible durante los cuatro días siguientes.
Después, pasamos tres días en un apartamento que compraron mis padres hace casi 30 años. Forma parte de mis mejores recuerdos. Según fueron pasando los años aprendí que aquello era un atentado paisajístico de primer calibre y que formaba parte de un grupo de moles que poblaron el barranco de Tauro. Parecía el final y solo era el principio del boom desarrollístico desmedido y sin control que azulejió y pretende seguir haciéndolo los barrancos de Mogán. Allí, con niños pequeños, disfruté de horas de piscina, cómoda, accesible y un supermercado a un minuto a pie. Paseos vespertinos por playas en donde la arena es robada. De los bares que la rodean sale la sensación de que es un escenario construido, diseñado para el gusto de un importante segmento poblacional. Y también, de que podríamos estar en cualquier lugar del mundo. Es la fabricación del destino feliz para el mercado aunque conlleve la destrucción del escenario original. Es el modelo turístico de Canarias. Y si les digo la verdad, en espacios así también reconozco a Canarias. Convivo con ello, crecí con ello, lo vi en mis playas, en mis noches y en las carteras de amigos y familiares. Es nuestro modelo turístico de masas, el que sostiene la economía de Canarias. Lo conocemos. Lo conocemos muy bien.
Y al regresar de estas vacaciones, encontré un mensaje de Javier Tejera, una de las personas del equipo responsable de este encuentro en el que me invitaba a participar en Verode. Y pensé, a mi, a un periodista especializado en fronteras, vulneraciones de derechos fundamentales, me llama Javier para hablar de turismo. Pues sí, y aquí estoy, porque poder contar lienzos y poner marcos para que otros y otras pinten, siempre me pareció un reto y de eso he venido a prevenirles hoy.
Tenemos un reto.
Durante el último medio siglo la economía canaria se ha alimentado de la pujanza del sector turístico y todo lo que ha generado a su alrededor. Nuestra economía, nuestras Islas, nuestra proyección exterior, nuestra imagen, nuestra concepción del territorio, nuestra ubicación geográfica ha progresado hasta límites que hace 50 años difícilmente se pudiera haber proyectado. Esa ganancia, la ha sufrido nuestra tierra. Todo el progreso ha sido fruto de una industria extractiva como el Turismo, que consume territorios y los convierte a los territorios en negocios desposeyendo, si no se toman las medidas y las decisiones oportunas, de su identidad propia.
A las personas que vivimos este momento histórico y en esta especial coyuntura climática en la que Naciones Unidas advierte de la necesidad de ser más responsables con nuestro paso por el planeta, en este momento, como digo, nos toca trabajar por la transformación del modelo de desarrollo de Canarias, introducir matices necesarios en el negocio turístico que solivianta y a la vez alimenta a las Islas.
¿Quién decide el futuro del estado de nuestras Islas?¿Quién decide el futuro de nuestras reservas hídricas?¿Quién decide cuánta pobreza soporta la espalda de la sociedad canaria?¿Cuál es el límite del crecimiento de la economía y del sector turístico?¿Existe?¿Quién lo decide? El mercado, esa es la respuesta. Está en manos de los mercados.
Y si es así:
¿Son los mercados los que van a regular si nuestra tierra soporta a más o menos personas cada año?¿La economía basada en el monocultivo del Turismo tiene como característica las bolsas de pobreza y precariedad que sufre la sociedad isleña? ¿Y qué hacemos nosotros para transformar?¿Basta con llegar a final de mes?¿Cuál es la transformación que queremos? Sea cual sea la respuesta basta una afirmación: La solución se debe basar en la excelencia. En pensar y trabajar bien, con objetivos claros y decisiones solventes. Y sobre todo las personas que deben responder qué y cómo a esta pregunta somos nosotros y nosotras. Y por esto, digo, tenemos un reto.
Tenemos ante nosotros la posibilidad de transformar un mercado sólido, maduro, reconocible y que fue vanguardia. Aunque tengamos y aportemos singularidad, hace falta innovar, sí, pero también hace falta aprender.
Juguemos a transformar: ¿Y si cambiamos qué quieren los turistas por qué quiero ofrecerle? La primera responde a una lógica capitalista comprensible desde el punto de vista inversor. La segunda responde a una industria empoderada, con la autoestima suficiente para considerar que vive en un lugar privilegiado del planeta desde el que se puede aportar experiencias únicas, singulares.
Por ir completando el lienzo, dos apuntes más. Mientras aprendemos y valoramos los límites que queremos para generar un desarrollo sostenible en Canarias, en el que el turismo sea el sector guía de la calidad de la Economía, el mercado interno debe ser una prioridad para muscular a las empresas y cooperativas que operan vinculadas al turismo sostenible. Un objetivo claro, inmediato y que se mueve con facilidad. Propuestas de experiencias colectivas, que permitan a nuestra ciudadanía compartir la excelencia turística en la modalidad que deseen. Prestar especial atención a las familias y grupos de familias. Es posible que usted en algún momento haya pensado lo incomprensible del trato que los propios canarios y canarias hemos dado a nuestra tierra, pero bien sabe usted, que lo ha sentido, que nadie ama, quiere, huele y saborea más Canarias que aquellos y aquellas que amamos nuestra tierra. Y nada mejor que predicar con el ejemplo, para exportar la forma en la que nos relacionamos con nuestro territorio, cobijo, sol, mar y tierra de nuestras familias y sus antepasados.
Y si una oportunidad es el mercado interior, una obligación es abordar desde propuestas sensatas, inteligentes y colectivas la movilidad y la saturación de las carreteras canarias. El turismo tiene un claro impacto en el parque movil de las Islas, generando continuas inversiones y saturaciones en las vías del territorio en el que viven dos millones de personas pero por el que pasan 14 millones más. El turismo tiene responsabilidad y de él deben salir propuestas empresariales, ideas y formatos para reducir su impacto en el tráfico.
En cuanto a la Agricultura, Canarias sigue teniendo una de las mayores tasas de dependencia alimentaria exterior y, por tanto, de importación de alimentos a nivel mundial. Es un reto regional fomentar la dinamización del sector primario a partir de la penetración de productos locales en la oferta de restauración y turística de las Islas.
Sobre equidad de género hay mucho camino por recorrer para lograr una igualdad efectiva en el turismo, sobre todo en lo relacionado con calidad de empleo, salarios relacionados con el nivel de responsabilidad o las divisiones sexuales en el trabajo.
2018 es el Año Europeo del Patrimonio Cultural y este II Foro Verode tiene lugar en un marco inmejorable. El de La Orotava es uno de los cascos históricos mejor conservados de Canarias. Desde hace tiempo se debate a nivel internacional sobre los beneficios que tiene o no inscribir el patrimonio cultural en la lista de UNESCO, así como sus efectos en la conservación del bien en sí o en la gestión del efecto llamada que ello supone a nivel turístico.
Canarias es la región líder en pernoctaciones turísticas a nivel europeo y uno de los destinos punteros a nivel global. En 2017 se batió el récord histórico de llegada de visitantes, con casi 16 millones de turistas. Sin embargo, queda camino para lograr una mejor rentabilidad social del modelo, la calidad del empleo y el bienestar local asociado.
El 40% de la superficie de Canarias está catalogada con alguna figura de protección. En total, 146 espacios de diferentes categorías, con siete reservas de la biosfera y cuatro parques nacionales como estandartes, que albergan buena parte de las 500 especies de flora, otras 2.800 de fauna invertebrada y 21 de fauna vertebrada que son variedades endémicas, únicas de las islas. Espacios de gran riqueza en biodiversidad y a su vez polos de atracción de visitantes, en un destino con una cada vez mayor presión turística.
Un día viajando soñé una Canarias más justa.
Y desde entonces, sueño que es posible:
De extremo a extremo en un hilo de lana me muevo
en el archipiélago chinijo me pierdo ante el principio de las afortunadas,
en La Graciosa encuentro lo que fuimos y lo que no queremos ser
En Lanzarote respiro igual belleza y ambición que amenaza, estética y cemento que viene, refugios y zonas que se dan por perdidas. Sirve como encuentro entre los mundos posibles.
En Fuerteventura atravieso los tiempos y desde Cofete a Cotillo encuentro un continente explorado que quiere ser explotado, productos de la tierra y gentes del mar y del campo que reinventan su existencia.
En Gran Canaria buscan como nadie su identidad prehispánica y la ponen en valor. Respiro sal y tierra en Tasarte y hormigón en playa del inglés. Temo por los barrancos sin azulejos y por La Aldea que viene. Hay una ciudad, allá en aquella isla, que agrupa nacionalidades, culturas y experiencias y las muestra desde el mar que baña Las Canteras. En Moya, en Los Tilos, encuentro el silencio vegetal añorado. Piso ligero porque allí habla la tierra.
En La Palma tengo la impresión de que no he visto nada igual. Siento el corazón de la naturaleza, el sonido del agua caer y en el Porís de Garafía la mirada se pierde al norte desde un punto del sur.
En La Gomera nada es indiferente. Saboreo los potajes, pateo por los cuadros de mis sueños y siento el orgullo de pasear por la sabia Laurisilva, resistente y esplendorosa.
En Tenerife vuelo desde Benijo a la punta de Teno con los pies tocando el agua. Desde el punto más alto de Canarias intuyo lo que podían sentir los que aquí habitaban.
En El Hierro me sumerjo en La Restinga, huelo la tradición, saboreo el mar y veo ponerse al sol. Y en La Caleta disfrutando de mi tierra pongo el punto final.
*Ponencia de apertura pronunciada en el Verode, II Foro de Turismo Sostenible de Canarias desarrollado en la villa de La Orotava el 18 de octubre de 2018.
Corría un caluroso agosto y caminaba entre mangueras y papayos en el suroeste de Gran Canaria. Nuestros dos hijos disfrutaban de unas vacaciones en la tierra que nacieron, entre sabrosa fruta, con amigos de su edad, el mar al fondo y las laderas de un barranco árido y pedregoso haciendo de escenario. Compramos una caja de mangas que Julen, Piero, mis hijos, y Manuela, Iraya e Iru, sus amigas, devoraron desnudos y pringándose al sol. Y luego se limpiaron en la fresca y limpia agua del Océano Atlántico que baña las costas menos dañadas del archipiélago, esta Canarias nuestra a la que tanto decimos amar. Más de quince millones de personas de todo el mundo llegan a las Islas buscando sol, agua, tierra y paz y allí, a un lado y al otro, no vi a nadie, más que cuatro lugareños que apuraban una cerveza después de un día de pesca en el único bar que estaba abierto. No había otro. En la playa no había sombrillas ni hamacas. Tampoco socorristas. Y así se puso el sol, brindamos con vino de las montañas y soñamos con otra Canarias posible durante los cuatro días siguientes.
Después, pasamos tres días en un apartamento que compraron mis padres hace casi 30 años. Forma parte de mis mejores recuerdos. Según fueron pasando los años aprendí que aquello era un atentado paisajístico de primer calibre y que formaba parte de un grupo de moles que poblaron el barranco de Tauro. Parecía el final y solo era el principio del boom desarrollístico desmedido y sin control que azulejió y pretende seguir haciéndolo los barrancos de Mogán. Allí, con niños pequeños, disfruté de horas de piscina, cómoda, accesible y un supermercado a un minuto a pie. Paseos vespertinos por playas en donde la arena es robada. De los bares que la rodean sale la sensación de que es un escenario construido, diseñado para el gusto de un importante segmento poblacional. Y también, de que podríamos estar en cualquier lugar del mundo. Es la fabricación del destino feliz para el mercado aunque conlleve la destrucción del escenario original. Es el modelo turístico de Canarias. Y si les digo la verdad, en espacios así también reconozco a Canarias. Convivo con ello, crecí con ello, lo vi en mis playas, en mis noches y en las carteras de amigos y familiares. Es nuestro modelo turístico de masas, el que sostiene la economía de Canarias. Lo conocemos. Lo conocemos muy bien.