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Saavedra, la memoria y el Sáhara

Cuando Jerónimo Saavedra llevaba un año presidiendo el gabinete cementero, un servidor acababa salir de la Facultad de Periodismo y encontré trabajo en una emisora de radio. Mi jefa, Mari Enma Hernández, era ( y es) una mujer ecantadora y atrevida que me cedió la palabra cuando entrevistaba al presidente del gobierno. Le dije a Saavedra que los agricultores canarios se sentían abandonados por el gobierno del Estado, en manos del PSOE. El presidente me respondió que no era cierto, que yo no estaba siendo riguroso con lo que estaba pasando y que en vez de informar sólo estaba haciéndome eco de unas presiones de un sector social. Las palabras de Saavedra me sentaron como una patada en los mismísimos.

A la semana siguiente tuve que acudir a un acto del presidente del gobierno. Cuando acabó de hablar me acerqué a la mesa a recoger el micrófono. El presidente me miró y tras sonreir me dijo: “Perdóname por mi respuesta el otro día, acababa de tener una reunión muy tensa y cuando me entrevistate por teléfono creo que no te respondí bien”. No me esperaba esa reacción. Todo un presidente del gobierno disculpándose ante un periodista bisoño. Entre nervios sólo pude decirle: “tranquilo, presidente, no pasa nada”. Desde esa fecha no he vuelto a ver en la presidencia del gobierno canario a alguien tan cercano, tan culto, tan bien preparado y tan humilde como Jerónimo Saavedra. Después de eso fue ministro, diputado y senador, y siempre ha seguido siendo el mismo, con la espontaneidad propia de un hombre que se siente libre en el sentido más profundo de la palabra.

Esta anécdota está archivada en mi memoria histórica personal y profesional. La cuento y la escribo unas horas después de ver que Saavedra haya criticado la Ley de la Memoria Histórica . Considera el alcalde de Las Palmas de Gran Canaria que “la experiencia dice que no es bueno hurgar en el pasado”. Yo he querido hurgar en el pasado para demostrarle a Saavedra que muchas veces puede ser bueno y conveniente. Pero es que además en este caso tengo la impresión de que a Jerónimo Saavedra le falta información sobre el proyecto legislativo que promueve el PSOE . Porque no se trata de hurgar en las heridas, sino de cerrarlas, porque siguen habíendo decenas de miles de huesos en fosas comunes, sigue usándose diero público para limpiar y exhibir miles de placas que enaltecen al movimiento fascista que más tiempo duró en Europa, siguen sin reconocerse el dolor de los perdedores de la guerra que comenzó Franco. Seguramente se le podrán hacer muchas críticas a la ley que el PSOE está pactando con otras fuerzas políticas, pero Saavedra ha elegido el mismo argumento que la derecha política para atacar a la ley.

En el mismo encuentro con los medios en Madrid Jerónimo Saavedra volvió a apostar por un sáhara marroquí. Y volvió a nombrar el peligro islamista en un escenario de un Sáhara independiente. Aclaraba Saavedra que no pretendía relacionar Sáhara independiente con fundamentalismo islamista. Pero nombró las dos cosas en el mismo minuto. En la Audiencia Nacional, a pocos kilómetros del escenario donde Saavedra parecía vincular un Sáhara marroquí con un freno al fundamentalismo islamista, comenzaba ayer un juicio contra 30 islamistas que pretendían hacer volar las instalaciones de la propia Audiencia Nacional. La mayoría de los acusados son marroquíes y no saharuis del Polisario. Así que no entiendo qué capacidad tiene Marruecos de controlar el fundamentalismo islámico. Tampoco comparto la tesis de Saavedra de que el modelo de transición política española sirva para el Sáhara. ¿Qué modelo, el de la autonomía vasca, donde no llega la paz después de treinta años intentándolo?

Siempre he considerado una virtud de Jerónimo Saavedra su sinceridad. El político grancanario dice lo que piensa, aunque no coincida con las propuestas de su partido. Pero sería bueno que el alcade de Las Palmas de Gran Canaria recuerde ( la necesaria memoria) que ya no es un diputado de a pie o un senador más, ahora es alcalde de la principal ciudad del Archipiélago. Y lo es gracias a muchos votos progresistas. Muchos votos que quieren dignidad para los muertos que perdieron la guerra civil y para los vivos que sufren la represión del reino de Marruecos.

Juan García Luján

Cuando Jerónimo Saavedra llevaba un año presidiendo el gabinete cementero, un servidor acababa salir de la Facultad de Periodismo y encontré trabajo en una emisora de radio. Mi jefa, Mari Enma Hernández, era ( y es) una mujer ecantadora y atrevida que me cedió la palabra cuando entrevistaba al presidente del gobierno. Le dije a Saavedra que los agricultores canarios se sentían abandonados por el gobierno del Estado, en manos del PSOE. El presidente me respondió que no era cierto, que yo no estaba siendo riguroso con lo que estaba pasando y que en vez de informar sólo estaba haciéndome eco de unas presiones de un sector social. Las palabras de Saavedra me sentaron como una patada en los mismísimos.

A la semana siguiente tuve que acudir a un acto del presidente del gobierno. Cuando acabó de hablar me acerqué a la mesa a recoger el micrófono. El presidente me miró y tras sonreir me dijo: “Perdóname por mi respuesta el otro día, acababa de tener una reunión muy tensa y cuando me entrevistate por teléfono creo que no te respondí bien”. No me esperaba esa reacción. Todo un presidente del gobierno disculpándose ante un periodista bisoño. Entre nervios sólo pude decirle: “tranquilo, presidente, no pasa nada”. Desde esa fecha no he vuelto a ver en la presidencia del gobierno canario a alguien tan cercano, tan culto, tan bien preparado y tan humilde como Jerónimo Saavedra. Después de eso fue ministro, diputado y senador, y siempre ha seguido siendo el mismo, con la espontaneidad propia de un hombre que se siente libre en el sentido más profundo de la palabra.