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Sitges 2009: Renovando los votos (I)

Visto desde fuera se pudiera pensar que dicha razón tiene que ver con nuestros deseos de ver buenas películas de género -una buena razón, debo decir- mientras nos encontramos con viejos amigos.

Sin embargo, la verdadera razón tiene raíces mucho más arcanas, misteriosas y propias del encuentro cinematográfico. La verdadera razón que se esconde detrás de nuestra peregrinación anual hasta Sitges tiene que ver con la renovación de los votos tiempo atrás sellados con nuestra dedicación y nuestra sangre.

Esos votos tienen que ver con un pacto firmado con el señor de las tinieblas, a imagen y semejanza del doctor Fausto que escribiera Christopher Marlowe en el siglo XVII.

Gracias a él, quienes lo firmamos, nos aseguramos de no caer en la contaminación mental, la cual sí que afecta a quienes enarbolan la enseña por la cual el fantástico es un género menor, subyugado ante los grandes géneros culturales.

Para un grupo de nosotros, una gran minoría entre los profesionales acreditados por el festival, el género fantástico es, por derecho propio, una expresión artística, capaz de contar historias tan válidas como el género histórico y el melodrama de los cincuenta. Los prejuicios que han lastrado al fantástico durante décadas deberían dejarse en el baúl de las pesadillas, en vez de continuar mareando al personal con una cantinela rancia y pasada de moda.

Es lo que ocurre cuando se firma el contrato equivocado. El mío lo ponía todo muy claro, incluyendo el desprecio al que sería sometido por la “vieja guardia cultural” al defender el fantástico, cuando hacerlo era algo casi pecaminoso.

Claro que siempre hay que pagar un precio por cualquier cosa y, tengo que admitir que ha valido la pena, sobre todo cuando uno mira hacia atrás, con la memoria como enseña y no con los prejuicios.

No obstante, regresar a Sitges también supone regresar a la guardilla personal en donde aquellos que firmamos el ya comentado contrato tenemos guardado nuestro retrato, pintado desde el primer día que acudimos al festival.

Ese retrato se parece tremendamente al que Basil Hallward realizara de un joven Dorian Gray, en un momento en el que los placeres mundanos, los excesos fomentados por Lord Henry Wotton y la propia naturaleza de Dorian no lo habían alterado irremediablemente. Cuando uno regresa a Sitges, después de un año, cuesta ver cuáles han sido los efectos de esos últimos 365 días ?o 366 dependiendo del año- en el rostro y el ánimo de cada uno, lo que no quita para que muchas veces, uno termine por sorprenderse.

Lo que sucede, por extraño que les pueda parecer, a muchos de nosotros ?en palabras de quienes no firmaron el mencionado contrato- parece dar la sensación de que el tiempo no pasa. Como en el caso del pecaminoso e inquietante Dorian, permanecemos igual que hace décadas, para sorpresa y espanto de quienes ni comulgan con el festival, ni mucho menos con el género.

Puede que un día lleguemos a sentir miedo de la imagen que el cuadro muestre de nosotros, pero, hasta entonces, será el cuadro quien guarde los excesos que como humanos cometemos todos los días. Ésta es la razón y no otra, la cual justifica que en el desconocido piso superior del Cinema Retiro todavía conserven un cartel de la edición número veinte y dos del festival (1989) en la que aparece Hurd Hatfield, protagonista de la versión cinematográfica The picture of Dorian Gray, rodado en el año 1945 por Albert Lewin. No se trata de un olvido, sino de un recordatorio para quienes deseen experimentar la misma sensación que el personaje literario, creado por un genio de las letras como Oscar Wilde.

Para apostillar lo anteriormente descrito, en la pasada edición del festival se proyectó la última adaptación literaria de la obra de Wilde, dirigida por Oliver Parker e interpretada por Ben Barnes, Colin Firth, Rebeca Hall y Ben Chaplin en sus principales papeles. La película, fiel reflejo de la obra original -aunque con elementos añadidos que potencian determinados aspectos de ella- muestra el precio que una persona debe pagar cuando desea algo con todo la fuerza de su espíritu, algo que algunos sabemos muy, muy bien.

Sin embargo, la pasada edición del festival de Sitges fue mucho más que Dorian Gray y los pactos secretos. Hubo tiempo para que un ya famoso Alien regresara a la localidad catalana, treinta años después de que su nave pasara por encima de los cielos mediterráneos del lugar.

Un maestro como George Romero, se trajo en su maleta una nueva película de zombis (Survival of the dead), al igual que los siempre transgresores Jaume Balegueró y Paco Plaza con su REC 2, o los hermanos Álex y David Pastor con sus Infectados (Carriers).

Quien también regresó, tres décadas después, fue el clásico del director Lucio Fulci Nueva York bajo el terror de los zombis, cinta imprescindible del universo de los muertos vivientes, por mucho que a los puristas del género les moleste. Juntos a todos ellos, la figura de Clive Baker, otros de los referentes indiscutibles de género fantástico -tanto en el ámbito literario como cinematográfico.

Y es que esta pasada edición supuso el reencuentro con los grandes temas del fantástico y la ciencia ficción, algunos de los cuales llevaban años sin aparecer por el festival. Títulos como la impresionante Moon, del británico Duncan Jones, compartieron programación con las desasosegantes Pandorum y Cargo, esta última un claro ejemplo del buen cine de género que se puede hacer en Europa, en Suiza para más señas.

Las catástrofes naturales y los dramas que propician, tan de moda en los setenta y ochenta, nos llegaron desde Corea con Haeundae, plagada de espectaculares momentos y de un sentido del humor poco habitual en el mundo occidental.

Desde Asia también nos llegaron dos títulos donde la naturaleza se revelaba contra el hombre. Chaw recoge el testigo de la australiana Razorback, dirigida por Russell Mulcahy en 1984, y la traslada hasta la Corea contemporánea con unos resultados algo desiguales, pero que logran mantener el interés del público. La segunda de esta pequeña lista es la hindú The Forest, magnífico ejercicio de estilo del director Ashwin Kumar, en donde el enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza le vale al director para mostrar las miserias de la raza humana y donde termina el hombre y empieza la bestia.

La mitología estuvo presente con la hermética y complicada Valhalla Rising, dirigida por Nicolas Winding Refn, director que hizo doblete al presentar su anterior película Bronson, tremenda radiografía de la delincuencia en el Reino Unido.

Películas como Hierro, de Gabe Ibañez, la cual comenté al hablar de R&A 2009, y La huérfana, del director catalán Jaume Collet-Serra, demostraron al igual que REC 2 o Infectados la capacidad de los realizadores españoles -dentro y fuera de nuestras fronteras- por hacer un fantástico de calidad. Que, al final, dichas películas logren mejores resultados en el extranjero que en el suelo patrio es un tema del que habría mucho que hablar y las conclusiones finales no gustarían a casi nadie.

Dejo para la siguiente columna, el resto de mis impresiones sobre la edición número cuarenta y dos del Festival de Cine Fantástico de Sitges.

Eduardo Serradilla Sanchis

Visto desde fuera se pudiera pensar que dicha razón tiene que ver con nuestros deseos de ver buenas películas de género -una buena razón, debo decir- mientras nos encontramos con viejos amigos.

Sin embargo, la verdadera razón tiene raíces mucho más arcanas, misteriosas y propias del encuentro cinematográfico. La verdadera razón que se esconde detrás de nuestra peregrinación anual hasta Sitges tiene que ver con la renovación de los votos tiempo atrás sellados con nuestra dedicación y nuestra sangre.