Espacio de opinión de Canarias Ahora
Spínola debe explicarse
Dimitió el hombre como vicesecretario y portavoz parlamentario porque, dijo, Aguilar ya no confía en él. No entraré en si se han devuelto los rosarios de sus madres porque esas cosas no interesan en la barrera desde la que miro. Lo que sí se advertía tiempo ha, desde esa misma barrera, es que los desacuerdos de Spínola y Aguilar trascendían la discreción de las cocinas donde el ahora dimisionario se ha movido siempre con grande gasto de especias. No sorprende, pues, que la contundencia de Aguilar le chirriara al desbordar el tapadillo al uso y dirigir sus gruesos palabros a la puta base y a los electores que se la agradecieron votándole.
La cuestión es que Aguilar atemoriza a quienes navegan en aguas que los tribunales no acaban de achicar. Su denuncia de modoa de actuación pública tantos años silenciados (y que continúan como si tal cosa) alarmaron también a los que creyeron encontrar entre margullos y brazadas su modus vivendi. Unos y otros han procurado construir la imagen de Aguilar como un nuevo Intendente Ceballos al que hay que linchar; políticamente, claro, no como al genuino Ceballos, que lo mataron a golpes en la calle.
En la barrera (o en general de pie) no importa lo que ocurra en los vestuarios futboleros, salvo que afecte al juego del equipo. O sea, sería una triste gracia que los trasteos internos de los psocialistas defraudaran la esperanza que encarna todavía Aguilar. Con un elevado coste personal, no lo olviden. Yo en su lugar, de dedicarme a la política, hubiera cogido puerta hace tiempo. Pero cada cual es quien cuyo. Por eso lo valoro y subrayo el hecho de que, frente a la rotundidad de sus propuestas, sigamos sin saber qué quieren, qué proponen, quienes se le oponen en el partido. Mientras no nos lo digan no podrán quejarse de que se sospeche de sus rollos con Paulino, Soria y demás entenados de la corte de los milagros, todos deseosos de que Aguilar se vaya de las islas. Como Diego Navarro, el estanquero que precedió con mejor suerte a Ceballos.
En definitiva: Spínola y los suyos deberían explicar a los militantes y a quienes les prestaron sus votos porqué castigan a quien los ha liderado en dos victorias electorales; para el cambio, no para otra cosa.
Dimitió el hombre como vicesecretario y portavoz parlamentario porque, dijo, Aguilar ya no confía en él. No entraré en si se han devuelto los rosarios de sus madres porque esas cosas no interesan en la barrera desde la que miro. Lo que sí se advertía tiempo ha, desde esa misma barrera, es que los desacuerdos de Spínola y Aguilar trascendían la discreción de las cocinas donde el ahora dimisionario se ha movido siempre con grande gasto de especias. No sorprende, pues, que la contundencia de Aguilar le chirriara al desbordar el tapadillo al uso y dirigir sus gruesos palabros a la puta base y a los electores que se la agradecieron votándole.
La cuestión es que Aguilar atemoriza a quienes navegan en aguas que los tribunales no acaban de achicar. Su denuncia de modoa de actuación pública tantos años silenciados (y que continúan como si tal cosa) alarmaron también a los que creyeron encontrar entre margullos y brazadas su modus vivendi. Unos y otros han procurado construir la imagen de Aguilar como un nuevo Intendente Ceballos al que hay que linchar; políticamente, claro, no como al genuino Ceballos, que lo mataron a golpes en la calle.