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El tiempo de Canarias y sus nacionalismos

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Después de casi un cuarto de siglo de representar al PNC, uno tiene la sensación de que el nacionalismo canario no termina de definir su papel en la política estatal española. Algo no cuadra. Casi seiscientos años después, la primera colonia española de ultramar, que fue Canarias, no encuentra su sitio bajo el signo de la metrópoli de siempre, ni bajo el palio de la luz crepuscular de la Unión Europea.

Y los partidos que hablan en nombre del nacionalismo canario institucionalizado ni han conseguido crear conciencia identitaria entre nuestras poblaciones insulares, a pesar de sus esfuerzos no demasiado intensos, bien es verdad,  ni se han visto libres de una batalla de egos personales que no han hecho sino empobrecer programas y proyectos, de torcer iniciativas que se prometían felices allá por la primavera de 1993, cuando treinta y un votos de obediencia canaria decidieron unir sus fuerzas y lograr una alianza de pensamiento y acción política. Faltaron siempre líderes que convencieran a sus organizaciones de que éramos una nación por encima de las islas que nos constituyen. Faltó la argamasa ideológica que nos permitiera deslocalizar lealtades de terruño chico y pasar por encima de los límites que marca el océano a nuestras rocas emanadas de él. La fragmentación física sigue siendo fragmentación espiritual y, cómo no, política.

El nacionalismo canario no avanza. Retrocede. La globalización nos ha desprovisto de sentido de pertenencia, de análisis y valoración de lo que nos rodea, de saber dónde estamos y de la necesidad de comprometernos con nuestro espacio y de salvarlo de su derrumbe. El medioambientalismo se ha convertido en una retórica tan intrincada que no nos deja ver que en Canarias no es posible alojar a más de dos millones de habitantes que a su vez son visitados por unos quince o dieciséis millones de turistas. Ni una causa tan evidente como esa llega a interesar a nuestra población nativa o residente de larga duración. Nada parece concernir a nuestro pueblo más allá de seguir creciendo sin ton ni son, cambiando empleos precarios por rentas mínimas vitales y dejando el trabajo para el que viene de fuera y no tiene más remedio que agarrarse a lo que pueda.

Dejando hacer fortuna a hosteleros, bancos, seguros, grandes superficies comerciales, empresas de construcción, que usan Canarias para hacer caja y pagar impuestos fuera de las islas, y para servirse de la subcontrata y convencernos de que en Canarias la empresa también existe.

Cabe, por tanto, proponer que las empresas que se acogen a los incentivos fiscales del REF presenten contabilidad individualizada para los establecimientos localizados en Canarias en los registros mercantiles de las Islas. Teniendo en cuenta la disponibilidad tecnológica existente en las empresas para la gestión contable, este requerimiento normativo no supone coste sensible.

El empleado canario y la empresa canaria son subalternos que no rechistan. La economía los ha hecho sumisos a poderes que no residen en Canarias.

El vecino africano que tenemos nos ha recortado la agricultura, la pesca, viene a por nuestras aguas y sus otras riquezas subterráneas, nos inunda de inmigración, mercadea con nuestros sectores productivos y encuentra en España el cómplice perfecto para que todo nos siga siendo negado.

Europa nos dice que somos RUP y en su obsesión verde quiere encarecer la entrada y salida de viajeros y mercancías de Canarias. La tasa verde la van a llamar. Salir de Europa camino de nuestras islas se penaliza. La distancia se agranda con el precio de pasajes y de fletes. Lo mismo sucederá con la reciprocidad comunicativa de las islas con su exterior. La burocracia de Bruselas sigue con su monólogo interior, sin comprender ni respetar los intereses de los que no están cerca de sus directivas ni de sus amaños de despacho de alfombra roja.

Dentro de los sectores productivos estratégicos para el desarrollo de Canarias, destacamos los sectores marino y marítimo tradicionales, como la pesca, el transporte marítimo y el turismo costero y de cruceros, que contribuyen hoy a crear empleo para la población local, mientras que nuevos sectores como la energía marina renovable, la acuicultura y la biotecnología azul siguen estando insuficientemente desarrollados. La potenciación de la economía azul requerirá planificación estratégica e inversiones a la altura de su trascendencia dentro de nuestra capacidad de generar riqueza.

El Campus de Excelencia Internacional (CEI) de Canarias fue un programa ambicioso protagonizado por la ULL y la ULPGC que abarcaba las áreas marino-marítima, la salud, el turismo y la astrofísica como los principales campos, con la sostenibilidad integral como área transversal, y con otros sectores que aportaban al conocimiento científico un altísimo números de publicaciones científicas. Un programa ambicioso al que hay que seguir prestándole mucha atención.

Entre las mayores fortalezas, el comité internacional que evaluó el programa CEI en 2015, destacó el sólido y altamente diversificado consorcio creado alrededor de ese Campus;  y el hecho de contar con un programa ambicioso y único basado en la estrategia de internacionalización tricontinental con iniciativas excelentes en África y Latinoamérica, perfectamente alineada con las iniciativas regionales y la especialización inteligente RIS3 de Canarias, esa agenda europea para exigir a sus regiones el descubrimiento de todas sus potencialidades productivas.

La sostenibilidad alimenticia debe ser uno de nuestros pilares básicos, amén de las exportaciones agrarias, ambos terrenos los hemos ido perdiendo con el paso del tiempo en pro de otros mercados con mayor y más rápido margen de beneficio.

El acceso a un agua de calidad con menor coste, y nuevas técnicas de cultivos, pueden ser un foco de atracción para el retorno al campo de una parte no minoritaria de nuestra población que no encuentra trabajo. El uso de energías renovables en la desalación de aguas puede suponer una disminución muy significativa en el precio de producción de ésta.

No existe país en el mundo que no aspire a ser energéticamente independiente, y Canarias tiene sobrado potencial para lograrlo en un menor tiempo del esperado si sabemos sacarle provecho a nuestra geografía privilegiada, con el mayor números de horas de sol al año del Estado, un mar con un potencial hidrodinámico de los mejores del mundo, así como también, nos beneficiamos de los potentes vientos que nos brindan los alisios, obviando, si se quiere, fuentes geotérmicas que podrían aumentar y garantizar el flujo permanente de energía de nuestro subsuelo volcánico.

Debemos tener en cuenta que el coste de producción del KW/h en energías sostenibles, es muy inferior al que dimana de las fuentes fósiles.

Aspirar a una Canarias sostenible energéticamente al 100% en 2035, será sin duda un atractivo más para el turismo que nos visita, en su mayoría europeo, concienciado con la emisión 0 de CO2.

Las fuentes de acumulación suelen ser un gran obstáculo para alcanzar el deseable 100%, y han sido un freno hasta la actualidad, si bien se pueden construir presas para saltos hidroeléctricos. Hay ejemplos conocidos como el del sur de Australia, donde la empresa Tesla, construirá una batería de 129MWh en menos de 100 días, suficiente para almacenar toda la potencia necesaria de islas como Fuerteventura o La Palma (siendo la demanda máxima horaria en Canarias de 1380MWh).

El uso de vehículos de transportes para turistas y servicios públicos deberían ser 100% eléctricos a finales de la próxima década.

Estos son algunos de los retos que cualquier nacionalismo responsable ha de poner por delante y por encima de desencuentros personales de líderes que gestionan sus estructuras orgánicas y están presentes en una gran mayoría de nuestras instituciones con capacidad de decidir..

No nos despistemos en nuestros objetivos y aparquemos los egos y las vanidades. El tiempo de Canarias no puede esperar.

Después de casi un cuarto de siglo de representar al PNC, uno tiene la sensación de que el nacionalismo canario no termina de definir su papel en la política estatal española. Algo no cuadra. Casi seiscientos años después, la primera colonia española de ultramar, que fue Canarias, no encuentra su sitio bajo el signo de la metrópoli de siempre, ni bajo el palio de la luz crepuscular de la Unión Europea.

Y los partidos que hablan en nombre del nacionalismo canario institucionalizado ni han conseguido crear conciencia identitaria entre nuestras poblaciones insulares, a pesar de sus esfuerzos no demasiado intensos, bien es verdad,  ni se han visto libres de una batalla de egos personales que no han hecho sino empobrecer programas y proyectos, de torcer iniciativas que se prometían felices allá por la primavera de 1993, cuando treinta y un votos de obediencia canaria decidieron unir sus fuerzas y lograr una alianza de pensamiento y acción política. Faltaron siempre líderes que convencieran a sus organizaciones de que éramos una nación por encima de las islas que nos constituyen. Faltó la argamasa ideológica que nos permitiera deslocalizar lealtades de terruño chico y pasar por encima de los límites que marca el océano a nuestras rocas emanadas de él. La fragmentación física sigue siendo fragmentación espiritual y, cómo no, política.