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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Otro para la austeridad

1.260 euros (IGIC) incluido es el precio de lo que los canarios hemos pagado para que la esposa de Paulino Rivero, Ángela Mena, pudiera lucir todos los aditamentos necesarios para ejercer de madrina en el acto protocolario de entrega de una bandera de combate a la Armada Española. Lo desvelamos este lunes, injerto añadido al Día de Canarias, en un serial que les iremos ofreciendo de cómo entiende este Gobierno la austeridad y los gestos ante la ciudadanía. Gracias a una partida llamada de “atenciones protocolarias”, la señora Mena pudo acercarse un día de diciembre de 2009 a su modisto de cabecera a pedirle que le vistiera y le asesorara para acudir a ese acto de enero de 2010 en el Arsenal de Las Palmas de Gran Canaria. Y como había que cumplir con las exigencias y el rigor protocolarios, el modisto cumplió a la perfección con su cometido: le confeccionó un vestido a la medida y le largó en la cabeza unas muy españolas y arraigadas peineta y mantilla negras con las que la primera dama superaba en brillo, esplendor (y en altura) a su admirado consorte.

1.260 euros (IGIC) incluido es el precio de lo que los canarios hemos pagado para que la esposa de Paulino Rivero, Ángela Mena, pudiera lucir todos los aditamentos necesarios para ejercer de madrina en el acto protocolario de entrega de una bandera de combate a la Armada Española. Lo desvelamos este lunes, injerto añadido al Día de Canarias, en un serial que les iremos ofreciendo de cómo entiende este Gobierno la austeridad y los gestos ante la ciudadanía. Gracias a una partida llamada de “atenciones protocolarias”, la señora Mena pudo acercarse un día de diciembre de 2009 a su modisto de cabecera a pedirle que le vistiera y le asesorara para acudir a ese acto de enero de 2010 en el Arsenal de Las Palmas de Gran Canaria. Y como había que cumplir con las exigencias y el rigor protocolarios, el modisto cumplió a la perfección con su cometido: le confeccionó un vestido a la medida y le largó en la cabeza unas muy españolas y arraigadas peineta y mantilla negras con las que la primera dama superaba en brillo, esplendor (y en altura) a su admirado consorte.