El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
De la Gran Marina al Poema del Mar
Hubo un tiempo, no crean que muy lejano, en el que el Partido Popular pretendió liderar un tremendo pelotazo en el istmo de Las Palmas de Gran Canaria, esa estrecha franja de tierra que separa la península de La Isleta del resto de la ciudad. Era alcaldesa Pepa Luzardo, presidente del Cabildo de la isla José Manuel Soria y presidente de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, José Manuel Arnaiz, puesto allí por el mismo partido de marras, aunque el cerebro de la operación no era otro que el gran José Carlos Mauricio, por entonces confidente de José María Aznar, presidente del Gobierno de España. El pelotazo consistía en coordinar operaciones desde las administraciones portuaria, municipal, insular y regional (con la bendición de Aznar) para que se soterraran carreteras, se reclasificaran suelos, se modificara el planeamiento, se cedieran suelos, se dispararan los aprovechamientos y se convirtiera aquella franja en una pequeña pero próspera Singapur. Las fuerzas involucradas en la operación consiguieron aunar muchísimas voluntades, convertidas todas ellas en generosos mecenas que habían decidido sacrificarse para devolver a la sociedad una parte de lo que la sociedad le había hecho ganar a ellas. Para darle un barniz más noble al pelotazo, las instituciones implicadas hicieron un concurso universal de ideas que ganaron dos prestigiosos arquitectos de fama mundial que redactaron unos maravillosos proyectos que hicieron que los primeros y tímidos apoyos se transformaran en vítores populares y pueblerinos. Se lanzaron cuadernillos centrales, se celebraron viajes, se llenaron estómagos, se vaciaron estómagos, se prometió el maná, se imprimieron pulseritas de silicona verde… El símbolo de aquella fiebre singapureña se llegó a levantar, el edificio Woermann, construido sobre el solar que dejó una pequeña edificación protegida del mismo nombre que Soria mandó derruir porque servía de refugio a personas sin techo. Todos tranquilos, todos eufóricos, porque el edificio, además de emblemático, iba a tener una biblioteca pública tan necesaria en la zona. Pelotazo hubo; biblioteca, nunca. Pero un día, repentinamente, apareció una señora muy aseñorada, muy respetada en los hogares pobres y no tanto en los más ricos, que vino a decir que todo aquel mejunje era sencillamente contrario a sus designios. Se llamaba, la tal señora, La Ley. Hubo que deshacerlo todo, desmontar maquetas, devolver dinero, tirar a la basura las pulseras horteras, culpar a periodistas curiosos, llorar por las esquinas el tiempo perdido y regresar ambiciosas cuentas de resultados al punto kilométrico igual a cero. Aquello se llamaba La Gran Marina, lo que algunos nos atrevimos a bautizar como La Gran Mamandurria. El alcalde Cardona, que ahora quiere repetir, pretendió resucitarla en 2011, hace sólo cuatro años, solo cuatro años. Ahora quiere camuflarlo todo detrás de un poema del Mar que conoció anteayer mismo.
Ahora se inventa unos planes
Resulta conmovedor que quien estuvo en las entrañas del pelotazo y pretendió recuperarlo, se erija ahora en la esfinge (con perdón) de la recuperación ciudadana del istmo. Cardona decía en noviembre de 2011 que pretendía recuperar para su mandato, que entonces comenzaba, algunos aspectos de la Gran Marina, entre otras cosas, el soterramiento de la Avenida Marítima de la ciudad a su paso por nudos clave como la plaza de Belén Marina, donde se acogota el tráfico de salida de la urbanización El Sebadal. Aquellos objetivos, tras los que vinieron otras ocurrencias como la planta regasificadora en el muelle de La Esfinge (algo bastante opuesto a la recuperación del istmo por puros principios de seguridad), la recuperación del barranco del Guiniguada o el escalextric en Las Alcaravaneras, por citar solo unas pocas, quedaron en el olvido al minuto siguiente de formularse. En ningún momento hablaba de un gran acuario en el muelle de Sanapú, idea que le vino de la mano del presidente de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, el socialista Luis Ibarra, al que le ha robado la merienda cada vez que ha podido. Como ocurrió esta pasada semana como consecuencia de la primera piedra de esa iniciativa que le ha sido entregada sin concurso a la empresa propietaria del exitoso Loro Parque. La idea de organizar un acto institucional en plena campaña electoral para un acontecimiento así, que podría esperar tranquilamente a final de mes, solo responde a una pura intencionalidad electoralista del alcalde y sus mariachis. Lejos de contentarse con una machada que contraviene los más nobles y legales principios electorales, Cardona se ha permitido este domingo salir en la prensa anunciando planes urbanísticos en el istmo de La Isleta que hasta ahora ni estaban ni se le esperaban, ni habían pasado ni por su cabeza ni por la de sus especuladores de cabecera, entre otros el insistente Curro Fernández Roca, que sigue años después revoloteando por los alrededores de la alcaldía de la ciudad.
Chupando rueda de las herencias
Como ha venido ocurriendo con una amplia nómina de alcaldes sin sentido, el que en la actualidad soporta Las Palmas de Gran Canaria llegó en su día sin sólidos planes de futuro para la ciudad ni ha sido capaz de diseñarlos durante los cuatro años que lleva en la última planta del hotel Metropole. La oportunidad –el oportunismo- le vino dada por la irrupción del acuario Poema del Mar, que más se debe a la habilidad del presidente de la Autoridad Portuaria que a la del alcalde. Está absolutamente supeditada a ese organismo, dependiente de Puertos del Estado, toda esa febril planificación bucólica y pastoril que Cardona ha lanzado a la prensa dominical para tratar de convencer a los electores de que le vuelvan a votar el domingo que viene. La inmensa mayoría de los planes que ha hecho suyos dependen completamente de la Autoridad Portuaria, y por mucho que el alcalde o alcaldesa de turno quieran proyectar, nada se podrá hacer a espaldas de ese organismo oficial. Por suerte para Cardona, en su mandato ha tenido remando a favor de la ciudad a un presidente como Luis Ibarra dispuesto a negociarlo todo. Justo lo contrario que ha ocurrido históricamente cuando las tornas estaban cambiadas. Fue muy conmovedor escuchar a dirigentes del PP (o hasta el otro día en el PP) sumarse muy sandungueros a la primera piedra del acuario al grito de “si sumamos es mejor” cuando fueron los mismos que ningunearon y torpedearon a tirios y troyanos en los proyectos que heredaron al llegar a la poltrona. Las herencias son chocolate para todos cuando conviene o pesadas cargas cuando conviene también.
Martinón, a La Laguna; Tristán, a la ULPGC
Nadie se podía imaginar en 1988, cuando el pleito insular canario alcanzaba uno de sus momentos más álgidos por la creación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), a dónde iban a ir a parar algunos de los protagonistas. Y no les hablamos de Lorenzo Olarte, el presidente del Gobierno que guarda con celo la pluma con la que firmó el decreto de creación de esa institución, en la que años después ni siquiera pudo colar a su hijo con la matrícula completa y fuera de plazo. Nos referimos a dos personas que entonces esaban en dos bandos opuestos estando en el mismo bando. Ángel Tristán Pimienta, periodista, y Antonio Martinón Cejas, catedrático de Matemáticas, militaban ambos en el PSOE, pero el PSOE, como todos los partidos de implantación regional, era también presa de la convulsión generada por el pleito insular, agitado entonces por los que creían que creando una Universidad en la provincia de Las Palmas se resentiría la de La Laguna. Martinón se alineó con los que defendían esa tesis, mientras que Tristán, desde su influyente puesto de periodista y columnista en La Provincia, se convirtió en uno de los más decisivos defensores de la nueva Universidad. Nin los dos ganó aquel pulso porque la creación un año después de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria ha sido, sin duda, positiva para Canarias, para toda Canarias. Justo al cumplirse 26 años de la creación de la ULPGC, los dos socialistas enfrentados por aquel profundo cisma han vuelto a coincidir. Tristán, ya jubilado de las tareas periodísticas (aunque no del todo), tomando posesión como presidente del Consejo Social de la Universidad que apoyó y siempre soñó. Martinón, ya retirado de la primera línea de la política, ganando en la segunda vuelta las elecciones al rectorado de La Laguna. Casi tres décadas después vuelven a coincidir cada uno en su lugar, pero esta vez cada uno en su Universidad.
Un discurso precioso
A Ángel Tristán lo arroparon en la Sala de Piedra del Rectorado de la ULPGC las fuerzas vivas de Gran Canaria, con muchos empresarios, mucha representación institucional, pocos candidatos electorales (más bien nunguno) y abundancia del mester de progresía, incluyendo una concejala del PP en retirada. Allí se constituyó más de tres cuartos del PIB de la isla, y no faltaron ni el presidente Rivero ni el vicepresidente del Gobierno, reconciliado a última hora con el contrayente. Inapelables las palabras de José Miguel Pérez, que no pasará a la historia precisamente por el caso que los medios de comunicación hemos hecho a lo que ha dicho y a lo que ha hecho. Tristán –por volver al protagonista- hizo un discurso precioso, en el sentido más estricto del término, porque fue solemne, porque fue institucional y porque fue molesto, crítico y reivindicativo. Lo ilustró haciendo que tras el atril, a su derecha, colgara una fotografía de la multitudinaria manifestación pro-universidad de 1988 por la que tanto empujó personalmente. El nuevo presidente del Consejo Social de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria revolvió historia pasada con futuro cargado de incertidumbre y puso a cada uno en su sitio. Incluyéndose él, al que le vamos a reclamar todos que no sea acomodaticio y cumpla con los propósitos que se marcó en su toma de posesión: “Mi compromiso es ayudar en esta carrera de relevos hacia la ilusión”. Justo lo que deberíamos estar haciendo cada uno de nosotros en el sitio donde estemos colocados, el que sea. Queda Tristán para rato, por fortuna.
Hubo un tiempo, no crean que muy lejano, en el que el Partido Popular pretendió liderar un tremendo pelotazo en el istmo de Las Palmas de Gran Canaria, esa estrecha franja de tierra que separa la península de La Isleta del resto de la ciudad. Era alcaldesa Pepa Luzardo, presidente del Cabildo de la isla José Manuel Soria y presidente de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, José Manuel Arnaiz, puesto allí por el mismo partido de marras, aunque el cerebro de la operación no era otro que el gran José Carlos Mauricio, por entonces confidente de José María Aznar, presidente del Gobierno de España. El pelotazo consistía en coordinar operaciones desde las administraciones portuaria, municipal, insular y regional (con la bendición de Aznar) para que se soterraran carreteras, se reclasificaran suelos, se modificara el planeamiento, se cedieran suelos, se dispararan los aprovechamientos y se convirtiera aquella franja en una pequeña pero próspera Singapur. Las fuerzas involucradas en la operación consiguieron aunar muchísimas voluntades, convertidas todas ellas en generosos mecenas que habían decidido sacrificarse para devolver a la sociedad una parte de lo que la sociedad le había hecho ganar a ellas. Para darle un barniz más noble al pelotazo, las instituciones implicadas hicieron un concurso universal de ideas que ganaron dos prestigiosos arquitectos de fama mundial que redactaron unos maravillosos proyectos que hicieron que los primeros y tímidos apoyos se transformaran en vítores populares y pueblerinos. Se lanzaron cuadernillos centrales, se celebraron viajes, se llenaron estómagos, se vaciaron estómagos, se prometió el maná, se imprimieron pulseritas de silicona verde… El símbolo de aquella fiebre singapureña se llegó a levantar, el edificio Woermann, construido sobre el solar que dejó una pequeña edificación protegida del mismo nombre que Soria mandó derruir porque servía de refugio a personas sin techo. Todos tranquilos, todos eufóricos, porque el edificio, además de emblemático, iba a tener una biblioteca pública tan necesaria en la zona. Pelotazo hubo; biblioteca, nunca. Pero un día, repentinamente, apareció una señora muy aseñorada, muy respetada en los hogares pobres y no tanto en los más ricos, que vino a decir que todo aquel mejunje era sencillamente contrario a sus designios. Se llamaba, la tal señora, La Ley. Hubo que deshacerlo todo, desmontar maquetas, devolver dinero, tirar a la basura las pulseras horteras, culpar a periodistas curiosos, llorar por las esquinas el tiempo perdido y regresar ambiciosas cuentas de resultados al punto kilométrico igual a cero. Aquello se llamaba La Gran Marina, lo que algunos nos atrevimos a bautizar como La Gran Mamandurria. El alcalde Cardona, que ahora quiere repetir, pretendió resucitarla en 2011, hace sólo cuatro años, solo cuatro años. Ahora quiere camuflarlo todo detrás de un poema del Mar que conoció anteayer mismo.