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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Revolcones merecidos a don Pepito

Se lamenta amargamente el propietario de El Día, don José Rodríguez Ramírez, de la persecución que sufre de manos de la Justicia de la metrópoli, que al parecer lo humilla hasta límites inhumanos. Cree que hay alguna mano negra que ha predispuesto a los jueces contra él por reclamar la independencia de Canarias (sin la isla de Gran Canaria) y la creación de la República Independiente de Canarias con capital en su despacho de la avenida de Buenos Aires. Poca gente le cree, por supuesto, pero para ese minúsculo grupo de lectores que pudieran sospechar alguna conspiración contra el insigne patriota, comentamos brevemente la última sentencia desfavorable sufrida por don Pepito que acaba de caer en nuestras manos procedente de los juzgados de Santa Cruz de Tenerife. No tiene desperdicio, de verdad, y cualquiera que se la lea llega fácilmente a dos conclusiones cada cual más dramática: 1) el ilustre editor va mucho más lejos en sus intromisiones e insultos que las víctimas de sus demandas y denuncias a los que acusa de insultarle gravemente; y 2) el ilustre editor ha de cambiar de abogados de manera urgente, porque si los que tienen no le disuaden de este tipo de iniciativas judiciales, lo van a conducir a la ruina y, lo que es peor, al escarnio.

Se lamenta amargamente el propietario de El Día, don José Rodríguez Ramírez, de la persecución que sufre de manos de la Justicia de la metrópoli, que al parecer lo humilla hasta límites inhumanos. Cree que hay alguna mano negra que ha predispuesto a los jueces contra él por reclamar la independencia de Canarias (sin la isla de Gran Canaria) y la creación de la República Independiente de Canarias con capital en su despacho de la avenida de Buenos Aires. Poca gente le cree, por supuesto, pero para ese minúsculo grupo de lectores que pudieran sospechar alguna conspiración contra el insigne patriota, comentamos brevemente la última sentencia desfavorable sufrida por don Pepito que acaba de caer en nuestras manos procedente de los juzgados de Santa Cruz de Tenerife. No tiene desperdicio, de verdad, y cualquiera que se la lea llega fácilmente a dos conclusiones cada cual más dramática: 1) el ilustre editor va mucho más lejos en sus intromisiones e insultos que las víctimas de sus demandas y denuncias a los que acusa de insultarle gravemente; y 2) el ilustre editor ha de cambiar de abogados de manera urgente, porque si los que tienen no le disuaden de este tipo de iniciativas judiciales, lo van a conducir a la ruina y, lo que es peor, al escarnio.