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Opinión | Ya empezamos, por Antón Losada

Un viaje en balde

Nueve y cuarto de la mañana de cualquier día de éstos. Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Se apea del coche oficial el concejal de Urbanismo, Felipe Afonso El Jaber, y se dirige a la puerta del edificio, en Tafira, pregunta por un arquitecto determinado, profesor de Urbanismo. Espera, sube a su despacho. El arquitecto, muy educado, le recibe en la puerta y le hace pasar. Se sientan. Y el concejal, sin circunloquios, le coloca lo que le venía a colocar: Mire, que vengo a decirle, señor Palop, que lo que están haciendo los arquitectos de aquí no tiene nombre ni apellidos; me tienen harto a mí y tienen aburrida a la alcaldesa; nosotros vamos a seguir hasta el final, caiga quien caiga, digan los que digan los de tercera división porque nosotros lo que queremos es el sello de prestigio de uno grande. Pues qué bien, señor concejal, se lo diré al señor Van Berkel de nada que hable con él; ya sabe que tengo que contarle cómo progresan mis trabajos, que son suyos, por aquí. Por cierto, ¿quiere verlos? Nos hubiéramos ahorrado un viaje a Holanda, porque esta historia no ocurrió.

Nueve y cuarto de la mañana de cualquier día de éstos. Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Se apea del coche oficial el concejal de Urbanismo, Felipe Afonso El Jaber, y se dirige a la puerta del edificio, en Tafira, pregunta por un arquitecto determinado, profesor de Urbanismo. Espera, sube a su despacho. El arquitecto, muy educado, le recibe en la puerta y le hace pasar. Se sientan. Y el concejal, sin circunloquios, le coloca lo que le venía a colocar: Mire, que vengo a decirle, señor Palop, que lo que están haciendo los arquitectos de aquí no tiene nombre ni apellidos; me tienen harto a mí y tienen aburrida a la alcaldesa; nosotros vamos a seguir hasta el final, caiga quien caiga, digan los que digan los de tercera división porque nosotros lo que queremos es el sello de prestigio de uno grande. Pues qué bien, señor concejal, se lo diré al señor Van Berkel de nada que hable con él; ya sabe que tengo que contarle cómo progresan mis trabajos, que son suyos, por aquí. Por cierto, ¿quiere verlos? Nos hubiéramos ahorrado un viaje a Holanda, porque esta historia no ocurrió.