Cuando un volcán entra en erupción se emite un manto de lava fluida que puede recorrer kilómetros de una superficie inclinada. La parte superior de esa colada entra en contacto con el aire más frío y se solidifica. Pero la interior continúa discurriendo, ya aislada del exterior, formando una especie de tubo volcánico donde la lava líquida sigue descendiendo por la pendiente hasta dejar el conducto vacío.
En Canarias hay muchos casos como este. Hace cientos de años sirvieron como refugio para los primeros pobladores de las islas. En El Hierro, por ejemplo, para los bimbaches, de origen amazigh. Y en Lanzarote se empleaban como guarida cuando llegaban los corsarios berberiscos que, desde el puerto de Salé, en Marruecos, partían al Archipiélago en busca de riquezas y cautivos.
Ahora la realidad de los tubos volcánicos es bien distinta. Ya no hay piratas ni saqueos. Tampoco necesidad de buscar cobijo en estas singulares formaciones geológicas. Quienes acuden a ellas lo hacen para hacer turismo, como puede ser en la cueva de los Jameos del Agua, en Lanzarote. O para investigar la vida que las habita.
Eso es lo que está haciendo el proyecto de investigación Tubolan, que estudia la microbiota de los tubos de lava de Lanzarote, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación con 234.740 euros. Para ello, un equipo de científicos se ha desplazado a la isla conejera este año para estudiar qué microorganismos viven en estas cavidades, cómo lo hacen y cómo dejan su huella en el registro geológico. Lo aprendido aportará nuevos conocimientos sobre la adaptación y evolución de la vida microbiana en la Tierra, así como para la búsqueda de vida en otras partes del Sistema Solar, especialmente en Marte.
Ana Miller, investigadora principal de Tubolan, es geomicrobióloga del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla (IRNAS), perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Explica que el objetivo es comprender qué bacterias crecen en esos ambientes extremos, cuál es su metabolismo y cómo interactúan con los minerales.
Dice Miller que si existiera vida en Marte, esta se desarrollaría en el subsuelo y sería microbiana. Se trataría de microorganismos quimiolitoautotróficos, unas bacterias capaces de utilizar los minerales como fuente de energía .
En 2016, en un programa de la Agencia Espacial Europea (ESA) en Lanzarote llamado PANGAEA-X, seleccionaron a Miller y otros expertos para enseñar a los astronautas cómo recoger muestras de microorganismos y analizar el ADN in situ. La iniciativa gustó. Y de ahí nació la idea del proyecto Tubolan.
“Queremos entender a esas bacterias, denominadas extremófilas. Queremos saber qué minerales se forman debido a su actividad”, explica. “Esto tiene bastante interés porque nos puede ayudar a descifrar el origen de la vida en la Tierra y a buscarla en otros planetas, como Marte”. La investigación también podría tener repercusiones en la industria farmacéutica, por la identificación de bacterias productoras de compuestos con propiedades antimicrobianas, que podrían ser utilizados como antibióticos.
La elección de las cuevas de Lanzarote no es aleatoria. La ciencia ha detectado en la isla cavidades, como el tubo de lava de La Corona, uno de los más grandes del planeta, que guardan multitud de analogías con los hallados en la Luna y Marte. “Estas características hacen del Geoparque de Lanzarote un lugar excepcional” para la realización de trabajos relacionados con la geología planetaria y la astrobiología.
Además, es relevante la variedad en la edad geológica de todos los tubos de lava. Hay algunos que se formaron hace 300 años y otros hace un millón. Y también existen diferencias en cuanto al impacto antropogénico en cada uno de ellos. Miller destaca ambos condicionantes porque de este modo se podrá tener una imagen más completa de la diversidad microbiana existente entre las cuevas más vírgenes y las más alteradas por la actividad humana. Un estudio publicado en la revista Frontiers in Microbiology resalta precisamente esto, la diversidad microbiana y cómo las cuevas volcánicas pueden ser repositorios de evidencia de vida temprana.
Otras exploraciones
Miller se ha curtido explorando los interiores de otras cuevas volcánicos. Participó en un estudio en el que se analizó por primera vez la microbiología de tubos de lava de las Islas Galápagos. Los resultados arrojaron semejanzas con los hallados en cavidades semejantes de La Palma, lo que sugiere que hay microorganismos específicos para determinadas rocas volcánicas. También en La Palma se hallaron estalactitas oscuras de aspecto gelatinoso que incluyen todo un archivo histórico de la isla y los incendios forestales que ha sufrido, como si de un libro climático se tratase.
¿Volver a refugiarse en cuevas?
El programa Pangaea-X también estudia si los tubos volcánicos de Marte, mucho más grandes que los que hay en la Tierra, pueden servir como refugio para los astronautas que viajen al planeta rojo. Son ambientes protegidos de la radiación cósmica y de los micrometeoritos. En ellos se podría montar una base espacial para analizar, al igual que se está haciendo ahora en Lanzarote, la vida microbiana. Y de este modo habitar las cuevas, como hicieron los primeros habitantes de Canarias.