¿Dónde están los residuos? La economía circular comienza a ser una realidad en Gran Canaria

En la nave de Ecogrit Glass, en el Polígono de Arinaga (Gran Canaria), sobresalen varias pequeñas montañas de residuos de vidrio ubicadas en ambos lados de la instalación. A la derecha, la primera de todas es más bien un montón “feo” porque aún tiene áridos y trozos de cerámica, dice el director de la planta, Sebastián Suárez. Pero las últimas, ya a la izquierda, cuentan con restos de cristal en perfecto estado después de un proceso en el que han sido limpiados y fragmentados hasta casi más no poder.

Lo que ha ocurrido en este lugar puede parecer intrascendente. Pero no lo es. Miles de toneladas de residuos de vidrio que iban a ser volcados a un vertedero (todo ese montón “feo” al que hace referencia Suárez) han recibido una segunda oportunidad. Son desechos que no pueden ser tratados por las plantas encargadas de reutilizar el vidrio reciclado debido, principalmente, a la presencia de desperdicios de cerámica y piedra, que requieren temperaturas muy altas para su fundición.

Normalmente, estos restos eran depositados en los vertederos, al igual que el 72% de la basura generada en Gran Canaria, según los últimos datos de 2021. Pero ahora son trasladados a este punto de la isla, el pabellón de Ecogrit Glass, para ser manipulados y moldeados hasta darles un nuevo propósito. Es lo que se conoce como economía circular, un modelo pensado en cerrar el ciclo de vida de los productos, esto es, reducir, reutilizar, reparar y reciclar los residuos generados por las actividades económicas. Y que ahora cuenta en Gran Canaria con una estrategia propia.

“Este residuo, que hasta ahora la única finalidad que tenía era ir al vertedero, ahora es materia prima para muchos procesos”, resalta Suárez con gusto.

El camino para llegar a ello no es tan sencillo. Hay mucho que limpiar y triturar. Y hacer esto incontables veces. En primer lugar, el vidrio, con todos los demás materiales, es trasladado a una tolva, una especie de embudo de grandes dimensiones que sirve para canalizar áridos y granos. Después, pasa por una máquina que funciona como un tornillo sin fin y que hace friccionar el material contra sí mismo, lo que permite separar las impurezas y eliminar el etiquetado. A continuación, llega a una campana de aspiración que extrae todos los ligeros que vienen con el residuo. Y, por último, es cribado para determinar su uso.

Este último paso también tiene su aquel. Los fragmentos de más de seis milímetros (mm) son divididos por un separador óptico que puede discernir qué es vidrio (para emplear de nuevo en elaboración de botellas) y qué no. Pero los que son de menos de esa cantidad caen a un artificio llamado molino de martillos, capaz de homogeneizar el residuo para utilizarlo después como filtrante de piscina o abrasivo para la limpieza de pinturas viejas en embarcaciones, una aplicación “fundamental”, remarca Suárez, porque de no hacerlo los barcos podrían oxidarse y, además, reduce el consumo de combustible. “Es como la aerodinámica en los coches de Fórmula 1”, resume el director del proyecto.

Al final, de las 8.000 toneladas anuales de vidrio con las que puede trabajar Ecogrit Glass (el proyecto, de una inversión inicial de dos millones de euros, comenzó a andar en junio de 2022, por lo que todavía no hay un dato completo de año natural), unas 1.000 vuelven a ser utilizadas para la creación de botellines, alrededor de 2.000 sirven para abrasivos, en torno a 1.500 para filtrado de piscinas y el resto para pavimentación de carreteras ecológicas. Todo lo que antes iba a estar bajo tierra ahora presenta valor añadido.

“La economía circular promueve diversas estrategias destinadas a prolongar la permanencia de los recursos en el ciclo productivo. No se limita meramente al reciclaje; implica la concepción de productos responsables, duraderos y susceptibles de reparación o donación al término de su vida útil, de manera que se mantengan en la cadena productiva durante más tiempo”, explica Daniela Rodríguez, ingeniera en Organización Industrial por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y primera autora de la hoja de ruta anunciada por el Cabildo de Gran Canaria.

La estrategia hace un análisis y diagnóstico de la isla redonda en este sentido. Precisa que, de las 599.000 toneladas de desperdicios recibidos en los complejos ambientales en 2021, 430.000 acabaron en vertederos. Pero es que, del total recuperado, unas 190.000 toneladas, “en su gran mayoría son exportadas fuera de la isla”, indica el texto, “generando contaminación por el transporte para su gestión posterior”. La corporación insular ha fijado para 2035 alcanzar un porcentaje del 65% en reciclaje, 15% del mismo en reutilización, 25% en valorización y 10% en eliminación. El documento aporta una serie de medidas y plazos de ejecución, valoradas en poco más de 190 millones de euros, para alcanzar esos objetivos.

“Gran Canaria se convertiría en una isla con mejor gestión de sus recursos, especialmente el agua; reduciría la presión sobre los ecosistemas, promoviendo una mayor biodiversidad y menor huella ecológica; disminuiría la cantidad de residuos que llegan a vertedero…”, enumera Rodríguez los beneficios de este modelo.

A pocos minutos de donde está Ecogrit Glass, en el Puerto de Arinaga, otra compañía especializada en economía circular acaba de empezar a trabajar en esta línea. La empresa, denominada Ecoinsular, recibe los envases metálicos de los ecoparques de la isla, los que son depositados en el contenedor amarillo (latas, sartenes, utensilios de metal…), y procesa todo ese material para limpiarlo y dividirlo. La nave tritura primero los restos para trabajar con fracciones más pequeñas. Luego, utiliza electroimanes que separan los elementos férricos. Y, después, aplica un fenómeno eléctrico, las corrientes de Foucault, para dividir el resto del contenido metálico (aluminio, cobre, latón, acero…) que aún formaba parte de la muestra inicial. El resultado final es trasladado posteriormente a la Península para una segunda vida, sobre todo en el sector de la construcción, remarca a este periódico el director de la iniciativa, José Antonio Etxeberría. La planta podría procesar todos los desechos metálicos producidos en las Islas, que estarían en torno a 1.500 toneladas mensuales.

“Con esto, estás cerrando todo el ciclo. Tendrías por un lado hierro, por otro aluminio, latón, otros metales… Estás recogiendo un producto ya utilizado, el desecho, y lo estás convirtiendo en materia prima para su reutilización”, sintetiza el empresario.

El Gobierno de Canarias presentó en 2021 una estrategia autonómica de economía insular y está cerca de aprobar, de acuerdo con el consejero de Transición Ecológica, Mariano Zapata (PP), la ley canaria sobre esto mismo, que ya cuenta con un anteproyecto. Esa normativa creará un registro público de análisis del ciclo de vida de los productos, obligará a los productores de residuos a “adoptar medidas que favorezcan la prevención en la generación [de los mismos] y su reutilización”, aunque aún no especifica cómo hacerlo, e incluirá un canon de vertidos de “carácter finalista” para que “pague más quien más contamine”, dijo Zapata esta semana en sede parlamentaria.

Julia Martínez Cabrera, doctoranda en el Instituto de Turismo y Desarrollo Económico Sostenible de la ULPGC (TIDES) y experta en economía circular, cree que “en el Archipiélago todavía queda bastante camino por recorrer” en este punto. Para ella, hacen falta más acciones concretas, una mayor inversión y movilización por parte de la administración pública. De acuerdo con una investigación publicada por la prestigiosa fundación Ellen MacArthur, la economía circular podría contribuir en un 45% a la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero esta “ha sido a menudo pasada por alto”, ha admitido recientemente el consejero de Medio Ambiente, Clima, Energía y Conocimiento del Cabildo de Gran Canaria, Raúl García Brink.

Eso ha provocado, prosigue Cabrera, que las empresas continúen siendo “cortoplacistas” y tiendan a “favorecer el retorno de la inversión a corto plazo ante el largo”. Asimismo, muchas de las compañías que aplican este modelo no están ejecutándolo como deberían, como evidenció un estudio publicado en 2020 en la revista Business Strategy and the Environment que analizó a más 250 empresas al respecto y encontró que sigue habiendo una “brecha” entre la teoría y la práctica.

“Es necesario cultivar el conocimiento y un entendimiento común. La adopción de enfoques circulares suelen ser transformadores, lo cual supone a veces cambios radicales que van en contra del modus operandi y hay rechazo por parte de los empleados y comités ejecutivos”, remacha Cabrera.

Una de las principales críticas hacia la economía circular radica en la dificultad para fiscalizar las acciones prometidas por las mercantiles y que estas mismas continúen ganando peso en el intento de resolver las crisis ecológicas. Por ello, para Rodríguez es necesario estudiar “la implementación de regulaciones claras y efectivas, respaldada por incentivos fiscales, auditorías periódicas y la colaboración público-privada que permita supervisar y fomentar la transición hacia prácticas más circulares”. 

Al final, puntualiza Cabrera, “Canarias necesita ser más autosuficiente y resiliente para poder mitigar, pero sobre todo adaptarse de la mejor manera posible a los efectos del cambio climático (...) y la economía circular es clave para ello”.