Armand Gauz, escritor: “El destino de la humanidad es moverse. No hay nada extraordinario en desplazarse de un sitio a otro”

El escritor marfilaño Armand Gauz en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria.

Alicia Justo

Las Palmas de Gran Canaria —
8 de noviembre de 2020 12:10 h

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Los campos Elíseos de París. Tiendas de lujo a cada margen de la extensa vía. Turistas y paseantes con bolsas serigrafiadas de las marcas más populares del espectro consumista. Mucho brillo y luz. Y además, barrenderos malienses, obreros árabes y guardias de seguridad senegaleses, benineses y marfileños. Sin embargo, ellos estarían en la oscuridad, nadie los ve. Este paisaje del centro de la capital francesa es donde se ambientan las historias de varios salvaguardias de París en el libro En pie firme-pagar. Son historias sobre las que se forma su hilo conductor y del cual se ramifican otras cuestiones relacionadas con el capitalismo, con la posición y percepción del migrante (negro) en la sociedad o los desplazamientos. Esta primera obra de 2014 del escritor marfileño Armand Gauz (Abidjan, 1971), célebre en el sector literario francófono y ganador por su segunda obra del Gran Premio Literario del África Negra de 2019, ha sido coeditada por Casa África para que pueda ser leída en español. Algo que también hará con su segunda novela Camarade Papa. Escritor en desplazamiento, aunque solo sea en lo referente a su creación literaria, Gauz ha estado estos días en Gran Canaria, otro territorio de desplazamientos, para asistir al Ciclo de Letras Africanas de la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, que ha tenido lugar del 4 al 8 de noviembre.  

Marxista declarado y con la imagen del expresidente burkinés Thomas Sankara en su camiseta como carta de presentación, aprovecha su visita a la capital para conceder una entrevista a esta redacción en la que precisamente aborda parte de las tres cuestiones que se desgranan en su libro: capitalismo, la posición del migrante en la sociedad y desplazamientos. Todos supieron entonces que el vigilante, el negro ese no se llamaba ¡guarda!, sino André. Este pasaje de la obra del escritor marfileño se une a otros detalles a lo largo de sus páginas sobre la diversidad de acentos, vestimentas, nacionalidades y sus puestos de trabajo y realidades de las personas africanas que residen en la capital francesa. Por ello, Gauz explica que una de las pretensiones del libro es “sacar a la gente de la caricatura”. Alejarla de esas ideas preconcebidas que llevan a pensar de una determinada manera sobre la gente negra y que también se incluyen en el libro. “A través del libro lo que he intentado hacer es que los seres humanos volvieran a ser seres humanos, restituir su identidad, su originalidad, la singularidad de cada persona”, reconoce. 

Para él, precisamente, esta construcción social asociada a un color de piel, “a un accidente de la biología”, tal y como recalca, nace de la búsqueda de un recurso para poder ejercer el dominio sobre las personas. “Es una cortina de humo nada más para ocultar la lucha de clases de siempre. El color es un pretexto para la dominación social”. Señala que las personas por lo general necesitan dominar al otro y que para ello se ha acudido a un recurso fácil: el criterio del color de la piel. “Si vienen otras personas, en este caso los negros, para barrer las calles, el blanco que estaba haciéndolo ya no tiene que hacerlo y sube un peldaño más en la escala social”, subraya. Recuerda la época en la que trabajó como vigilante en París en la que nadie se interesó por su máster en bioquímica: “Simplemente les interesaba que una persona como yo podía ocupar ese puesto de trabajo y que el blanco que lo tendría que haber ocupado pudo subir un poco en la escala social”. Pero como toda historia se repite, Gauz pone de actualidad esta mecánica aplicada en su momento hacia su persona y la sitúa en Canarias y ahora: “La gente que está llegando ahora de África no sabemos sin son ladrones o doctores en matemáticas. Pero eso no nos importa porque en realidad lo que queremos es que hagan otro tipo de trabajo. Porque si fueran doctores en matemáticas quizá nos puedan quitar la plaza en la universidad”. 

Gauz apunta con ímpetu hacia la historia para descubrir las motivaciones de este fenómeno: “El capital es el que inventó el racismo”. Cuenta que los relatos de los navegantes castellanos que tocaron la costa africana antes de la colonización de América hablaban sobre las maravillas de su población. “Pero desde que necesitaron gente para trabajar en América, una vez que llegaron allí, el relato cambió completamente y se inventaron esa excusa de que son seres inferiores y de que no tienen alma y de que se puede hacer con ellos lo que se quiera”. 

“La diversidad genética se ha construido gracias al desplazamiento de las personas”

En En pie firme-pagar aparecen varias generaciones de personas migrantes gracias a las cuales se construye el relato. Gauz confiesa que no usa la palabra migrante ya que en francés expresa un presente continuo, como si la persona estuviera en perpetuo movimiento, en transición. Reconoce que prefiere llamarlos personas que se desplazan: “Si encerramos a la gente en esta categoría de inmigrante parece que nunca se acaba, que siempre son migrantes. Y esto no es así. Todo el mundo tiene un objetivo cuando decide desplazarse”. 

El movimiento de personas de un lugar a otro, “algo que se ha hecho siempre”, matiza, es el que ha traído el aspecto actual de nuestro planeta, “la diversidad genética que hay en el mundo se ha construido gracias al desplazamiento de las personas”. Sin embargo, no escapa a que el término migrante ha adquirido una connotación negativa que esconde una lucha de clases. Aun así resalta la naturaleza histórica de esta dinámica. “El destino de la humanidad es moverse. No hay nada extraordinario en desplazarse de un sitio a otro.

Su creación literaria, comprendida en tres libros, de los cuales dos se han traducido al español a la espera de que salgan a la venta, abordan precisamente los desplazamientos. Cada una en espacios y tiempos dispares. Pero todas ellas sobre personas en movimiento. Como él, que después de llegar a París y trabajar durante seis semanas como vigilante lanzó su primera obra con 42 años. Aunque ya desde los 17 supo que sería escritor gracias al encuentro de dos libros: Viaje al fin de la noche de Celine y Los soles de las independencias de Ahmadou Kourouma. “Estos dos libros fueron para mi unas perlas del lenguaje y del estilo y me dije que eso sí que era literatura y no lo me que me habían hecho leer antes de autores más burgueses, como Borges o Zola, que son buenos pero muy burgueses”. Su madre también supo desde su infancia que tenía un talento especial para la escritura, aunque quizá le extrañó su demora: “La primera novela que escribí fue en 2014 con 42 años. Pensaba que ella me iba a decir que estaba genial pero no. Me dijo: Es un poco tarde, ¿no? Podrías haberla escrito un poco antes”, rememora entre risas.  

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