Un espacio para la poesía y la reflexión en medio de tanta vorágine. Esa es la carta de presentación que nos ofrecen, Francisco León, Alejandro Krawietz, Régulo Hernández, Jordi Doce y Sergio Barreto, creadores de Piedra y Cielo, revista de poesía, arte y pensamiento, que se estrena en Internet.
A mediados de la primera década del 2000 cuatro números en formato libro vieron la luz. Por una cuestión puramente económica, como ellos mismos explican en la web, se vieron obligados a “interrumpir su aventura literaria”.
Aprovechando la gran ventana al mundo que ofrece Internet, los responsables de Piedra y Cielo quieren compartir esas “cápsulas de reflexión” con las mentes curiosas que se asomen a la web. Hemos charlado con ellos.
¿Este salto del papel a internet después de siete años a qué se debe?
Son muchas las razones que obran en ese salto que, por otra parte, tiene algo de resurrección. Pero hay una muy principal y en cierto modo recurrente: la necesidad de participar activamente en el panorama de la cultura, y de hacerlo desde un órgano de expresión como el que constituye una revista. Hay, es cierto, muchas herramientas a día de hoy para participar de modo activo en los procesos que se siguen en la cultura y en la creación, pero ninguno tan atractivo, a nuestro modo de ver, como el concepto de revista de cultura que se ha mantenido vigente, y como un rasgo identificador de todo el período, a lo largo de la modernidad. La llegada de las nuevas herramientas de comunicación ha permitido, es cierto, una enorme capacidad de radiación para los discursos, pero también una desmesurada hipertrofia del ego, a la vez, y esto no es paradójico, que una profunda atomización del yo. Frente a los formatos contemporáneos del clásico cuaderno de diario (blogs, redes sociales), aunque sin excluirlos, las revistas ofrecen opciones de discurso mucho más abiertas y ambiciosas. Ningún otro espacio proporciona a la cultura un modo de organización parangonable con las texturas, excepciones y profundas convergencias que permite el modelo de la revista. Porque una revista, cuando surge para la defensa o la cartografía de un modo de explorar y vislumbrar la creación, es capaz de construir un discurso completo y coherente a partir de la pluralidad de las voces que el modelo reúne en una suerte de venturosa coralidad. Una revista es una propuesta en el diálogo de la contemporaneidad, pero a su vez supone siempre un intenso diálogo interno: un sistema de espejos que amplifica, o resta, o vislumbra, o añade: una construcción cultural abierta, que reconstruye el pasado al tiempo que comienza a medir el futuro.
Una buena parte de la cultura moderna se ha servido de la poderosa herramienta de participación que es la revista, y nada parece indicar que éste que tenemos la tentación de llamar “género literario coral” haya perdido ni un ápice de su capacidad para construir discursos simultáneos potentes. En Canarias, la tradición y el amor por las revistas posee ya una larga y fructífera trayectoria de más de cien años. Aquí se han hecho revistas siempre, incluso cuando no había capital para hacerlas: la microtradición de los suplementos culturales en la prensa insular da buena cuenta del interés de sus editores por hacer, en la medida de las posibilidades, pequeñas revistas de cultura sirviéndose de las páginas de la prensa diaria. Sin embargo, a pesar de lo que la cultura en Canarias debe a las revistas, han sido muy pocas las ocasiones en que la desaparición de un proyecto de esta índole se ha debido al deseo o la voluntad de sus editores. La falta de apoyo económico, el desinterés de las instituciones y el desprecio por la cultura han hecho mella siempre en una tradición política que ha encontrado el modo de financiar la construcción de carísimas infraestructuras culturales al mismo tiempo que no ha sabido mantener ni siquiera mínimamente la continuidad de lo que no han sido otra cosa que verdaderos sensores del pulso o el aliento cultural de una época (a pesar de que esos costes son insignificantes en comparación con los otros). Ha habido un verdadero empeño por el adorno, al tiempo que un absoluto desprecio por el contenido o la creación. Nada de lo que pasa ahora con el país, cabría decir, nos es ajeno. A quienes hemos participado de la vida cultural de las Islas esta crisis no nos ha sorprendido, pues no ha sido más que la consecuencia lógica de los procesos de desmesura absolutista en que se ha movido la clase política española en relación con lo esencial. Ninguna de las construcciones megalómanas que hoy adornan la geografía insular en relación con la cultura partió nunca de un informe de necesidades elaborado por el sector (la cultura no pidió museos o auditorios, sino tierra abonada para desarrollarse, comprensión, diálogo, formación de públicos y generación de institución crítica). En fin, todo esto para decir que Piedra y Cielo nunca supo sustraerse al destino fatal de todo proyecto editorial de las Islas, y desapareció, sin que lo hubiéramos deseado, por razones estrictamente económicas.
Aún con eso, aquella primera época de la revista sí que permitió cumplir con algunos de los objetivos que nos habíamos trazado: la revisión exigente de la contemporaneidad, la defensa de la poesía como fórmula de conocimiento, la búsqueda de una poética de estirpe moderna en los alrededores de la utopía inconclusa habermasiana, el gusto por la relación consistente y profunda entre pensamiento y cualquier proceso creativo, la necesidad y el asombro de la traducción como fórmula de encuentro con la tradición y aún como forma válida de crítica literaria, y la denuncia de los últimos estertores de la posmodernidad como rasgo evidente del conservadurismo social (es decir, como formulación sintética de una cultura al servicio del neoliberalismo). Este último elemento, a saber, la connivencia entre el todo vale posmoderno y la ideología neocon (que se manifestaba en la hipertrofia de yo, en la huida de la dificultad y la experimentación, en la autocomplacencia, en la conquista de los mercados) fue una constante en la mayor parte de los textos programáticos de la publicación.
Es precisamente el modo en que esa misma cultura, la española de hoy, ha insistido en los últimos años en continuar abasteciéndose en las mismas despensas pragmáticas y contentadizas, y el avance de la crisis desde la cultura hacia la sociedad, y aún más, la incapacidad de esa cultura, infiltrada por los mercados y la vulgarización, para hallar respuestas y construir discursos desde su agotamiento, la que nos ha llevado a tomar la decisión de continuar aquella línea de pensamiento desde esta nueva perspectiva que ofrece la red. Hemos abierto otra vez Piedra y Cielo, así pues, con la intención de mostrar otras vías en la cultura actual, otros procedimientos, otras investigaciones. Siempre con un ánimo de diálogo y de búsqueda. Y el espacio digital, como se dice en la propia revista, puede ser territorio abonado para este tipo de discursos, sobre todo una vez que encontramos la solución de diseño que permite que una revista pensada para la red pueda reproducir los modos de lectura de una revista tradicional.
¿Existe un vacío en Canarias en el campo de la crítica literaria?
Nos tememos que el vacío es aún mayor y que no afecta sólo a la crítica literaria. Además, nos tememos también que el ámbito geográfico es mayor, y no afecta sólo a Canarias. Tanto 'Canarias' como 'crítica literaria' son así territorios vacíos en un espacio mucho mayor. Es Occidente, y de modo acusado en España, y de modo mucho más acusado en Canarias, pero es Occidente quien ha perdido casi completamente lo que podríamos denominar como la institución crítica. Se ha perdido. Se ha volatilizado. En gran medida como correlato de ese todo vale que ha imperado en las últimas décadas en la cultura. Si todo vale, siempre que sea aceptado y comprado por el público, la crítica la ejerce el mercado, y no el sabio. Las democracias occidentales han dejado de defender el interés general para defender los intereses de los mercados (esto empezó con la cultura, pero se ha hecho evidente ahora con las privatizaciones y el castigo de las clases medias a manos de los poderosos), y en ese camino debían vencerse, por supuesto, los discursos resistentes: los poetas, como depositarios de las palabras de la tribu, fueron completamente elididos en la sociedad: su voz pasó a predicar en el desierto. Como en la República de Platón, aunque por razones muy diferentes, fueron expulsados. Se dijo: tu voz no es necesaria, tu verdad está obsoleta, no tienes nada que decir ni nada que hacer. Se dijo que nuestras palabras no eran pragmáticas, que no servían a la nueva ideología imperante. Sin embargo, la nueva situación creada a partir de ese vacío parece indicar que nunca hemos estado más necesitados de nuevos sueños, de soluciones imaginativas, de justicia y de moral. Nunca hemos necesitado más las palabras de la tribu. La palabra que convoca y que ciñe, la palabra que libera e ilumina. La cultura siempre ha estado ahí para generar propuestas. Toda gran época de la humanidad ha sido una gran época de la cultura. Y los signos por los que nos medimos en tanto que humanidad son siempre signos culturales.
Canarias es, en este sentido, un buen ejemplo de esta falta de institución crítica. Una de las resistencias que planteó Piedra y Cielo en su primera época, como lo hicieron Gaceta de Arte o Syntaxis en su momento, tenía que ver con la necesidad de romper con una cultura crítica basada en el elogio y en el halago, a la medida del adorno ocioso en el que la posmodernidad se empeñaba en convertir la creación. La crítica había cedido territorio, y se contentaba con el juicio de me gusta o no me gusta, cuando sus verdaderos juicios son morales: esto es bueno o esto es malo. De la moral a la frivolidad. Cuando no, pasados al otro lado, se confundía la crítica con el insulto. ¡Cuántas veces no ha sido objeto de mofa el apellido de uno de nosotros, por ejemplo, por el simple hecho de ser extranjero! Esto, evidentemente, tampoco es crítica, y mucho menos literatura.
Por otra parte, la política ha determinado, de un plumazo, que el campo al que dedicaron sus buques insignia (hablo de los auditorios, de los museos, de los centros culturales) puede ser borrado del mapa presupuestario. Sin ninguna coherencia, ni siquiera económica, se limitan los recursos de la cultura (¡para la que crearon esos espacios!) cuando se sabe que esos recursos, derivados hacia otras partidas, no solucionan ninguno de los problemas que el liberalismo a creado a la ciudadanía. Se ha malbaratado la cultura de las Islas no porque se solucionara con ello algún problema en sanidad o en educación, sino a cambio del exiguo peso de dos o tres notas de prensa que trasladaran a la ciudadanía la impresión de que se hacía algo. Ése es el valor que los parlamentarios canarios han dado a la cultura. Y espero que la cultura sepa no olvidarlo. Han quedado retratados. Para siempre. ¿Cómo justifican entonces las inversiones en infraestructuras? ¿No se dan cuenta acaso del modo en que han puesto en evidencia su capacidad para gestionar? O nos engañan ahora, o nos engañaron entonces. O bien, que también puede ser, nos engañaron en las dos ocasiones: cuando construyeron lo que construyeron y cuando retiraron los apoyos. Y aún queda otra posibilidad más. Aún peor. Aún más detestable. Pero posible. Quizá se engañaron a sí mismos. Se mintieron a sí mismos. Capaces son. Ya lo dijo Juan Manuel Trujillo: Canarias ignora, e ignora que se ignora. De existir en Canarias institución crítica, esto se hubiera dicho y sobre todo se hubiera escuchado (pues es la escucha la que determina la existencia de la crítica: la cultura actual ha potenciado la elocución ?aquí habla hasta el que no tiene nada que decir? pero ha limitado la escucha como nunca antes se había logrado). La crítica, más aún que la creación, también predica en el desierto. Porque la creación se basta a sí misma para tener sentido, y la crítica no tiene sentido sin escucha.
¿Hacen falta más espacios literarios en nuestras Islas?
En la cultura de las Islas hace falta una mejor gestión. Una gestión más eficiente. Capacitada críticamente para desbrozar el poco grano de la mucha paja. Hace falta comprender la fenomenología y las dificultades que comporta la gestión de la creatividad. Hace falta definir objetivos y prácticas. Hace falta comprender y legitimar las diferencias: la existencia de escritores cuyas obras que no tienen nada que decirse unas con otras, pero que igualmente forman parte de la maravilla y la dificultad en que se traduce la gestión de la cultura. Mientras esos elementos no se reconozcan y se mediten no será posible abarcar el fenómeno de un modo eficaz. Mientras se siga solicitando a la cultura una interlocución similar a la que pueden ofrecer los comerciantes del calzado o los banqueros, es decir, la constitución de asociaciones, de clusters, de cámaras, no habrá solución posible. La cultura es un fenómeno mucho más complejo, que incorpora matices estéticos y éticos, y no puede compararse con el de la restauración o la mecánica del automóvil. Siempre apostamos, cuando llega un nuevo consejero de cultura al gobierno canario, a que éste sí que va a ser aquel que pase a la historia. Porque hacerlo bien no parece tan difícil. Basta con comprender el fenómeno y actuar de acuerdo a las leyes que lo constituyen. Pero luego resulta que no. Que ninguno es capaz de encontrar argumentos para defender la cultura: realmente no saben para qué puede servir. Y así nos va. Canarias sigue siendo, ocho años después de que se prometiera, la única comunidad autónoma sin ley de bibliotecas, la gestión de la televisión pública canaria es motivo de mofa en todas las regiones españolas (se ríen de nosotros a mandíbula batiente), y, por ejemplo, el evento cultural de mayor importancia económica, el Festival de Música, no ha servido para que haya una tradición de crítica musical en la prensa.
Por lo tanto, no nos hacen falta, acaso, más espacios literarios. Hace falta una mejor gestión, políticos capaces de dialogar con la cultura comprendiéndola, políticos capaces de escuchar, presupuestos adecuados y una ciudadanía formada y atenta. Nos tememos que no hay mucho en las Islas de nada de eso.
¿Cuáles han sido los referentes para crear Piedra y Cielo?Piedra y Cielo
Nuestros referentes están en la tradición occidental, riquísima y amplia, de las revistas de cultura. No sólo las de Canarias, sino también las nacionales, las europeas y las americanas. Entre las de las Islas están las de la vanguardia: La Rosa de los Vientos, Gaceta de Arte, Cartones, pero también algunas posteriores como Mensaje, Gánigo y sobre todo Syntaxis, revista en la que muchos de los que formamos parte de esta nueva época nos educamos para la literatura. Entre las nacionales, recuerdo con deleite la lectura de La Rosa Cúbica, pero también de Hora de poesía, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente? Orígenes de Cuba, Poesía de Venezuela, Noigandres en Brasil, Vuelta o La Gaceta del Fondo de Cultura de México, Poesía y poética de Argentina son revistas latinoamericanas de distintas épocas a las que también hemos prestado mucha atención. En Europa desde la vanguardia hasta la actualidad hemos procurado acercarnos a una tradición de caudal incalculable, desde la portuguesa Orpheu a la griega Ta nea Gramatta pasando por Tel Quel o la vanguardista Surrealisme. Referentes no faltan. Lo importante, creo, es que desde la modestia más radical, quienes hacemos Piedra y Cielo nos sentimos de algún modo conectados con toda esa tradición, en diálogo con ella, desde el momento en que, vistas las últimas pruebas, compusimos los códigos que hicieron posible que esta nueva época viera la luz a través de la Red.
¿Qué podemos encontrar en ella?
Nuestra aspiración es que se pueda hallar en Piedra y Cielo un panorama a través del cual interpretar mejor este mundo complejo y apasionante en que vivimos. Queremos ser una propuesta en el diálogo contemporáneo de la cultura, como hemos dicho. Cuando seleccionamos materiales lo hacemos en la conciencia de que con ello establecemos juicios de valor: arriesgamos para ofrecernos un acceso a lo bueno, a lo mejor. Y seguro que nos equivocamos, pero lo hacemos desde el riesgo. En este primer número Melchor López, W.G. Sebald o George Herbert son protagonistas de excepción: un poeta contemporáneo, un narrador del siglo XX y un poeta metafísico inglés: tres momentos y tres épocas, sí, pero una misma visión de la cultura como materia de salvación.
Estamos inmersos en un mundo donde importa más la rapidez que la calidad. ¿La lectura de poesía es incompatible con la red?
Creemos que no. Muy al contrario: la cultura siempre encuentra el modo de acomodarse a las herramientas que los humanos le facilitamos para instalarse. La Red es una herramienta más, y como toda herramienta posee sus perfiles: mejora algunas cosas y empobrece otras muchas. Es verdad que se habla mucho de la rapidez y de la inmediatez de la lectura en la Red. Pero esto se debe al hecho de que la herramienta se ha creado en un momento de victoria posmoderna, y se ha interpretado a la manera de una cultura que niega la historia y los discursos. ¿De qué otro modo podría interpretar la posmodernidad las posibilidades expresivas de Internet si no es malogrando los contenidos? Prácticamente el noventa por ciento de los mensajes intercambiados en la red no se estructuran alrededor de aquella idea ilustrada según la cual la cultura es información convertida (o transformada) en conocimiento mediante una interacción entre recepción, asimilación, interpretación, reformulación y comunicación, muy al contrario: se trata de una manipulación (en sentido literal de 'pasar por las manos', no quiero decir que se altere la comunicación, simplemente va de mano en mano) muy superficial de la información, que se convierte en un pretexto para el establecimiento del contacto. Las redes sociales se generan a partir de una sola de las seis funciones del lenguaje descritas por el lingüista rumano Roman Jakobson: la función fática, aquella en la que el lenguaje se preocupa exclusivamente por constatar la situación de “apertura” o “cierre” del canal de comunicación (por ejemplo, cuando decimos ¿me oyes? en el curso de una conversación telefónica). Sin embargo, La divina comedia puede hallarse también en Internet. Todo esto para decir que el creador llegará a la Red y construirá allí su maquinaria, su éxito, su obra. Y allí estará, otra vez, la poesía, dispuesta para su victoria.