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La última novela de Víctor Álamo de la Rosa, presentada en el Casino de Tenerife

Presentación de 'La pandilla del mero Pancho'.

Victoriano Santana Sanjurjo

14 de abril de 2024 18:23 h

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El pasado viernes, 12 de abril, tuvo lugar en el Real Casino de Santa Cruz de Tenerife la presentación de la última novela de Víctor Álamo de la Rosa: La pandilla del mero Pancho.

A cargo del acto estuvo el escritor Victoriano Santana Sanjurjo, que dedicó el siguiente discurso a la obra:

Reconozco mi felicidad por estar aquí, en este emblemático lugar, rodeado de personas tan distinguidas como  ustedes y bajo la sombra que proyecta el monumento que nos convoca, que bien puede ser nuestro autor, Víctor  Álamo de la Rosa; o, si lo prefieren, este magnífico libro, que me enorgullece y me honra por la humildísima  parte que me toca. 

Esta declarada felicidad demanda el acompañamiento de una inmensa gratitud que debo dirigir en esta velada a  tres destinatarios muy concretos: el primero es Víctor, por supuesto —por supuestísimo—, por pensar en mí para  estar donde tan a gusto me hallo a pesar de que soy consciente de que ocupo un sitio y un quehacer que otros  ponentes, más cualificados y prestigiosos que yo, desempeñarían con más y mejor fortuna. 

El segundo agradecimiento es para la Editorial Siete Islas y, principalmente, para Ismael Lozano por la admirable  inversión de tiempo, energías y recursos que realizan en favor de la cultura y, en concreto, de la literatura; y,  dentro de este cupo, por el inmenso y exquisito trabajo que están desarrollando para atraer la lectura a los más  jóvenes con ediciones tan extraordinarias como la que nos convoca hoy. 

El trabajo de editor es duro, muy duro; más de lo que se pueden imaginar porque se sustenta de un modo constante en torno a dos pulsiones que, en apariencia, son contradictorias: por un lado, el deseo y la necesidad intelectuales por favorecer la creación y la existencia de productos culturales de calidad; por el otro, la preocupación por la  rentabilidad comercial (ojo, adrede he dicho “rentabilidad” y no “beneficios”). Sin la intervención de Ismael y,  por extensión, del sello Siete Islas, esta joya, este monumento, jamás hubiera sido una realidad. 

El tercer y último agradecimiento —enorme, inmensísimo…— es para ustedes; sí, repito, insisto: para ustedes. Sin su presencia, todo el simbolismo sociocultural que encierra un acto como el que nos reúne sería imposible.  Mírenlo desde la perspectiva que les ofrezco: aquí y ahora, presentes donde se encuentran y donde les veo, están  atestiguando y, de alguna manera, celebrando el nacimiento de este libro; y con ello, concediendo al título la  relevancia que su autor, la editorial y quienes hemos estado muy cerca de la obra queríamos que tuviera. Podrían  no haberse tomado la molestia de venir aquí para estar al tanto de la aparición del libro. Hubiese bastado con  mirar un catálogo bibliográfico de novedades editoriales o una nota de prensa; que es, por otro lado, el modo  habitual que tenemos para estar al tanto de lo que se publica. Pero desde el momento en el que se desplazan al  que ahora se erige en templo bautismal, desde el instante en el que deciden dejar de lado las comodidades de sus  casas y venir a este portal siguiendo la estela del afecto y de los buenos deseos, están contribuyendo a que el valor  del objeto convocante se perciba de un modo mucho más intenso y, en consecuencia, más personal. 

Ustedes —asúmanlo— representan al sector de los lectores; son, en esta ceremonia, los portavoces de los miles  de personas que se acercarán a La pandilla del mero Pancho; que cogerán el libro en ferias y librerías, en  bibliotecas públicas y particulares; que leerán la sinopsis, que lo ojearán y que, con la hache de “hojear”, descubrirán la palabra HOGAR, la voz que lo es todo en este evento y monumento únicos. Esto que les expongo  es lo que les compete y por eso les doy las gracias; por eso y porque, dado el puesto que ocupo en este acto,  gozaré de la inmensa oportunidad de dirigirme a ustedes para compartir mis humildes impresiones sobre la  publicación que nos cita, una obra que, sin duda, superará las barreras del tiempo y el espacio, y que acabará  convirtiéndose en una referencia lingüística y cultural para una comunidad tan amplia como es la canaria y, por  extensión, la hispánica. 

II 

Me dirijo a ustedes con tres premisas iniciales. Por favor, tomen nota de ellas porque son importantes: hablar  poco (cuanto menos, mejor); hacerlo muy bien sobre el libro que nos convoca (esto es: ensalzar sus virtudes y  minimizar sus defectos —si los hubiera—) y no perder la perspectiva de que los protagonistas esta noche son  estos dos monumentos (autor y libro) y no un servidor.

Acabo de apuntar la expresión «minimizar sus defectos». Se quedaron con ella, ¿verdad? Seguro que a más de  uno se le ha encendido la luz de alarma y ha pensado: «¿Fallos? ¡Pero cómo osa este individuo sacarlos a la luz  si en un acto como este no procede dar cuenta de ellos si los hubiera!». Ya lo sé, pero he de ser objetivo (al menos  hasta donde sea posible serlo). Es lo correcto. No puedo ni debo mentir; por eso, no quiero incurrir en una dejación  de funciones renunciando a exponer los errores que tiene este libro, aunque no sea capaz de referirme a ellos en  plural porque, a decir verdad, no superan la unidad. Lo mejor será despachar el que hay cuanto antes y dedicar el  resto de mi intervención al destacado de los méritos; los cuales, al ser tantos, me reclamarán un tiempo que quizás  no me alcance. Así, pues, he aquí el desacierto: que todo el planeta Tierra, tras contemplar la bonita ilustración  de la cubierta realizada por Juan Castaño, puede presuponer que este libro solo (so-lo, recalco el adverbio), solo tiene como destinatario un público juvenil. 

Esta suposición es un error si, por culpa de ella, los adultos renuncian a la lectura de esta novela. Es una trágica  confusión equivalente a pensar que Alicia en el país de las maravillas, El mago de Oz o La historia interminable son títulos exclusivos para jóvenes. No es el momento ni el lugar adecuados para abordar, con la precisión que el  asunto demanda, qué elementos separan las obras destinadas para un tipo u otro de público (¿los temas?, ¿el  estilo?, ¿la ausencia de ciertos contenidos?), quedémonos ahora, para el caso que nos ocupa, con la declaración  —formulada con cariñosa vehemencia— de que es desacertado sostener que La pandilla del mero Pancho es una  novela que solo pueden “consumir” los jóvenes; y de estos, ya puestos a poner límites, aquellos que, desde el  punto de vista escolar, podrían estar situados entre los dos últimos años de educación primaria y los dos primeros  de secundaria. Aunque se comenzara a escribir tomando en consideración un público concreto, lo cierto es que,  con el desarrollo del proceso, los destinatarios fueron aumentando hasta el punto de que, al final, se hace  inevitable concluir que, como los clásicos señalados, como tantos que se hallan en sus más lejanos recuerdos  como lectores, es esta una obra para todos los públicos. ¿Qué por qué lo sostengo y soy reiterativo en ello? De  entrada diría que es porque nos reconocemos en sus páginas y, de un modo u otro, todos nos identificamos con  la voz que nos envuelve con calidez durante su lectura: HOGAR.  

Trataré de demostrar lo que afirmo adentrándome en una de las tres premisas señaladas, la más factible; o sea, la  que me lleva a proclamar que hablar muy bien del libro es fácil. Muy fácil. No tengo que mentir. No es necesario  que recurra a la ficción para construir castillos retóricos con el fin de movilizar favorablemente sus inclinaciones  hacia el tomo que nos une. No debo aprovecharme del afecto ni de la predisposición de ustedes para venderles lo  invendible. No hace falta que me invente nada. Solo tengo que ser sincero, honesto conmigo mismo para que sea  irremediable serlo con ustedes. El libro es extraordinario. Punto. Así de simple. Es una verdad objetiva. Lo es por  lo que demuestra como obra literaria, o sea, como producto lingüístico sujeto a los dictámenes de la función  poética del lenguaje; y como pieza sociológica e ideológica que gira alrededor de la venturosa idea de que un  mundo mejor es posible; y como instrumento educativo para descubrir que todo está interrelacionado y que los  sentimientos y el conocimiento han de ser arropados por los educadores con independencia de la índole que sean;  y como composición que, en sus diferentes niveles interpretativos, al menos para quienes estamos al tanto de la  trayectoria literaria de nuestro autor, admite la detección de vetas, de filones, que conducen a percibir la  trascendencia de esta propuesta creativa como punto de inflexión en el camino poético de nuestro monumental  escritor. 

Concreto un tanto esto último que he apuntado para luego abordar los aspectos literarios, sociales e ideológicos  del título. He utilizado la expresión “punto de inflexión”. ¿Por qué? Porque hoy nos reúne la primera obra juvenil  que nuestro autor ha compuesto a conciencia, es decir, desde la misma nada; y aunque lo de “juvenil” no lo tengo  tan claro —ya lo he dejado caer e insistiré en ello más adelante—, lo asumo en la medida que ha determinado una voluntad compositiva diferente a la que estuvo presente en los otros dos títulos que comparten categoría  bibliográfica con el que nos ocupa: El naufragio de los mapas (1998) y Omar el Cangrejo (2004), luego rehecho  y renombrado como Omar, el niño cangrejo (2017). Estos dos productos sustentaban su contenido en textos  previos que habían sido elaborados para adultos; sobre todo, de Las mareas brujas (1991), la ópera prima  narrativa de Álamo de la Rosa. Ahora no ha sido así. Nuestro autor, asumido el reto de la escritura, se ha visto en  la necesidad de cambiar el registro con el que codificaba sus propuestas literarias dirigidas a los más jóvenes: ha  pasado de adaptar, ajustar, encajar, el mensaje que en su origen se elaboró para los adultos a empezar de cero, fijando como punto de arranque del proceso el perfil del destinatario inicial que obraba en sus intenciones: los  lectores más nuevos, tanto por su edad como por sus bagajes de lecturas; y, en consecuencia, asimilando los  patrones que, en mayor o menor medida, caracterizan a las piezas destinadas a este público.

No ha debido ser fácil. Al contrario. El desafío se me antoja muy complicado. De todas las literaturas habidas y  por haber, sostengo sin titubeos que la más difícil esla que tiene por objeto entretener y, con ello, captar receptores entre el público infantil y juvenil; o sea, entre aquellos que tienen muy claro que solo van a sonreír si lo que se  les ofrece empuja a ello, que dejarán a un lado cualquier cosa que les estorbe, que acogerán con curiosidad cuanto les atraiga. Lo sé porque mis muchos años en la docencia y mi dilatada experiencia como lector y bibliófilo me  lo dictan de un modo reiterativo; y porque el único intento serio que he hecho en mi vida por componer una obra  de estas características (a un lado dejo las fruslerías de naturaleza escolar) se saldó con una serie de preocupantes  y nocivas inquietudes sobre el tipo de público que podía acercarse al potingue que yo había elaborado, y sobre la  falta de ternura que destilaba mi prosa (¡qué fácil lo hace Víctor!), y sobre mi desquiciante propensión a ser  pedante y rimbombante, y sobre la falta de naturalidad; y sobre…, en fin. Por eso, alabo a quienes son capaces  de sacar adelante proyectos editoriales pensando en la infancia y los adolescentes; por eso, además, valoro el  resultado de este libro y, con él, a nuestro autor: primer intento, primera diana; primer pleno, primer certero  acierto (¡qué aliteración tan de Álamo de la Rosa!) que da apertura a un nuevo carril creativo que, sin duda alguna, deparará a nuestro autor jugosos éxitos literarios y suculentas satisfacciones. 

Si miramos con la debida perspectiva lo que ha sido el camino de Álamo de la Rosa como escritor, veremos que  este se distribuye en tres vías desiguales: en primer lugar, está la que marca el ensayo, que ha sido la menos  transitada y, en general, la más desconocida a pesar de que un par de títulos avalan el buen quehacer en este ámbito (Escritores en su tinta —1995— y Da que pensar —2020—); en segundo lugar, la poética, que fue la que  le abrió las puertas a la literatura, le ayudó a forjar su estilo y le consolidó desde el inicio como una de las voces  más personales y destacadas de nuestro actual siglo literario, y que nunca llegó a ser herreña en sentido estricto  (como se puede constatar en Trabajar en los vientos —2021—, volumen que la agrupa en su totalidad); y, en  tercer lugar, la narración, que ha sido el género que le ha dado la fama y el conocimiento global del que ahora  goza. Dentro de este último grupo, está, por un lado, la ruta herreña, compuesta por cinco novelas y dos libros de  relatos espectaculares; y, por el otro, la travesía no necesariamente antípoda, pero sí diferente, que representan  cuatro magníficas novelas y un libro de cuentos que han quedado eclipsados por la onda expansiva del material  herreño, a pesar de que son piezas extraordinarias. Llegados a este punto, con este panorama ya bien delimitado,  va y aparece La pandilla del mero Pancho; y con ella, el regreso a El Hierro, pero no al mítico que nos ofreció  Víctor durante veinte prodigiosos años (1991-2011), sino al que representa una isla que ahora surge reformulada  desde la visión afectuosa de un niño que, trasunto en ocasiones del autor, se desenvuelve en los mismos parajes  donde se ambientaron sus obras más célebres y donde vivió los instantes vitales más determinantes de su infancia  y adolescencia. Es inevitable percibir cómo un dulce aroma autobiográfico impregna unas páginas que  constituyen, desde el enfoque con el que yo articulo mi visión del libro, una suerte de renacimiento; de vuelta al  comienzo, de retorno a la que él siempre ha sostenido que es la isla al principio. 

III 

Antes apunté al hecho de reconocernos en las páginas del libro para consolidar la idea de que todos somos, en el  fondo, los destinatarios de esta obra; y en lo que llevo de brevísima disertación he destacado dos veces, si mal no  recuerdo, la palabra HOGAR. Ambos elementos están relacionados en este título y representan el fundamento de  su singularidad, que se manifiesta desde el mismo índice del libro, que cabe convertir en nuestra imaginación en  el plano de este monumental edificio literario. Si nos fijamos en lo que nos ofrece, lo primero que debería captar  nuestra atención es cómo, entre dos sumas que conforman la “nada” y el “todo”, se insertan nueve capítulos cuyos  enunciados empiezan igual: “Un hogar con…”. 

¿Qué es la “nada”? La desunión. La distancia. La dispersión. El no tener un punto fijo de referencia vital. Un  matrimonio ha decidido que se va a separar. Después de una convivencia en la que, como nos cuenta la joven voz  narrativa, sus integrantes han intentado disimular sus desavenencias, concluyen que lo mejor es la separación y  deciden comunicárselo a su hijo. Él, que ha sido testigo y víctima del mal ambiente y de las fisuras en la relación  de sus progenitores, declara que no es un “niño nada”, que tiene su vida y que está al tanto de lo que pierde ante  la coyuntura de tener que vivir en dos casas; y lo sabe porque conoce el significado de la palabra HOGAR, que  lo es todo. 

El protagonista, que se sitúa de este modo entre sus padres y la pandilla restinguera, a partir de esta revelación dará paso a una serie de relatos que, distribuidos en episodios y ejerciendo la función de argumentos, serán los  que vertebren el valor de la palabra talismán. Así se configura una historia de historias que, aun siendo muy serias en el propósito último de su mensaje, son sumamente amables en sus formas y en el estilo, sobre todo porque  toda tragedia queda reducida al ámbito de la anécdota pasajera y porque se huye de cualquier interés moralizante. 

El contenido es “serio” por cuanto, con varias acepciones del DRAE en la mano —‘real’, ‘grave’, ‘verdadero y  sincero’, ‘sin engaño o burla, doblez o disimulo’, ‘de consideración’—, se busca afianzar en nuestro ánimo e  intelecto la importancia que posee la palabra HOGAR. Pregunto: ¿se han parado a considerar esta valía? ¿Se han planteado alguna vez el peso tan enorme que tiene en nuestra cotidianeidad y en nuestra concepción del bienestar?  En el fondo, reconozcámoslo: ¿qué deseamos para nuestros descendientes y nuestro alumnado si no es la  posibilidad de que puedan tener un hogar donde habiten su paz y su prosperidad? 

Los variados sentidos con los que se proyecta el mágico término me permiten ver en La pandilla del mero Pancho una suerte de diccionario muy especial compuesto por un solo lema al que acompañan muchos significados.  HOGAR es la ayuda de un pueblo marinero con los pesqueros que se juegan la vida para traer el sustento a sus  casas y, por extensión, la de todos los pueblos a todos los suyos; y la solidaridad colectiva con quienes vienen del  mar (o de donde sea) buscando una vida mejor; y la integración en la comunidad de todos los que, de manera  unívoca, la componen con independencia de su condición sexual, religiosa, racial o de su procedencia; y la  defensa sin cortapisas de los más débiles y vulnerables; y el respeto por el pasado, tanto próximo como remoto;  y la protección de nuestro patrimonio, sea o no tangible; y la vinculación física y espiritual con la naturaleza, y  con el mar y la tierra que nos alcanzan… Y con la Tierra, con el planeta, que representa la totalidad de cuanto somos y que viene a simbolizarse en las formas de la isla del principio y, de algún modo —por eso de la  esfericidad terrestre—, del final: El Hierro. Hogar es el gran abrazo de la humanidad que es consciente de que,  como habitantes del humilde punto azul que flota en medio de la vastedad cósmica, solo la hermandad nos  permitirá la supervivencia. Humanidad, hermandad, habitantes, humildad… voces con hache de “hogar”. 

Todo esto es lo que la voz narrativa de nuestro desenfadado protagonista va compartiendo con nosotros a través  de múltiples digresiones que, en el fondo, no son más que muestras de un inmenso apasionamiento, de una  encendida emoción en la defensa de la hermosura que atesora la gran palabra que cubre las páginas de este  magnífico libro. Reconozco, en este sentido, que me encanta que se tome a chacota su diagnosticado “déficit de  atención” escolar. Se le va el hilo de lo que cuenta porque quiere hacernos partícipe de tantas cosas que no sabe  por dónde tirar. Vaya tipo más encantador. Qué gran acierto el hacer que sea como es y lograr que se integre a la  perfección en lo que es un libro kit, una obra que tiene muchas funciones: entretiene, enseña, promueve la reflexión, fomenta la creatividad… 

Un ejemplo sobre esto último: si se fijan en el índice, verán que hay un prólogo que firma uno de los personajes  del libro, Manolo el Maestro, quien a su vez es uno de los nombres que están más presentes en las obras herreñas  de nuestro autor. Husmeando un tanto en esta parte del libro, nos encontramos con que el prologuista habla de  uno de sus alumnos, un tal Victoriano Alameda del Rosario, otro de los recurrentes, de quien sospecha que es el  autor de la novela. La ficción, pues, está presente desde el mismo preliminar de la obra. Metaliteratura que sirve  para consolidar el propósito de la “metavida”: literatura dentro de la literatura y vida dentro de la vida. De ahí la  declaración final de esta parte del libro, que adquiere los visos de un soberbio aforismo sobre las identidades  mancomunadas: «En la literatura está todo lo que nos hace distintos». 

IV 

Comencé diciendo que tres eran las premisas con las que me presentaba hoy ante ustedes. «¿Las he cumplido?»,  pregunto. Veamos: he hablado bien del libro y no porque yo atesore algún excepcional talento, sino porque es  imposible hablar mal de La pandilla del mero Pancho.  

En breve cederé la palabra al gran Víctor Álamo de la Rosa. Su exposición y la firma de ejemplares demostrarán  que él y su obra son los verdaderos protagonistas de la velada, los monumentos que concitarán en ustedes toda  clase de alegrías anímicas, afectivas e intelectuales. Ya verán que tengo la razón. 

Y en lo de hablar poco… Ay, en lo de hablar poco. Qué difícil, qué complicado me ha resultado limitar tanto mis  palabras; lo cual, en el fondo, visto tal y como conviene hacerlo, es lógico que así sea: ¿cómo no voy a ser locuaz  si aquí, ahora, con ustedes, me siento como si estuviera en mi casa, como si todo lo que me rodea no fuera otra  cosa que un delicioso, acogedor y entrañable HOGAR? 

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