¿Cómo se logra tener una opinión? En realidad, ésta es una pregunta que me llevo haciendo los últimos dieciséis años, justo en el momento en el que empecé a escribir esta columna. Para mí, las principales herramientas han sido la experiencia, la observación, el contexto histórico y, sobre todo, evitar los estereotipos y los prejuicios que éstos acarrean. Unas veces lo he logrado con mayor acierto y otras, no, pero si algo he tratado de dejar claro a lo largo de estos años es que, cuando se da una opinión, debe estar sustentada por algo más que las ganas de unir una palabra con otra.
¿Feminazi? ¡No me diga! ¡No me diga!
El problema es que, esos mismos defensores de las esencias patrias -analfabetos funcionales que solamente se mueven por un interés partidista y mercantilista- llevan demasiado tiempo condicionando la vida, las aspiraciones y los deseos de más de la mitad de la población de nuestro país y NO parecen darse cuenta de que el mundo, el de verdad y no es suyo propio, ha cambiado y de una manera mucho más drástica de lo que ellos serán nunca capaces de aceptar.
A estas alturas, es cierto que no deberían existir leyes que castigaran la violencia de género, que no doméstica, dado que NO debería existir dicha violencia, ni de género, ni domestica ni de ningún tipo… El ser humano en general y los varones, en particular, llevan demasiados siglos abusando y maltratando a sus semejantes -en especial, a las hembras de su entorno- y ya es hora de que esa situación se termine de forma definitiva.
Ya está bien de defender lo que no se puede defender y, peor aún, de esconder la realidad, porque ataca un status que, de tan podrido que está, hace irrespirable el ambiente circundante. Si tan enfadados y/o frustrados y/o deprimidos están, que busquen atención médica, psicológica o familiar, pero que no descarguen sus frustraciones con quien, por causas sociales, de formación o de constitución física poco puede hacer por defenderse.
A su vez, es hora de cerrar la boca y dejar de decirle a las mujeres lo que deben hacer con su cuerpo y con las consecuencias posteriores a una violación y/o a una relación sexual insatisfactoria. Ni las consideraciones religiosas, de carácter íntimo, personal, pero, en ningún momento, abusivas ni cercanas a la coacción, ni las consideraciones sociales ni económicas, deberían ser óbice ni cortapisa para que una mujer pudiera decidir lo que hacer, llegado el momento, en una situación como la que describo unas líneas más arriba. Y quien piense que tomar una decisión como la de interrumpir una concepción es algo que se toma “a tontas y a locas” y sin secuelas posteriores no sólo es un memo irrecuperable, sino un ser deleznable, incapaz de sentir la más mínima empatía por sus semejantes.
Además, oyendo el discurso de todos esos mamarrachos da la sensación de que las únicas culpables de su situación son las mismas que deben tomar una decisión sobre su cuerpo y sobre su estado cuando, en realidad, hay demasiados “descerebrados” sueltos por el mundo que mejor se sometieran a una vasectomía -y a una estimulación del tejido neuronal, todo sea dicho- y así el mundo dejaría de moverse por los instintos primarios de una legión de engendros que deberían formar parte de la cámara de los horrores del londinense museo de Madame Tussaud.
Todo lo demás, incluyendo las incoherencias que arrastran y de las que hacen gala los “preclaros”, “lúcidos” y siempre torticeros líderes que nuestro país debe soportar en la actualidad, son banalidades que mejor se las reservaran para cuando estén ante su parroquia más íntima y entregada, digan lo que digan y hagan lo que hagan.
Mientras existan las diferencias de trato, consideración, valoración económica de un trabajo y privación de libertad para ejercer los derechos que las personas tienen en un estado libre, democrático y en el que se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley (artículo 16 de la Constitución española del año 1978) nuestra sociedad será una sociedad imperfecta.
No hay razones válidas, salvo la comodidad, la insensatez y el deseo de imponer una posición de privilegio de una minoría contra una mayoría para que hoy en día, ocho de marzo del año 2019, sigan existiendo las diferencias y desigualdades que las mujeres deben soportar en nuestro país.
Y para quien quiera recurrir al adjetivo “Feminazi”, término acuñado en el año 1992 por uno de tantos voceros que dicen defender las esencias del mundo actual, les recomiendo que se lean el tercer capítulo del libro Las juventudes hitlerianas escrito por el historiador, sociólogo e investigador canadiense Michael H. Kater. Dicho capítulo está dedicado a Irma Grese, una de las más sádicas y despiadadas guardianas de los campos de exterminio de Auschwitz II-Birkenau y Bergen-Belsen, quien, el día que tuvo lugar la ejecución de su sentencia de muerte, no sólo no demostró ningún síntoma de arrepentimiento, sino que llegó a increpar a su verdugo mientras éste le colocaba la soga al cuello que acabó con su vida, a la edad de veintiún años. 1
Una vez lo lean, puede que entiendan lo que de VERDAD era una seguidora del partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, que no una “feminazi”, término tan absurdo como quienes lo enarbolan como insulto sin ningún tipo de pudor, o muestra de inteligencia alguna al hacerlo.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019.
1- Kater, M. H., & Gutiérrez, A. F. (2016). Las Juventudes Hitlerianas (1st ed.). Madrid: Kailas.
Sobre este blog
¿Cómo se logra tener una opinión? En realidad, ésta es una pregunta que me llevo haciendo los últimos dieciséis años, justo en el momento en el que empecé a escribir esta columna. Para mí, las principales herramientas han sido la experiencia, la observación, el contexto histórico y, sobre todo, evitar los estereotipos y los prejuicios que éstos acarrean. Unas veces lo he logrado con mayor acierto y otras, no, pero si algo he tratado de dejar claro a lo largo de estos años es que, cuando se da una opinión, debe estar sustentada por algo más que las ganas de unir una palabra con otra.
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