La lluvia, ya de por sí escasa en Canarias, apenas ha caído del cielo durante este 2017. “Desde octubre de 2016 a junio de este año ha habido un déficit de precipitaciones”, desvela el delegado de la AEMET en las Islas, Jesús Agüera. A los agricultores les quedaba la esperanza de que con la primavera, en los meses de abril o mayo, cayese algo de agua, pero lo que se ha producido es “un aumento de la temperatura de uno o dos grados por encima de la media”.
Aceptada ya la situación “catastrófica” para el sector primario en Canarias, según el presidente de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) en Las Palmas, Antonio Suárez, no queda más que resignarse porque “no se puede hacer absolutamente nada, cuando viene un año como este es imposible aportar soluciones”.
“En los últimos 30 años es difícil encontrar una época más húmeda de lo normal, en general las temperaturas son más cálidas de lo habitual”, afirma Agüera. Lo corroboran las presas: en Gran Canaria, los volúmenes de los embalses públicos (Chira, Ayagaures, Gambuesa, Candelaria, Fataga, Vaquero y El Mulato), estaban en su conjunto al 32% de su capacidad a finales de diciembre de 2015, al 23% en el mismo mes de 2016 y el último dato de 2017 las cifra en el 22%; en Tenerife, donde suelen caer más precipitaciones, los 20 embalses que gestiona la empresa pública de la corporación insular (Balten), muestra que están justo al 50% de su capacidad de media, lo que confirma también una progresiva disminución, ya que al cierre de 2016 estaban al 51% de ocupación, frente al 62% de la misma época en 2015.
En estas dos islas, las zonas más castigadas se ubican en el sur. “En el sur de Gran Canaria ya hay restricciones y hay que dejar de plantar el 40% de lo que otros años se ha podido cultivar”, explica Suárez.
De las restricciones sabe bastante el agricultor Juan Ramírez, miembro de Cosecha Directa que trabaja en la zona de El Tablero (San Bartolomé de Tirajana): “Nosotros tenemos unas limitaciones a la hora de usar el agua, contamos con un gasto de agua anual y de ese gasto, nos quitan unas 400 horas de agua, un 20% del agua que se consume en condiciones normales”.
Normalmente el agua con la que Ramírez riega sus cultivos proviene de las presas, que le cuesta unos “quince euros la hora” (36.000 litros), pero con la escasez de lluvias, deben recurrir a las depuradoras de Las Palmas de Gran Canaria, “y me sale a 18 euros la hora”, aunque sabe que a otros les cuesta hasta “36 euros la hora”, algo “totalmente inviable”.
Todo ello hace que los agricultores del sur grancanario se vean “limitados a la hora de cultivar” porque “la sequía nos deja sin mucho margen de maniobra”, ya que “no podemos usar todo el agua que necesitamos, que es la que usamos normalmente”, relata Ramírez.
Hernán Tejera, secretario de la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Canarias (Asaga), expone que “en el sur de Tenerife sigue habiendo problemas graves, como en Arico, a donde no llega el agua”, pero deja lugar a la esperanza debido a las medidas que se están tomando desde las instituciones: “Hay que recordar que se puso en funcionamiento la desaladora de Granadilla, que da servicio desde Arico hasta el Valle de San Lorenzo”.
“El espacio que va de Santiago del Teide hasta Adeje tiene posibilidades de mejora porque se ha inaugurado el bombeo desde la desaladora de Fonsalía, que está en fase de pruebas, hasta el depósito de Lomo del Balo. Se va aportar un caudal pequeño, entre 2.500 y 2.300 metro cúbicos de agua, pero es un aporte interesante debido al invierno tan seco que hemos tenido. Así que cualquier aporte es importante” narra Tejera.
Esta situación no se da en el sur grancanario porque “las desaladoras que están en Maspalomas funcionan para el abasto de la zona turística, que consume una barbaridad de agua. También hay alguna más, pero son particulares, de algún conde”, detalla Ramírez.
Lo que desconcierta al agricultor es que el principal municipio turístico de la Isla no tenga depuradoras y deban recurrir a traerla de la capital, algo que, por otro lado, agradece a las instituciones que lo hacen posible porque gracias a eso pueden decir que nunca se quedan sin agua.
Ramírez ha visto como compañeros “han abandonado cultivos por falta de recursos hídricos” y desconoce cómo se podrían mitigar los efectos de una sequía: “¿Cómo se reduce el gasto de agua? ” se pregunta.
Aunque en Tenerife Tejera no conoce “casos de abandono” sí reconoce que la sequía tiene una incidencia en el cultivo de la papa de forma indirecta. “La escasez de agua favorece el desarrollo de las plagas y la polilla guatemalteca ha echado a perder el 50% de los cultivos de papa”.
Apuesta de futuro
Ante la falta de lluvias no se puede hacer gran cosa en la agricultura más que esperar a que llegue una época más húmeda, ya que lo prioritario es el abastecimiento de la población y el turismo.
“Hay municipios en los que el uso de agua compite con el abasto urbano y el turismo. Y esto hace que sea necesario dotar a todas las áreas turísticas de agua desalada a coste competitivo y, en la medida en la que la población pueda tener acceso a otro tipo de suministro hídrico, entendemos que las zonas dedicadas a la agricultura también tendrán más disponibilidad”, explica Tejera
Mientras tanto, Ramírez recomienda “hacer campañas de concienciación para que la población consuma el agua de forma responsable” o, sobre todo, que los políticos “no estén dando un paso adelante y luego, cuando llega otro, den un paso hacia atrás”.
Se refiere Ramírez al salto de la central de Chira con Soria: “El mayor problema es que tenemos todo el agua que queramos, pero la tenemos que desalar y aquí entra la política. Lo ideal sería el salto de Chira, sería la panacea para el sur de Gran Canaria, porque esto significaría tener dos desaladoras que estarían bombeando agua permanentemente”, pero, hasta que eso llegue, debe aguantar lo mejor que pueda.
“Este año es un desastre para el agro de Gran Canaria porque las infraestructuras son las que están”, remarca Suárez (UPA), quien tiene claro que la apuesta de futuro debe ir enfocada a “las desaladoras y renovables” porque las primeras no pueden abastecer a territorios de las zonas altas “debido a su coste energético” y, si además hay sequía “el agua de las presas de esos espacios se traslada a las zonas costeras”, lo que provoca que “las partes altas se quedan secas”.
Las renovables “reducen ese coste energético y abaratan el traslado de un metro cúbico de agua de un sitio a otro”, concluye Suárez.