La segunda noche del Womad incluyó boda

Noche de conciertos en el WOMAD Fuerteventura 2016

Nidia García Hernández

La segunda cita del Womad de este 2016 vino cargada de nueve horas de música ininterrumpida e interpretada por artistas comprometidos y para todos los gustos, como suele ser habitual en este festival, que Fuerteventura lleva acogiendo por tres años consecutivos.

Ruts & La Isla Music abrieron los conciertos del sábado, siendo los encargados de atraer a las personas que recorrían los mercadillos de la avenida hasta la arena de Gran Tarajal. Poco a poco la multitud fue creciendo, cautivada por unas letras donde prima la alegría y el sentimiento. El proyecto tinerfeño lo lidera Ruts, su carismática cantante, pero no está sola sobre el escenario. Siete componentes más, entre músicos y coristas, contribuyen al chute de positividad envuelto en reggae que presentan sus temas: “Las cosas hay que cantarlas para que sucedan”, diría Ruts para animar a todos a corear el estribillo: “Todo va a salir bien”. La mejor manera de romper el hielo y dar paso a otras canciones más reivindicativas como Golpeas mi cuerpo, en contra de la violencia de género.

Bajo un juego de luces rojas llegó The Birkins, la banda de Gran Canaria que mezcla pop británico y chanson francesa. “Pedimos a la gente que se acerque, que necesitamos calor humano” dijo su voz femenina, inaugurando un setlist que alternaba inglés y francés en sus letras. Desde luego, calor humano consiguieron, pues con su intensa actuación la playa empezó a estar llena y animada, especialmente tras su personal versión de David Bowie, The man who sold the world.

Hans Laguna irrumpió en el segundo escenario con un estilo que aúna folk, pop y canción de autor. La banda aprovechó su participación en el Womad para presentar nuevo disco, Manual de fotografía, donde pasaron del reggaetón cubista al vudú, adjetivos que el grupo iba adjudicando a sus temas durante el concierto.

La sucesión de etiquetas se vio interrumpida por la que fue la sorpresa de la noche: bajista y corista iban a casarse sobre el escenario. Una ceremonia de bodas alternativa, “un acto antisistema en estos tiempos donde todo es a corto plazo” dijo Laguna para dar paso a unos votos personalizados que incluían el compromiso de quererse “en la delgadez y la gordura, en el apogeo y la decrepitud”. El sí, quiero se fundió en un beso que, como no podía ser de otro modo, fue vitoreado por el público.

Al dar las nueve empezó la esperada actuación de la artista mauritana Noura Mint Seymali. Un espectáculo que combina diferentes músicas tradicionales pero de envoltura asequible y fácilmente disfrutable por el público.

Noura apareció acompañada de su ardine, un arpa de nueve cuerdas, reservado exclusivamente para las mujeres. A su lado se encontraba otro inseparable, su marido Jeiche Uld Chighaly, tras la guitarra eléctrica.

El repertorio incluyó versiones contemporáneas de canciones clásicas de Mauritania junto a otras composiciones originales. La voz de Noura sonó imponente y se vio reforzada por el virtuosismo de Chighaly. Juntos sumieron al público en un trance explosivo sin precedentes.

A esas alturas de la noche, el paseo se había vuelto difícilmente transitable dada la gran afluencia de gente, muestra indiscutible del éxito del festival. De pronto, el sonido del acordeón se apoderó del ambiente: era el momento de la música prohibida de Cabo Verde, interpretada por Bitori y Chando Graciosa. Unos ritmos bailables inspirados en la tradicional funana que hizo mover los pies a todos los presentes.

La removida arena negra de Fuerteventura no dejó de agitarse con Warsaw Village Band, autores de un estilo que bebe de las raíces polacas del grupo. La lluvia terminó por presentarse durante su directo aunque el público no los abandonó, imbuido como estaba, por las ganas de pasarlo bien con los ritmos tribales que desprendían los violines y la percusión. El atrezo definitivo lo pusieron los relámpagos que centellaron varias veces sobre el escenario.

Las gotas remitieron para dar paso a Flavia Coelho, una artista nacida en Río de Janeiro pero residente en París. De este transitar de influencias nació un híbrido que combina samba y reggae con un corte cosmopolita. Las armonías y ritmos vibrantes de Flavia contagiaron a un público que se dejó atrapar por el tono veraniego de la música, lo que devolvió el calor a los cuerpos aún mojados.

Los artistas de Mali, Bassekou Kouyaté y Ngoni Ba, tomaron el relevo de la intérprete brasileña. Su estilo es responsables de revolucionar las posibilidades del sonido y la narrativa del n’goni, el instrumento tipo laúd, esencial para la cultura griot de su tierra. Bassekou es un visionario de la música africana, con la pasmosa capacidad de dotar a su n'goni de cuatro cuerdas, toda la grandeza de una guitarra de rock. De ahí que se le conozca como el Hendrix del n'goni.

La banda demostró que su fama está plenamente justificada. Un sonido único que, sin dejar de ser respetuoso con el pasado del que es deudor, aporta un aire atemporal, propio de las grandes creaciones.

DJ Cal Jader fue el último invitado en pisar el escenario. Miembro fundador de Movimientos, un grupo que combina activismo político y música; mayoritariamente centrado en los problemas de América Latina pero siempre dispuesto a poner voz a cualquier grupo marginado socialmente.

Su afán combativo convirtió a Jader en el candidato ideal para despedir la noche musical del Womad. El DJ regaló al público su personal sonido, compuesto de compases latinos, ritmos acelerados de carnaval y pura festividad tropical. El cierre perfecto para un festival que permanecerá en la memoria de todos para siempre (y más brevemente, en las agujetas de tanto saltar, mañana).

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