Okja: una fábula contra el capitalismo de la carne
Okja tiene una gran ventaja de su parte: es ficción, y como fábula que es, nos acercamos a ella con la guardia baja. Pocos esperarían que una película palomitera les cambiase, pero este cuento nos enfrenta a una parte muy real de nuestro día a día y que solemos omitir, aplicándonos aquel “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pues Okja les hará sentir, o cuanto menos, cuestionarse su estilo de vida.
Si el mensaje de la película produce tanto impacto es porque Okja no aparece como el producto final al que estamos acostumbrados −una bandeja de carne envasada al vacío−, sino que lo hace como nuestra mascota. El director, Bong Joon-Ho, retrata el vínculo entre Okja, un cerdo transgénico, y Mija, la niña protagonista: una amistad sin devaluaciones que se desarrolla en los bosques de Corea del Sur. El afecto es mutuo y palpable, igual que el que cualquiera con un perro o un gato en casa corroboraría. Una compañía que no necesita de palabras para confortarnos y que, como en el caso de Okja, muestra inteligencia y empatía. Es, al identificarnos con esta conexión, cuando sucede la magia y el mensaje nos llega de pleno: tenemos que terminar con esta injusticia. Pudiendo llegar a ser más efectivo que artículos o documentales animalistas, ya que el público no está sesgado de antemano.
Tampoco es que Bong Joon-Ho pretenda convertir a la audiencia al veganismo, pero sí espera hacerla consciente de la terrible realidad de esta industria. Es el efecto Okja y está en boca de todos.
Una aventura épica
La trama principal de Okja narra la historia de amor entre una niña y su mascota. Mija (An Seo Hyun) demostrará una lealtad inquebrantable y no perderá de vista su objetivo ni por un momento: recuperar a Okja. Ésta ha sido su compañera de juegos en los remotos bosques de Corea y, junto a su abuelo, conforma su pequeña familia. El animal se asemeja a un cerdo pero supera el tamaño de un hipopótamo. Se trata de una especie transgénica, un experimento creado por la Corporación Mirando y etiquetado como supercerdo. Su creación forma parte de una estrategia de marketing que aspira a lavar la imagen de Mirando, reapareciendo como una compañía ecológica cuyo fin es acabar con el hambre del mundo. Para ello han organizado un concurso a nivel mundial donde distintos granjeros competirán por criar al mejor supercerdo. El abuelo de Mija es uno de los candidatos.
Okja vive ajena al plan y se desarrolla como un apacible gigante que demuestra tener una gran sensibilidad e inteligencia, pero esto carece de importancia para la directora y gestora del proyecto, Lucy Mirando (Tilda Swinton). Para ella, los supercerdos son el milagro que “el mundo ha estado esperando”, diseñados para “consumir menos piensos y producir menos excrementos”, pero sobre todo, “para saber a gloria”. Producirlos en cadena será el siguiente paso, tras celebrar el peculiar concurso de belleza porcina que tendrá lugar en Nueva York, presentado por un decadente zoólogo televisivo, el doctor Johnny Wilcox (Jake Gyllenhaal). Pero Mija no se rendirá tan fácilmente y seguirá a su amiga hasta Estados Unidos, ayudada por el Frente de Liberación Animal, un grupo de ecologistas liderados por Jay (Paul Dano).
La película combina varios géneros sin resultar caótica, alternando humor, horror y ternura, a un ritmo que consume velozmente sus dos horas de duración. Los paisajes de Corea parecen hacer un guiño a las escenas más icónicas del Studio Ghibli, donde Okja aparece como una suerte de Totoro gigantesco que concentra la misma dosis de monumentalidad y encanto. Diseñada por Hee Chul Jang, se integra con absoluto realismo gracias a los efectos visuales de Erik-Jan de Boer, ganador de un Oscar por su trabajo en La Vida de Pi. El director de fotografía, Darius Khondji, cierra el equipo, deslizándose magistralmente desde la belleza de las montañas, con sus paisajes panorámicos, a la oscuridad y crudeza industrial de la última parte.
Netflix rediseña el cine
Pese a ser una producción que nada tiene que envidiar a cualquier taquillazo de Hollywood, Okja no fue pensada para proyectarse en la gran pantalla sino que su estreno tuvo lugar el 28 de junio en la plataforma de streaming Netflix. Ésta cuenta con casi 100 millones de suscriptores de 191 países. No es una opción que se quede corta de espectadores pero los críticos lamentan que la mayoría de reproducciones se limiten a la pantalla de la tablet o el teléfono móvil.
Sin embargo, es gracias a servicios como Netflix que un proyecto así, que saca a luz la falsedad de las etiquetas eco del capitalismo corporativo y señala el impacto ambiental de la producción masiva de carne, ha podido salir adelante. La propuesta de Bong Joon-ho se excusa en los elementos fantásticos y el ambiente de fábula para arrojarnos varias preguntas incómodas y contrarias a los intereses de las grandes multinacionales. Un concepto que encontraría muchas más cortapisas en el cine tradicional actual.
La única forma que tiene Netflix para competir contra los grandes estudios es, precisamente, salirse de los márgenes de lo establecido y apostar por lo que otros no están dispuestos a financiar. Jon Ronson, co-autor de Okja, lo confirmaba en un artículo para The Guardian: “¿Quién más habría financiado una película de 60 millones de dólares que es tan extraña e inquietante (y multilingüe) como ésta?”. Sólo Netflix.
La empresa se está haciendo famosa por no imponer límites que coarten la libertad de sus directores y esta carta blanca creativa está sirviendo de reclamo para que actores de primera fila se interesen por los proyectos de la casa. O en palabras del propio Bong Joon-ho: “Si quieres hacer algo diferente, Netflix es un buen lugar para ello”.
Al desmarcarse de su formato primigenio (un enorme catálogo de películas y series antiguas) y lanzarse a la producción original, la compañía está cambiando las normas de la industria. Pero esto es algo que no gusta a los más académicos, de ahí que su participación en Cannes haya estado envuelta en polémica. Okja estaba entre las seleccionadas para optar al máximo galardón, la Palma de Oro, pero su proyección para la prensa fue abucheada nada más aparecer el logo de Netflix y sufriría unos convenientes problemas técnicos que obligarían a reiniciar la película. Bong Joon-ho prefirió tomárselo con humor: “Estoy muy contento porque ustedes tuvieron que ver la secuencia de apertura dos veces”.
Entre los detractores de este tipo de iniciativas está Pedro Almodóvar, presidente del jurado de Cannes, quien dijo que las películas sin distribución en cines no deberían considerarse para la Palma de Oro. Justo un año donde participan varios de los proyectos de la plataforma streaming: Okja y The Meyerowitz Stories. Esta última del director Noah Baumbach, junto a un elenco que incluye a Adam Sandler, Emma Thompson, Ben Stiller y Dustin Hoffman.
La Federación Nacional de Cines Franceses considera que la distribución en línea de las películas “pone en tela de juicio su naturaleza como obra cinematográfica”. Una postura presuntuosa y anacrónica, pero por la que la dirección del certamen ha preferido decantarse. Recientemente anunció que, a partir del próximo año, las películas elegidas tendrían que garantizar su proyección en cines franceses. Por su parte, Netflix ha ofrecido la posibilidad de conceder una licencia temporal −no más de seis proyecciones− de sus películas. Pero tanto Netflix -como Amazon- se niegan a comprometerse a un lanzamiento convencional en salas, entre otras cosas, porque la ley francesa obliga a esperar tres años para ofrecer el mismo contenido en streaming. Por suerte, el presidente Emmanuel Macron se ha comprometido a revisar la normativa y tal vez se pueda llegar a un consenso más realista en el futuro.
Removiendo conciencas
Para comer la carne, necesitamos ignorar el matadero; y para comportarnos cruelmente, tenemos que pensar que no lo estamos siendo. Sobre esta máxima se desarrolla el discurso de Bong Joon-ho. El director visitó un matadero en Colorado para documentar la película, una experiencia que definió como “abrumadora y traumática”, volviéndolo vegano durante dos meses. “No fue necesariamente una declaración política o filosófica; fue algo instintivo, una reacción física al olor que había allí”, explica. El recorrido por aquella fábrica sobredimensionada, “cinco veces mayor que un estadio de fútbol”, le hizo consciente del abuso del que estaba siendo cómplice.
Esas mismas sensaciones quiso plasmarlas en Okja, donde las escenas del matadero son realmente perturbadoras. Impactan y puede que el efecto no sea permanente para todos, pero puede llegar a influir de manera decisiva en las nuevas generaciones. La película muestra la curiosa dicotomía que presentan los animales actualmente: por un lado, son un miembro más de la familia cuando son nuestras mascotas; pero por otro, los encontramos troceados en cualquier supermercado, sin que ello nos plantee un cuestionamiento moral. Una contradicción que se produce, en su mayoría, por desconocimiento. “Hay una gran cantidad de niños que no se dan cuenta de dónde viene su comida”, aclara Jon Ronson. El co-autor de Okja espera que los más jóvenes lleven a cabo cambios significativos en su estilo de vida después de verla, pero Bong Joon-ho no es tan idealista. Él mismo retomó su dieta al volver a Corea, donde “en cada esquina de cada calle encuentras carne”. Sin embargo, aunque su objetivo nunca fue volver vegano al mundo, sí que quiere resaltar el modo en que los seres humanos tratamos a los animales, incluyéndolos en un desalmado sistema de producción en masa. Es, sobre todo, un alegato contra la industria.
Sacando a la luz las cuestionables prácticas del mercado, el director espera que su audiencia “considere, al menos una vez, de dónde viene la comida que tiene en el plato”. A nivel mundial, casi 60 mil millones de animales son sacrificados cada año, unos números que no sólo incluyen maltrato y pésimas condiciones, sino que influyen negativamente a nivel ecológico. Tomar conciencia y ser consecuentes con nuestras acciones es algo que no podemos seguir posponiendo. Y ver Okja puede ser la oportunidad para dar el primer paso.