Mapear en sentido estricto y fielmente 300 metros cuadrados de costa intermareal; calcar en aluminio hasta el más mínimo de los detalles. Pero deconstruir ese paisaje y convertirlo en un tótem vertical. Esa es la idea (genialidad diría yo) que quiere plasmar la escultora Laura Mesa (Tenerife, 1975) a través de 300, una obra que parte de lo tangible (piedras, charcos, algas…) para sumergirse en los diferentes significados de línea que separa el agua de la tierra. Conceptos como el límite, la frontera o la identificación sentimental con el territorio son las bases de este trabajo que quedará instalado justo en frente del trozo de marisco recreado. Hablamos con Laura Mesa del Mar y de cómo plasmar todo lo que éste significa en materia sólida. Como ella misma dice, la idea es dar peso físico a una representación del mar que, de manera tradicional, se concibe como el vacío; como un no lugar. También de la conexión íntima con las vecinas y vecinos de la zona: según ella lo más interesante del Simposio Internacional de Escultura de Puerto del Rosario.
¿Cómo ha ido ese trabajo de calcado de la costa?
Por suerte terminé el trabajo de mapeado el viernes justo antes de que empezaran las lluvias. Así que las 300 láminas de aluminio ya están listas. Ahora estoy montando y me queda culminar esa última fase… Espero que todo salga bien.
Estás prácticamente sacando una segunda piel de la costa… ¿Cómo se te ocurrió la idea?
Cuando se nos invitó a participar en el XIII Simposio Internacional de Escultura de Puerto del Rosario se nos propuso pensar en el concepto de mar. Ahí empecé un proceso de reflexión y de investigación en torno a esa realidad. Y para mí hay una cuestión que está muy presente: pienso en el mar desde el punto de vista de la isla. En las personas insulares hay una especie de extrañamiento al pensar en el mar. Por un lado es un ente de posibilidad que nos permite la zambullida, meternos de una manera muy inmersiva en la Naturaleza y hasta movernos en todas las direcciones. Pero también representa una conciencia y una presencia muy palpable del límite. Es una frontera que nos dice que hasta aquí podemos llegar. Y en esa dualidad fue donde surgió la idea. Cuando intelectualizamos un territorio lo hacemos a través de mapas y en estos mapas el mar deja de ser una entidad para convertirse en una especie de nada que separa a los continentes.
El vacío…
Pero en los mares suceden un montón de cosas: hay conflictos, hay derivas, hay idas y venidas, suceden luchas de poder… Y aún así se sigue conformando como un elemento contradictorio. Contiene las dos caras de la misma moneda. A partir de las ideas del filósofo Marc Augé podríamos pensar que el mar es un no lugar; una especie de espacio que lo único que nos permite es el tránsito y que dificulta la conexión entre los unos y los otros. Y también me interesa mucho ese planteamiento foucaultiano de la contra imagen. Él dice que el mar es el límite de las sociedades. Un elemento que nos permite ponernos límites.
Bueno, para nosotros está clarísimo. Más allá de la orilla está la no isla. Sabemos perfectamente dónde termina nuestra realidad geográfica, pero también cultural y hasta comunitaria…
Sí, claro. Y ahí es dónde llegué tras ese proceso de reflexión. En toda esta constelación de conceptos y pensamientos alrededor del mar, de lo que supone y de cómo nos relacionamos, tanto físicamente como intelectualmente a mí me interesa mucho esa contraposición de esos dos efectos contrarios que comparten un mismo elemento. Por eso decidí mapear la costa. Porque ya se nos planteaba trabajar en un lugar muy concreto. Y desde ese lugar, y no desde otro, me permito la reflexión en torno a todos estos conceptos justo en un espacio de costa que durante unas horas del día se considera tierra y en otros es mar.
¿Y como ha sido ese proceso?
Hemos mapeado 300 metros cuadrados de ese espacio sacando una especie de molde o segunda piel con el afán de registrar y pensar en la realidad de ese espacio. Y es que soy yo la que me tengo que adaptar a esa naturaleza. Primero porque no he podido trabajar todo el día: sólo durante las mareas bajas. Literalmente me sumerjo en la naturaleza del propio elemento y en esa contradicción. El proceso es muy racional y se relaciona mucho con la metodología de las excavaciones arqueológicas. Se ha perimetrado el área a estudiar y después he ido estudiando metro a metro cada parte tratando de escanear ese espacio con planchas de aluminio para tratar de registrar toda esa superficie.
Estamos hablando de convertir una abstracción intelectual en un acto artesanal…
Sí. La elaboración es muy metódica y reiterativa. Pero tiene mucho que ver con mi trabajo artístico de los últimos años que es pensar en torno a la realidad y su representación. Ahí tengo una influencia grande de una obra de Gilles Deleuze que se llama Diferencia y repetición en el que se plantea que cuando trabajamos reiterando los mismos gestos, los mismos movimientos o la misma acción para que siempre sea igual, son los pequeños matices y diferencias lo que nos permite llegar a la identidad de la cosa. Y eso se ve muy claro en la música. La Quinta de Beethoven es la Quinta de Beethoven, pero si una orquesta tiene un día brillante se convierte en algo especial y diferente a la representación de otros días. A pesar de que estamos hablando de la misma partitura que se escribió con la intención de que siempre sonara igual. Pues en esas diferencias podemos llegar a la identidad de la obra. Por eso te digo que es un método muy repetitivo que me pone en contraposición conmigo misma. Y también ha sido un ejercicio muy físico…
¿Y cómo se lleva eso al espacio monumental?
Luego está la parte de descontextualizarlo. Mapeo la zona de la costa y luego la descontextualizo apilando todo ese trabajo de representación en un tótem. Es la copia exacta de ese trozo de costa pero también no lo es porque está totalmente descontextualizado. La columna medirá unos tres metros y con ella planteo esa reflexión en torno a qué es lo que estamos viendo. Por un lado se supone que es una segunda piel del mar pero a la vez no lo es. Porque lo he descontextualizado. Es como esa dicotomía del mapa: representa al mar pero no es el mar, porque realmente lo anula. Representan huecos. Como superficies no estudiadas.
Y para colmo conviertes lo horizontal en vertical…
También. A mí esa cuestión me interesa mucho. El apilamiento permite percibir el peso del material y el peso del trabajo intelectual, del conocimiento y de la abstracción. Al fin y al cabo, la acción artística no deja de ser una propuesta de corte humano y por lo tanto está mediada por el pensamiento y por el lenguaje. Y todo esto me interesa mucho.
¿Qué tal ha sido la experiencia de trabajar a la vista de la gente?
Ha sido muy bonito y muy enriquecedor. Por esta zona pasea mucha gente, sobre todo a primera hora de la mañana y al atardecer: es un lugar al que vienen muchas familias para disfrutar un entorno en el que se ha intervenido muy bien. Las familias se sientan a pasar la tarde y los niños y niñas juegan. Y a lo largo de estas semanas, la gente se ha atrevido a acercarse y a preguntar qué es lo que estamos haciendo. Cada día nosotros llegamos, perimetramos y luego retiramos el material para tener el máximo de respeto con el entorno. Y ellos veían como una cosa extraña que no es la construcción de una escultura al uso. Para mí, la obra es ese proceso. Ir, mapear y volver. Ir, mapear y volver… Y en ese proceso conocí a muchas personas, a muchas vecinas y vecinos que han ido viendo la evolución, que nos iban haciendo comentarios, gente que se interesaba por el material… Y también muchos que nos daban su propia opinión sobre el entorno. Y eso me da una carga de responsabilidad, porque estoy interviniendo en un espacio público que es de todas y de todos. Y yo estoy contenta de esa relación con la gente. Espero que hagan suya la pieza y que les incite a repensar su relación con el entorno y con el propio arte contemporáneo que muchas veces queda recluido en los museos y centros de arte.
Una convocatoria como ésta tiene ese efecto: llevar el proceso al público. Puede que sea un elemento crucial para que el público entienda que hay detrás de una pieza.
Eso es lo realmente bonito del Simposio. Y por eso hay que agradecer enormemente a las autoridades de Puerto del Rosario por mantener durante tantísimos años una convocatoria de este calibre. Lo que le da sentido y valor a los proyectos artísticos es esa conexión con las personas, porque si no es así, se queda cojo. Estar aquí y poder dialogar con los vecinos y las vecinas acerca del proceso, contarles, que ellos te cuenten como lo ven y que sienten es muy enriquecedor. Yo afrontaba este proyecto con el mayor de los respetos y con mucho sentido de la responsabilidad porque entiendo que estoy interviniendo en un espacio que no es exactamente mío. Y entiendo que hay gente que siente el lugar como un espacio identitario y suyo. Y en ese sentido, la relación y el diálogo con la gente alrededor de la pieza ha sido casi lo mejor del proceso.
Y a ti, ¿Qué te ha dicho el espacio?
La pieza tiene una relación muy directa con este sitio. Si hubiera estado en una costa que hubiera sido una playa de arena está claro que el resultado no habría sido éste. No sé qué, pero otra cosa. Aquí me interesaba especialmente como se representa en una zona rocosa esa ambigüedad. Es un espacio que está lleno de charcos porque hace un par de horas estaba cubierto por el mar. Eso era mar. Y ahora el mar se ha ido. Y la herencia de esa pleamar son esos charcos que quedan ahí. Me interesa toda esa interacción. La erosión de las rocas, como la vida marina se retira y vuelve. Es la materialización de todos esos conceptos de los que te hablaba antes.
Y también es un espacio sentimental. Yo pienso en un charco de marea y en seguida me vienen recuerdos de infancia.
Por eso he tratado de tener el mayor respeto posible. Y no solo eso de no dejar ningún impacto en el medio natural, sino también sabiendo que es un espacio identitario para los vecinos y vecinas de Puerto del Rosario. Ellos son los que hacen uso del charco; los que se apropian de ese espacio viviéndolo.
Y tú, ¿también has establecido un vínculo emocional con ese lugar?
Hombre, claro. Ese trabajo metódico y reiterativo me permite generar una reflexión y una conciencia del lugar en el que estoy. Nuestro proceso ha supuesto caminar kilómetros entre esos metros cuadrados de zona intermareal y el espacio que nos ha servido de campo base para guardar el material. MI asistente yo salíamos de aquí con dos planchas cada una, bajábamos al lugar dónde hacíamos ese registro y volvíamos a empezar. Hemos pasado muchísimas horas ahí y ha sido una lucha personal de aguante y de compromiso con el propio proceso: porque ha sido una acción física muy fuerte en concordancia con las mareas. La relación con este lugar ya va a ser eterna. Cada vez que piense en Puerto del Rosario voy a pensar en este espacio. Por el desgaste físico y por mi vinculación emocional. El proceso de mapeado me ha permitido ser muy consciente. Prácticamente hemos gateado ese espacio para registrar cada charco, cada piedra, cada grieta.