En las proximidades de la capital de Lesbos, a una distancia de apenas cinco minutos en coche, encontramos un pueblito idílico de calles estrechas, casas de piedra y rodeado de prados de olivos. Sin embargo, esta localidad que debería ser solo noticia de los catálogos de viajes, se halla bajo el foco de la información internacional debido a que, en la carretera próxima, el gobierno de Grecia ha instalado un campo de detención para refugiados que es la vergüenza de Europa: Moria.
Un enorme muro blanco circunda un conjunto de tiendas blancas con techos a dos aguas. Pasillos de grava sirven de calles en el exterior una valla de metal y sobre ésta muestran sus dientes las concertinas. En algunos puntos, el campo consta de dobles vallados con sus correspondientes concertinas. El exterior denota una fuerte presencia militar y policial.
En un apartado se concentran unas cantinas, como en Kara Tepe, lo que supone el paseo más largo que pueden dar los refugiados que pueden salir.
Los refugiados se acercan en grupos familiares a la valla para denunciar su situación. En primer lugar, una niña y un niño afgano. La pequeña sostiene en brazos a su hermano de apenas un año. A poca distancia se encuentran más mujeres, también afganas. Una de ellas toma la palabra para denunciar que se encuentra encerrada en una cárcel con sus hijos.
A continuación un grupo de afganos se acercan a la valla. Un joven alza la voz para manifestar que están encerrados en una jaula, en una cárcel, como si fueran criminales. El que parece más mayor reafirma que no son criminales, que son seres humanos sin derechos. Algo sencillo, pero que el mundo parece haber olvidado.
Un joven llamado Obaid dice haber sido traductor de la OTAN en Afganistán y recuerda que huyó de su tierra con su madre, que también se encuentra detenida en Moria. Manifiesta que solo tienen derechos los refugiados sirios y que aunque hay un médico en el campo, no es suficiente para atender las demandas de los allí encarcelados.
En un momento de la conversación, Obaid recibe el aviso de otro interno y abandona rápidamente la valla junto a las personas que le acompañaban. La policía alcanza el lugar y mantiene una conversación un tanto elevada de tono con los miembros de seguridad del centro, momento en que toca marcharse.