Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
El peculiar parque bicéfalo de La Minilla
Exprimiendo el espíritu metafórico hasta más allá del horizonte, lo que me parece más cercano a la cabeza de un parque es su nombre. Algo siempre me ha dicho desde el interior que, en el inconsciente colectivo, el nombre está colocado sobre la testa. Como la boina, la gorra, el sombrero y hasta la pulida calva. Y, aunque los vocablos que nos representan quedan escritos en gruesos tochos del Registro Civil, desde los más remotos tiempos, en nuestra cultura los recién nacidos no se incorporaban de hecho al mundo hasta que sobre su cabeza se volcaba el agua bautismal, se acostaba el nombre, se derramaba la vida, porque ésta cobraba entidad al formalizarse la relación con Dios.
En aquellos entonces, tenían cerca el Jordán y allí hacía su trabajo Juan el Bautista. Posteriormente, al extenderse el cristianismo – entre otras razones gracias a lo razonable que fue Constantino. No entiendo por qué en Grecia lo corrieron a gorrazos unos cuantos coroneles – al extenderse la cristiandad, digo, y no estar tan avanzada la ingeniería como para establecer cientos de miles de afluentes del río sagrado en todas las direcciones planetarias, se inventaron las pilas bautismales. Y ya no fue necesario meterse en río alguno. De ahí, el nombre de pila que, supongo, será alkalina en el caso de la monarquía española, que sigue importando agua desde Palestina para bautizar a sus hijos y usa las arenas de aquel río para tener sepultadas las botellas de buen vino de cara a las cenas con el black card López Madrid, ahora residente en la city de Londres por aquello de poner tierra de por medio o pies en polvorosa.
Miguel Ríos, natural de Al Andalus, que no tenía nada que ver con las explotaciones fluviales, lo vio así: “… en el río aquel, tú y yo y el amor que surgió de los dos …”. Yo, aunque nací en el alto Pirineo, casi en la misma tangencia con Francia, afortunadamente no fui bautizado en el río Garona – La Garonne – que nace en España y desemboca en las Galias. Me hubiera quedado congelado y, probablemente, en vez de llamarme Jorge me hubiesen puesto Kalise. Por cierto, y la cuestión viene a cuento, una vez uno de mis hijos me dijo muy serio: “Papá, yo he tenido mucha suerte por nacer el día de mi cumpleaños”. Y ahora pienso que también tuve esa suerte y que él, pese a su corta edad, es uno de los surrealistas más inteligentes que conozco. Cosas de los Batista. Hasta en Cuba estuvimos de dictadores cuando aún no se vendían en los chinos camisetas del peor algodón con la cara del Che estampada, ni iban los más verracos y feos de España a jinetear por el Malecón y sus alrededores e incluso a buscar esposa o concubina. Quisiera ser un pez para mojar mi nariz en tu pecera … Aquí mojo y allí mojito.
¡Vaya!¡Qué casualidad!
Aunque hay un inmenso bestiario desde bi a policéfalo, en la Mitología griega no hay parques con dos cabezas, obviamente. Asimilar cabeza a nombre ha sido una convención literaria para referirnos al parque al que nos queremos referir y entrar en él como caballeros, no como canchanchanes, toletes, chichones y asimilados. Bien. Pues, aunque ustedes no lo crean, el parque tiene dos nombres mayores y uno menor de circulación restringida: Parque de La Minilla, Parque de Alberto Hernández Suárez, Inspector Jefe de la Guardia Municipal y Parque de Pepa.
Si usted le dice a un taxista: “Lléveme al parque de La Minilla”, lo hará enseguida y sin problema alguno. Quizá, con algunos profesionales tenga problemas si el encargo es ir “al parque de Pepa” y, finalmente, la cosa se pondrá muy cruda si a dónde usted pretende llegar es al parque Alberto Hernández Suárez.
Vamos por partes porque, aunque la cosa parece que cosa no tiene, sí la tiene y muy curiosa. El parque de La Minilla se llama así porque está en el barrio de Las Palmas de Gran Canaria del mismo nombre. Nada que objetar. La Minilla: “Topónimo con el que se conoce un moderno sector de la ciudad, situado en los lomos altos de los antiguos Arenales, a partir del también antiguo cauce del barranco del Carbón, tributario del barranco de La Cantera que desaguaba en El Confital, cauce sobre el que fue construida la actual Avenida de Escaleritas. La denominación dada a la finca de La Minilla, donde se construiría elCementerio del Puerto en los primeros años del siglo XX, es probable que surgiera debido a la existencia en el subsuelo de algún tubo volcánico o mina de agua”. Y punto.
El mismo lugar es conocido también como el parque de Pepa, porque fue esta señora, primero de Alianza Popular y luego del Partido Popular, la que lo inauguró cuando – aún la ciencia no ha podido explicarlo – logró acceder a la Alcaldía de la capital con mayoría absoluta, para desaparecer después aplastada también por otra mayoría absoluta, la del socialdemócrata Jerónimo Saavedra. Eso sí que es alternancia stricto sensu.
Finalmente, nos encontramos – no de manera sencilla ya que un ciprés lo oculta prácticamente – un cartel metálico azul que, colocado en la tapia del Cementerio del Puerto que linda con el parque, dice: Parque de Alberto Hernández Suárez. Inspector Jefe de la Guardia Municipal. ¿Y quién es ese señor comentará un caballero? “Primera noticia, dirá una señora”.
Fusilado por la represión franquista
Pues para saber de don Alberto Hernández Suárez no me ha quedado otro remedio que acudir a la Historia. Y es el historiador Alberto Anaya el que cuenta que el grancanario, Brigada de graduación e Inspector Jefe de la Guardia Municipal de la ciudad en el año 1936, supo en horas cálidas y el día previo al golpe de Estado del 18 de julio de 1936 que el general Francisco Franco Bahamonde y otros colegas estaban preparando un cambio en España a tiro limpio. Y dice textualmente Anaya: “Tras el levantamiento en Marruecos, el día 17 de julio, el gobernador civil Antonio Boix Roig, junto a agentes de la Guardia Civil se refugiaron en el Gobierno Civil, situado en Triana. El inspector se presentó en la Comandancia Militar, donde se le dijo que volviese a su puesto. Precisamente desde allí salió la orden para que Boix Roig abandonase el Gobierno Civil y se entregara a los golpistas, bajo amenaza de bombardear el edificio, cosa que se negó a hacer en un principio, pero que hubo de acatar finalmente. En una nota de La Provincia, bajo el título de La guardia municipal hace acto de sumisión, se asegura que Hernández Suárez se puso a las órdenes ”del movimiento salvador“, pero, de haber sido así, no habría sido detenido, juzgado y ajusticiado sólo tres meses después, condenado a muerte por un Consejo de Guerra”. De cajón.
El caso es que los fascistas crearon “una estructura represiva en torno a un Juzgado Central de Responsabilidades Políticas que se completaba con Juzgados en cada Región Militar. Así el BOE del 5 de junio de 1939 crea el Tribunal de Responsabilidades Políticas de Canarias, teniendo el mismo su primera sede en la calle Castillo, número 4 y, posteriormente, a partir del 11 de septiembre en la Alameda de Colón, 3. El citado Boletín Oficial nombra la estructura administrativa y cargos que compondrán el Tribunal, a saber: Presidente: Pedro Sáenz Vallejo (Comandante de Infantería). Suplente: lndalecio Muñoz Castillo (Comandante de Infantería). Paralelamente se crea una Juzgado lnstructor de Responsabilidades Políticas, nombrando juez a Fernando Vázquez Méndez, teniente de complemento y abogado y, secretario a Juan Santana Henríquez, sargento de Ingenieros. La sede del citado juzgado estará ubicada en la calle Doctor Déniz, número tres.
Por supuesto a lo largo de los años cambiaría notablemente la composición descrita, por ejemplo en 1940 es nombrado Juez lnstructor Manuel Poladura. El volumen de las sentencias dictadas debió ser elevado. Para demostrarlo puede servir como botón de muestra el número de las que hubo entre la primavera de 1939 y principios de 1940, que se aproxima a las 420. Entre ellas, cabe destacar aquéllas que hacen referencia a personas ya fallecidas, incluyendo fusilados por consejo de guerra, a los que no obstante la citada circunstancia se les impondrán multas que deberán hacer efectivas sus familiares. Destacar, entre estos casos los de: Manuel Reina Pérez, Práctico del Puerto, fallecido en el momento de la sentencia; Alberto Hernández Suárez, brigada que fue inspector jefe de la Policía Municipal, fusilado en Consejo de Guerra y Primitivo Pérez Pedraza, sindicalista de afiliación socialista, embarcado en el vapor Dómine los primeros días de septiembre de 1936 y, al parecer, arrojado al Tajo. Todos ellos serán condenados a pagar diversas multas en las causas 149139; 21139 y 154139, respectivamente“.
Todo comenzó con muerte
Si el primer nombre, y ahí sigue la placa, de nuestro parque fue el de un Inspector Jefe de la Guardia Municipal, fusilado por oponerse al golpe de Estado contra la República, no parece nada raro que los descendientes de la dictadura franquista colocaran de tapadillo un pequeño monolito con una inscripción en placa de bronce que señala – escribo de memoria – algo así como “Parque de La Minilla, inaugurado siendo alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria doña Josefa Luzardo Romano”. No obstante, el 24 de Marzo de 2010, con motivo de la conmemoración del 150 aniversario de la creación de la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria, se rindió homenaje con ofrenda floral a Alberto Hernández Suárez en el cementerio donde, en una de sus paredes, si no la acaban de quitar, está la placa que señala que el conocido como Parque de La Minilla es suparque, aunque se hayan hecho obras y modificaciones en el diseño.
La construcción del Cementerio que linda con el parque también se inició con muertes. Cuenta la Historia que el Ayuntamiento había decidido realizar una investigación y que “el objeto de la pericia era determinar la constitución del terreno para saber si aquel sitio fué en su tiempo finca ó playa. Ya se había hecho cuatro catas en los terrenos indicados y se había dado comienzo á la quinta. Tenían una profundidad de cuatro metros. Cuando la cata se hallaba casi á su término se encontraba en ella trabajando Ignacio Suárez Montesdeoca, de 19 años, vecino de San Bernardo, Manuel Bolaños Pérez, de 24 años, natural de Tejeda y vecino de San Bernardo y Valentín Suárez Montesdeoca, hermano del primero. La trepidación producida por el paso del tranvía hizo mover las arenas que cayeron sobre los infelices trabajadores dejando sepultados á Ignacio Suárez Montesdeoca y Manuel Bolaños Pérez, Valentín Suárez Montesdeoca quedó medio sepultado y con vida. El suceso impresionó grandemente á aquel vecindario. El tránsito por la carretera se paralizó totalmente. Después de grandes esfuerzos se pudieron extraer los cadáveres de los infelices obreros”.
Un pulmón tranquilo
El Parque de Alberto Hernández Suárez, Inspector Jefe de la Guardia Municipal, el Parque de La Minilla y el parque de Pepa, tres parques distintos y un sólo parque verdadero, es hoy un pulmón para la zona de inicio de Escaleritas y para el barrio de La Minilla. Aunque tuvo problemas durante un tiempo, está bastante cuidado y al lugar llevan los residentes sus perros con gran civismo. De modo que es difícil ver una caca despistada, aunque por lo que he observado existen serias dificultades para impedir que canes de todas las razas apoyen la pata en el monolito de Pepa y dejen ahí su pipí. Desconozco si para marcar territorio o como peculiar acto de homenaje.
Es un parque tranquilo al que se suma la tranquilidad del camposanto colindante y sus cipreses elevados hacia el cielo. Y, según comentan los jóvenes que por allí van, “es estupendo porque no hay mataos fumando droga”. Pepa Luzardo siguió una tesis muy famosa que el hoy ministro en funciones José Manuel Soria comunicaba siempre a sus concejales de Parques y Jardines: “Los parques tienen que tener muy pocos árboles, porque los drogadictos se esconden detrás de ellos”. Ciertamente, en dos zonas habilitadas al efecto, muchas personas de todas las edades hacen ejercicio. Y bastantes señoras, acompañadas de un entrenador personal. A mi boxer Bob le encanta pasear por el césped, tanto por la mañana como por la noche y, realmente, es una agradable apertura de mente caminar la zona si uno se dedica como un loco a buscar palabras para construir textos.
Los niños también lo pasan en grande jugando en unos lugares acotados. Con columpios, castillo y toboganes. Cuando anochece, llegan algunas parejas de adolescentes a besarse y declararse amor eterno, lo que me hizo pensar que todos los parques que en el mundo son y han sido tienen en la mente recuerdos de infinitos y profundos romances. Nuestro parque, pese al ojo avizor del inspector Alberto Hernández, también tiene sus amores. Todos, excepto uno, pertenecen a la intimidad y el anonimato. Ahora les cuento aquí al lado…
Exprimiendo el espíritu metafórico hasta más allá del horizonte, lo que me parece más cercano a la cabeza de un parque es su nombre. Algo siempre me ha dicho desde el interior que, en el inconsciente colectivo, el nombre está colocado sobre la testa. Como la boina, la gorra, el sombrero y hasta la pulida calva. Y, aunque los vocablos que nos representan quedan escritos en gruesos tochos del Registro Civil, desde los más remotos tiempos, en nuestra cultura los recién nacidos no se incorporaban de hecho al mundo hasta que sobre su cabeza se volcaba el agua bautismal, se acostaba el nombre, se derramaba la vida, porque ésta cobraba entidad al formalizarse la relación con Dios.