Estudio Ciencia Política y Periodismo en la URJC. Algo que alterno con la observancia voluntaria de las bajas morales que despierta el quehacer político y, aún así, con la capacidad que tiene de ilusionar la ciencia que estudió Max Weber. Escribiré sobre eso, sobre la política. Eso sí, de forma clara, tolerante pero sobre todo crítica.
De políticos y palios
Valiente, decidido y digno. Así recuerdo aquel día aquella noticia que rulaba por los periódicos digitales de La Gomera. Dos concejales del ayuntamiento de Valle Gran Rey se negaban a asistir al circo que se monta tras cada procesión. Claro está que con “circo” me refiero a ese aro formado por representantes públicos que rodea las espaldas de la imagen católica que se exhíbe. Y que en algunos casos roba el protagonismo de la celebración a la propia virgen o santo. Las cámaras les miman, ellos sonríen y se congratulan por su presencia allí. Como si la procesión no pudiera salir sin ellos, carajo. No hay que ser más zángano para pensar algo así. Antes de que nacieran ellos -seguramente- esa imagen ya salía, incluso bajo palio, y a hombros de los vecinos y vecinas, y cuando ellos se mueran créanme que los santos y las procesiones seguirán perennes en el tiempo. Como si no hubiera pasado nada.
La imagen no parece del siglo XXI, aunque va en color y queda constancia de que los móviles y el Whatsapp existen. ¿Son católicos? Pues oiga, igual no. ¿Los ha visto usted alguna vez en misa? Pues oiga, igual tampoco. Pero lo cierto es que le dicen a sus gentes, a sus conocidos, a usted (su elector) que es que ellos van como representantes públicos. Que van a actos religiosos como representantes públicos. Seguro que de eso va el whatsapp que le mandó aquella a su amiga mientras ni se fijaba en cómo el grupo de chácaras y tambores le cantaba a la virgen. “Esta tarde voy a comprarme un traje, que mañana tengo procesión” le escribió aquel de allí ayer a un amigo suyo. Es concejal, creo.
El “séquito sagrado” tiene sus privilegios. Faltaría menos, ni que nos hubiéramos modernizados y hubiéramos dejado atrás el Antiguo Régimen. Además, es un séquito “cool”, de gente de la jet set. Políticos, autoridades militares y eclesiásticas. Son los españoles de pro, los gomeros de primera. Los que tienen el derecho y el privilegio de estar más cerca de la virgen que nadie, los que la siguen en la inmediatez de su espalda. Pobre, debería cuidar esas espaldas... Ni yo me fiaría. Los vecinos y las vecinas -según “el séquito”por los que se hace la procesión y las fiestas- son los olvidados del momento. Ellos tienen que resignarse a ir detrás del palco de autoridades. Todo pierde sentido, todo roza lo incoherente. Apretones de manos, sonrisas fingidas, todos compartiendo la misma camada. Es el momento de hacer campaña. Y luego a la noche toca la fiesta, que la pagamos los que estamos aquí. No coño, los del palco de autoridades no... los que vienen detrás.
Esto se repite en todos los sitios, en todas las direcciones, todos los años, de todos los colores. Es el añejo estilo de hacer política. Representantes civiles acudiendo a actos eclesiásticos. Argumentan que se debe al “fervor popular”, a la tradición histórica. Pero eso no les espantará mañana de ir corriendo a pronunciar sendos discursos sobre que ellos son “representantes de la soberanía popular”. Incluso cuando se dude de su legitimidad lo reiterarán una y otra vez. Pa' aquí, pa' allá. Hablarán del “interés general”, del “sentido común”. Pero en una mezquita no los verán. Tampoco en la iglesia evangélica de la villa. No. Porque aquí todo es relativo y a la vez todo tiene cada vez menos sentido. Quedan excluídos de la atención de nuestros gobernantes los ateos, los budistas, los judíos, los musulmanes, los agnósticos, los que creen en lo que les dé la real gana. Y lo peor, revientan un acto de los católicos. Qué caótico.
Valiente, decidido y digno. Así recuerdo aquel día aquella noticia que rulaba por los periódicos digitales de La Gomera. Dos concejales del ayuntamiento de Valle Gran Rey se negaban a asistir al circo que se monta tras cada procesión. Claro está que con “circo” me refiero a ese aro formado por representantes públicos que rodea las espaldas de la imagen católica que se exhíbe. Y que en algunos casos roba el protagonismo de la celebración a la propia virgen o santo. Las cámaras les miman, ellos sonríen y se congratulan por su presencia allí. Como si la procesión no pudiera salir sin ellos, carajo. No hay que ser más zángano para pensar algo así. Antes de que nacieran ellos -seguramente- esa imagen ya salía, incluso bajo palio, y a hombros de los vecinos y vecinas, y cuando ellos se mueran créanme que los santos y las procesiones seguirán perennes en el tiempo. Como si no hubiera pasado nada.
La imagen no parece del siglo XXI, aunque va en color y queda constancia de que los móviles y el Whatsapp existen. ¿Son católicos? Pues oiga, igual no. ¿Los ha visto usted alguna vez en misa? Pues oiga, igual tampoco. Pero lo cierto es que le dicen a sus gentes, a sus conocidos, a usted (su elector) que es que ellos van como representantes públicos. Que van a actos religiosos como representantes públicos. Seguro que de eso va el whatsapp que le mandó aquella a su amiga mientras ni se fijaba en cómo el grupo de chácaras y tambores le cantaba a la virgen. “Esta tarde voy a comprarme un traje, que mañana tengo procesión” le escribió aquel de allí ayer a un amigo suyo. Es concejal, creo.