“El estallido fue lo que nos alertó. Salimos, lo vimos y, nada, sacar los animales y los vehículos. Eso fue lo que nos dio tiempo a hacer, porque la lava se vino en muy poco tiempo”. Así se queda una familia sin nada. “No tenemos ni ropa. Estaba en ropa interior porque acababa de ducharme”, relata Lorena, una palmera de Los Llanos cuya casa, la de su suegro y la de la hermana de su marido han desaparecido bajo la lava del volcán. Ahora su miedo es que ese terreno ya no sirva para que ella regrese algún día. Miedo a una especie de destierro en su propia isla.
Todos vivían en el camino Pastelero, entre El Paraíso y Todoque de Los Llanos de Aridane. Ella desde hace 23 años; su suegro, más de 40. “La abuela de mi marido se fue allí hace más de 70 y ella tiene ahora 98 años. Mi cuñada también construyó allí hace 20 años. Todo se ha perdido”. Lo relata a las puertas de una casa prefabricada, en un solar vallado del camino Suela Zapata, una calle a seis kilómetros en línea recta de su casa pulverizada.
Si se mira el mapa, su vivienda caía justo en medio de las primeras fases del camino del magma expulsado hacia el mar. “Es justo por donde bajó la lava”, describe Lorena, que siente enfado porque “la gente de Las Manchas, que pertenece a El Paso, estaba más prevenida, incluso asistieron a una reunión el día de antes de la explosión para que tuvieran cosas preparadas por lo que pudiera pasar. Pero siempre nos dijeron que iba a ser lejos, donde no había mucha población”. Se queda estos días en la vivienda que le ha dejado su tía, que es de El Hierro. “Pero aquí no me podré quedar”, sentencia con tristeza. Allí está con su hija, su marido, los perros y los gatos que pudo rescatar.
La erupción ha provocado unas 6.000 evacuaciones y algo más de 300 viviendas engullidas por el manto volcánico. Las casas son irrecuperables, pero, además, el terreno no va a ser habitable durante bastante tiempo (en términos humanos, no geológicos). Lorena teme que, sumado a la pérdida de su hogar, el suelo donde vivía no pueda acogerla de nuevo: “Es muy difícil volver allí. Creo que va a ser imposible”, comenta. “Tengo miedo de tener que irme a vivir a otro lugar de la isla porque yo quiero estar en mi sitio y, según nos han comentado –y no sé si llegará a pasar–, nuestra zona, por donde pasa la lava, iba a ser un paraje de malpaís protegido”.
Si se declara esa protección, las tierras donde esta familia llevaba décadas no podrían reurbanizarse. “Y eso no lo veo justo tanto para mí como para todos los que vivíamos en esa parcela, que lo hemos perdido todo”. El Gobierno de Canarias anunció 24 horas después de iniciada la erupción que permitiría la recalificación de suelos para reconstruir, pero hay cosas que están fuera del alcance de la ley: el mismo terreno tomará sus ritmos para atemperarse.
El investigador del CSIC en las Islas Canarias Manuel Nogales contaba hace unos días a elDiario.es que el terreno quedará prácticamente inutilizado durante un periodo de tiempo bastante largo. “Los terrenos que gana la lava son impracticables para el cultivo a corto plazo. Hay que esperar 15 o 20 años, no son útiles para prácticamente nada antes”, detallaba Nogales, que está en La Palma monitorzando la erupción.
A eso se le suma el tiempo que costará que se enfríe. Si la lengua mide cuatro metros, esta lava basáltica que sale a 1.000 grados tarda hasta un año en enfriarse. Si es más alta, como en algunos tramos del manto que recorre La Palma, el cálculo se va a varios años, según han descrito los volcanólogos durante estas jornadas. Lorena contrapone que desea continuar su vida allí donde había creado su hogar. “Yo quiero mi sitio”, insiste mientras protesta: “Siempre nos han dicho que no pasa nada, que todo está bien, todo parecen mitos de la gente. Y nos repiten que no nos preocupemos, que todo está frío y que lo único que podía dar problemas es la zona del Teneguía, pero como está ahí donde no vive nadie...”.
Lorena trabaja de cuidadora de una persona dependiente. “Cuando salimos de casa pensé en él, claro, porque sé que necesita ayuda para todo”, pero en estos momentos no ha encontrado fuerzas para reincorporarse a su puesto. “No sé cuándo podré volver a cuidar del señor, ahora mismo no soy capaz porque no quiero ni salir de aquí, no quiero ver nada”. Solo ha abandonado su refugio para dar de baja el contrato de la luz “porque, si no, van a seguir cobrándome aunque la casa no exista”.
Esta cuidadora vive desesperanzada. “No espero nada del Ayuntamiento ni del Cabildo”. Ha perdido la confianza en las instituciones porque considera que no se ha actuado bien durante los días previos a la erupción: “No tuvimos información y lo más que nos decían es que sería una cosa pequeña para los vecinos porque ocurriría donde no hay población. Pero los movimientos y ruidos eran para la zona donde vivía yo”. Y ahora no le queda nada.