Breve historia de una ciudad

0

Allá por el año 80 del siglo pasado, llegue de visita a esta isla. Tenía un novio palmero y vinimos a la Bajada de La Virgen. Era el mes de julio y estábamos de vacaciones.

Todo era fiesta y jolgorio. La Calle Real era un sin vivir de gente que iba y venía, gentes de todos lados, palmeros de todos los lugares del mundo regresaban para, como cada cinco años, repetir el ritual, el descenso de la Virgen por el Barranco de Las Nieves a la ciudad, donde durante 15 días sería celebrada con toda la parafernalia que la fiesta conlleva.

En esa Calle Real era habitual ver pasear de la mano una pareja, una pareja algo peculiar y un poco estrafalaria. Eran sencillamente ‘perfectos’. Ella era una mujer con trajes largos y sandalias y con un pelo que le caía por la espalda hasta casi los muslos. Y él era un señor de barba y bigote, delgado vestido de traje chaqueta (no cualquiera), uno de lino, con chaleco incluido, y corbata de pajarita… tocado de una cachucha, tipo chulapo madrileño. A todas horas se les podía ver caminando de la mano, charlando, organizando… formaban parte del alma, del ser intrínseco de la fiesta, de la calle… llevaban la escuela de teatro del Ayuntamiento y en cada acto, cada conferencia, cada lugar estaban juntos… uno al lado del otro… y así ha sido hasta hoy. Durante mucho tiempo, Antonio ha cuidado de Pilar, porque paradojas de la vida, parecía que a ella le fallaba la salud… pero por esas cosas de las vueltas de la vida, Antonio se ha ido, y ha roto la dualidad más inquebrantable… la que ambos formaron durante más de medio siglo.

El arte, la cultura, La Bajada, la Calle Real, testigo de paseos, sus amigos, alumnos, colegas y hasta el Señor Díaz vamos a extrañar mucho su ausencia.

Pero su presencia (la de ambos) siempre formará parte del alma de la ciudad, una vida dedicada a ella, es lo que se merece.

Amor incondicional, con amor se paga.

Hasta siempre Antonio, hasta que tengamos nuestra propia y ‘última’ representación.

Hasta que caiga el telón.