Ojos que no ven, corazón que no siente

3 de enero de 2025 18:32 h

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Vivimos en una sociedad donde, cada vez más, los símbolos parecen importar más que la realidad. Lo veo claramente cuando algunas personas se proclaman defensoras de “la esencia de España” o “valores sagrados”, pero dedican más esfuerzo a preservar estereotipos, tradiciones cuestionables como el toreo o el respeto ciego a la bandera, que a abordar los problemas reales que afectan la calidad de vida de las personas.

Un ejemplo reciente que me llama la atención es el escándalo generado por una simple estampa de una vaca, un diseño satírico que apareció en las campanadas de fin de año en TVE1. Esa estampa, aderezado con una presentadora que no encaja en los estereotipos tradicionales de mujer y la España plurinacional de la que hablaron, ha desatado una oleada de indignación en redes sociales y provocado reacciones desmesuradas de grupos ultraconservadores o de extrema derecha.

Quiero recordar algo: todo extremismo es peligroso. Este tipo de actitudes son el resultado de un culto exagerado a los símbolos, acompañado de una defensa fanática de dogmas que tergiversan la realidad.

Es imposible no pensar en los extremistas islámicos que atacaron a la revista Charlie Hebdo por sus caricaturas de Alá. Ellos tampoco fueron verdaderos seguidores de su religión, ni defensores de los vulnerables como predica el islamismo.

Y aquí me atrevo a decir que la defensa furiosa de una estampa y el discurso de odio generado a su alrededor es una forma de extremismo, y no tiene nada que ver con el cristianismo auténtico.

Cuando veo a personas rezando el rosario envueltas en banderas supuestamente ofendidas por una estampa o cualquier otra cosa que toque sus símbolos, no puedo evitar preguntarme: ¿qué tiene esto de cristiano? Insultar en redes, atacar con odio, culpar a otro, no suena mucho a amar al prójimo, ni a tolerancia hacia quienes piensan diferente. Ya puestos, ¿no deberían sentir más rabia por los toros muertos cruelmente en la arena de un ruedo que por la estampa satírica de una vaca?

Es que sorprende que toda esta energía no se dirija hacia problemas mucho más graves:

Los miles de niños abusados por miembros de la Iglesia en todo el mundo (¿dónde está la indignación?).

Los millones que mueren de hambre cada año (¿se está haciendo algo real para ayudarlos?).

Las tragedias humanas como el genociodio en Palestina (¿se está defendiendo al débil que no tiene armas, o se mira hacia otro lado?).

Y entonces estoy convencida de que, si Jesucristo volviera hoy, expulsaría a los nuevos mercaderes del templo. No serían los vendedores de bienes materiales, sino aquellos que comercian con símbolos vacíos, quienes rezan pero no actúan, quienes defienden estampitas mientras ignoran el sufrimiento real de las personas.

Esto no es solo hipocresía; es una desconexión peligrosa. La veneración de “el bello símbolo” ha sustituido al respeto por la belleza viva, la vida misma, en toda su fragilidad y diversidad.

Por eso, deberíamos reflexionar. ¿Qué nos indigna de verdad? ¿Una sátira, una crítica simbólica, o las profundas injusticias que seguimos ignorando? Quizás sea momento de cambiar el foco y preocuparnos más por las vidas humanas que por los íconos. Al final, los símbolos son solo reflejos de nuestras aspiraciones, no de nuestras acciones.

Si vamos a hacer sátira que sea precisamente contra la intolerancia.

Y si vamos a rezar, que sea con los ojos abiertos y el corazón atento. Porque, como dicen, “ojos que no ven, corazón que no siente”. Es hora de mirar donde realmente importa y de ofenderse con las injusticias humanas.

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