Estación rupestre de Pinos Gachos (Tijarafe), donde el tiempo es atrapado en un presente eterno y continuo

5 de octubre de 2020 21:33 h

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La denuncia que la Asociación Garehagua Auaritas realizó el pasado sábado 3 de octubre en las redes sociales sobre el destrozo de la estación rupestre de Pinos Gachos (cumbres de Tijarafe), ha puesto en primera plana la importancia de proteger nuestro patrimonio arqueológico, la memoria de nuestros antepasados y una parte importante de nuestra identidad. Más de mil años de presencia que en un instante de este fatídico año 2020 lamentamos su ruina. 

La elección de este lugar de cumbre que se asoma a lo más profundo de Taburiente y divisa sus pronunciadas y altivas montañas, no es aleatoria; se realizó en función de unas condiciones naturales particularmente favorables a la manifestación de lo sagrado. El entorno nos desvela las huellas de los ancestros que pisaron su suelo, al desvelarnos la existencia de varios conjuntos de estaciones rupestres, destacando las estaciones de grabados rupestres que bordean la Caldera de Taburiente. 

La principal de todas ellas es el grupo afectado por las obras. Se encuentra sobre un promontorio rocoso de lajas propio de un dique, contiene unos 9 petroglifos de tipología meandriforme y espiraliforme, algunos de ellos de grandes dimensiones, realizados con técnica de picado superficial por la dureza de la roca, tanto grueso como fino. Dos de los petroglifos ya estaban seccionados desde su descubrimiento en 1991 (F. Jorge Pais). 

Las piedras talladas se apilaban sobre el citado dique a modo de un pequeño cúmulo de rocas algo distante de las tipologías de amontonamientos de piedras de cumbre. Se trata de una disposición única que busca dar sentido al lugar desde la acción simbólica asociadas a emociones y recuerdos y que en conjunto son experiencias culturales. Como territorio simbólico se encuentra cargado de hierofanías (de manifestaciones de lo sagrado) y portan significado. No son obvios ni traslúcidos, son fijos, intransferibles, apelan a lo visual y se estructuran como puntos de orientación. No muestran su significación a primera vista y, por eso, requieren de un análisis y mucha práctica para, al menos, descifrar alguna de sus componentes principales.

El espacio no era apto para construir un círculo, ni para tallar canales y cazoletas, era idóneo para amontonar lajas (muy abundantes en toda la zona) cinceladas con su tradicional pauta simbólica. Desde este espacio se puede viajar más allá de la realidad percibida, acercarnos e incluso traspasar las fronteras de la realidad aparente para llegar a un conocimiento más profundo de las cosas. Entonces ¿cómo entender una cultura desde su compleja red de construcciones simbólicas? Al igual que nosotros, la cimentación de la realidad awara se basaba en una compleja articulación de formas alegóricas e imaginadas de las que dependía la capacidad de comprender y expresar sus experiencias.

El conocimiento humano se desarrolla con una experiencia basada en un tipo de pensamiento. Así pues, la elaboración de un petroglifo no deja de ser más que la culminación de una percepción ya interpretada desde la tradición, la experiencia pasada y la memoria. Es una representación imaginaria de una realidad, donde la imagen es la base de la simbolización de lo absoluto, el cosmos. Es el poder de la redundancia de las imágenes al encuentro de la trascendencia.

La estación rupestre de Pinos Gachos supone un punto fijo (axis) y duradero que nos desvela, si sabemos mirar, lo más elevado (lo trascendente) y lo más profundo (el inconsciente). Esconde un sistema de valores que procuran estacionar el espacio y espacializarlo en armonía con lo temporal por medio de los principales astros que transitan el cielo (el sol, la luna, algunas estrellas o constelaciones). Cada vez que se abren las puertas del cielo, retienen el tiempo sagrado.  

¿Cómo proyectamos lo que entendemos en Pinos Gachos? El pensamiento simbólico se proyecta sobre el paisaje gracias a la orientación astronómica, es decir, a partir de que el humano se sitúa en relación con el cosmos. Se construye un templo a partir de la vivencia religiosa del espacio que se define entonces como sagrado. Desde que se ejecuta la primera percusión sobre la roca se accede al nivel más profundo de la repercusión. Una vez concluida la figura se abre el sentido (ver qué y sentir cómo en el mundo visible -el entorno-). Se trata conseguir una dimensión cósmica -significante del símbolo-. Si para nosotros actualmente un petroglifo no es más que una imagen cautiva en una roca, para sus creadores fue la cara visible de una imagen reflexiva de lo ausente que formaba parte de lo sagrado, era un estallido de percusiones que provocaba la apertura a la eminencia de la hierofanía.

Los grabados rupestres, como es el caso que nos atañe, se caracterizan por repetir las mismas formas combinadas de una manera múltiple. Su parangón es la redundancia, al igual que el movimiento de los astros en el cielo. La regularidad con la cual los eventos y los cuerpos celestes se percibieron en el cielo fue utilizado como patrón a imitar y seguir, posibilitando al ser humano acoplarse al tiempo o a los tiempos.

La experiencia de lo sagrado se da tanto en el espacio como en el tiempo al unificarlo con los ritmos cósmicos que determinan los astros en ciertos momentos del año. Al final descubres cómo se puede pensar para cimentar una mentalidad y unas creencias compatibles con las leyes que rigen el mundo.

Todas estas premisas pasan por la orientation como principio fundamento. No son los soportes de los grabados los que presentan determinadas orientaciones geográficas y astronómicas al ser lajas sueltas; es el propio lugar que actúa como axis mundi o centro del mundo. Veamos que acontece desde este lugar de Pinos Gachos.

Cada vez que llegan los equinoccios indígenas, el orto solar se produce por la singular y destacada cima del Pico de La Nieve. Es una marca temporal y topográfica muy significativa.

Otra visualización sagrada que establece el inicio y/o el final del ciclo lunar corresponde a la posición extrema de la luna, concretamente el Lunasticio de Verano menor Sur, que emerge con toda su magnitud por la base del Pico Teide (Tenerife). Esta luna llena que apreciamos el pasado 2 de junio de 2015 desde una estación rupestre cercana a Pinos Gachos, les aseguro, abruma al Teide, casi lo minimiza.

Por último, una propiedad destacada de los petroglifos de Pinos Gachos es su concentricidad o condición de puntos opuestos y congruentes con el eje o lugar central. Esta oposición simbólica viene representada por la disponibilidad de contrarios como el ocaso de la estrella Canopo por el Sur y el orto de la Osa Mayor por el Norte. Canopo se oculta por la cercana cima a unos 40 m de distancia despidiendo la temporada de lluvias y la Osa Mayor aparece por la contraria elevación, también cercana (120 m de distancia) para avisar de la llegada del solsticio de  invierno, concretamente asomaba sobre el 21 diciembre, al oscurecer, entre los siglos VIII y X. Luego comienza una progresiva variación temporal.