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Una historia difícil de olvidar

Santa Cruz de La Palma —

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Era viernes, como en cualquier centro educativo, se respiraba ese aire agradable de terminar la semana, entre el agotamiento y la alegría para ser exactos. Sin lugar a dudas, el mejor momento para experimentar con el conocimiento emocional de nuestro interior y avanzar en la idea de que ellas, las emociones, son imprescindibles para todo el aprendizaje en nuestras vidas. La metodología o pedagogía, no sabemos muy bien aún la conceptualidad, 'Seroja', jamás realiza charlas sobre emociones, si no que abre las puertas de una fábrica de descubrimientos, es decir, provocar la emoción, permitir que la emoción se adentre y se desplace a los demás de forma natural, acorde a nuestro espacio-tiempo, nuestra personalidad y nuestra forma de entender y empatizar con los demás. Las charlas son aburridas, así nos dicen las alumnas y alumnos, están tremendamente desanimados, y nosotros también, por eso hay que innovar, hay que transformar y hay que ser valientes para ofrecer una perspectiva educativa de alta calidad. Y ahora viene lo emocionante de todo este escrito, y esta teoría que ya no es 'un tostón' si no que es real y práctica, con resultados a largo, medio, corto e inmediato plazo.

Este suceso transcurre un viernes, en el que el día anterior el aula había experimentado un choque de trenes de discusiones, falta de entendimiento, malos comportamientos, la no solidaridad, ni admiración ni aprecio entre el alumnado, ni siquiera a sus maestros, es decir, una clase que es preciosa aunque aún no lo saben, en un día malo, que es normal y perfectamente entendible como todo en la vida, ¿no? (nota mental: normalizar lo que parece un imposible, hacer posible lo que parece anormal).

Dos alumnas, desde ahora N y S, en esa clase de Unitaria perfecta que va desde tercero de primaria a sexto, que hasta ahora, hasta ese viernes, se habían convertido en el centro de atención del resto de sus compañeros y compañeras, y no desde lo positivo, si no generando un clima desordenado, desapacible, triste, rabioso, de impotencia, incluso de odio. N y S, no se pueden ni mirar a la cara y así llevan todo el curso. 'La peque' y 'la mayor' de la clase, qué casualidad. Estábamos casi seguros de que el epicentro de inseguridades, malos hábitos, comportamientos, actitudes, distorsión emocional, venían de otros caminos. Sin embargo, no dimos todo por finalizado. Tres sesiones bastaron para que apareciera la causa e inmediatamente después sabíamos qué hacer para que el efecto se revertiera hacia la belleza interior de N y S, que existía, pero donde también habían demasiadas compuertas cerradas para que el océano fluyera.

Y sucedió, salimos del aula después de un debate intenso y profundo, sin hacer nada más y nada menos que dialogar, al sol del mediodía, como en el viejo oeste, a resolver el problema en la tierra, pero sin armas, con muchísima ternura y amor, con ganas de saber qué ocurría, con intriga, con divertimento.

N y S se disponían, como el resto de la clase, a un ejercicio que se nos escapa muchas veces por la rapidez en la que estamos instalados en nuestras vidas, algo tan sencillo como mirarnos. Y así fue, unos frente a otros, incluidas las hermanas educativas pequeña y mayor, N y S.

No se pueden llegar a imaginar lo que allí ocurrió durante cinco minutos, era algo así como haber descubierto la posibilidad de la paz, de todas esas 'emociones charleras' que no se quedan ahí, en un proyector o en una pizarra, si no en la mirada imposible de dos personas que eran incapaces de observar más allá del odio, la enemistad, el caer mal.

Lloramos, lloramos de emociones al ver cómo esos ojos tan bonitos de N y S se derretían, literalmente, en un mundo que sólo ellas saben. La amistad en el amor y el amor en la amistad por primera vez, solo con mirarse. No apartaron los ojos ni un solo segundo ante la maravillosa perplejidad allí presente. N y S eran capaces de perdonarse, de encontrarse en algún punto del corazón y la vida, de saber con absoluta certeza de que era posible lo que parecía imposible. Ojos brillantes, que eran espejos de un cariño escondido imposible de medir. Se forjó en aquel instante de cinco minutos un vínculo irrompible y un al menos un comienzo de algo de bueno.

Cinco minutos, repetimos, cinco minutos mirándose, algo que realizamos tan poco, y que es tan absolutamente necesario.

Y los resultados inmediatos, a medio y largo plazo. Volvimos al aula, el clima se relajó, incluso había felicidad en el resto de la clase porque habían presenciado el fin del odio y el comienzo del amor, en vivo y en directo, y eso los convertía en un clase inolvidable para los restos de los tiempos.

N y S demostraron en cinco minutos que no se acabó el amor si no la prisa, esa frase en la que siempre insistimos y tan clave en nuestra forma de hacer.

La piel erizada, las lágrimas de emoción de un logro que era inalcanzable, la belleza de lo intrínseco, lo natural haciendo presencia en un lugar complejo de ser natural, pero sobre todo la salvación del interior de dos personas que eligieron libremente poner fin a todo lo malo, para dar paso a un mundo tan bonito que será muy difícil de escribir. Lo que estamos seguros es que lo hemos intentado, no sabemos si bien o mal, eso importa poco, al igual que ganar o perder. Aquí, el viernes, se alcanzó la cima, N y S alcanzaron la cima de una montaña que se negaban a subir. Las vistas les impresionaron tanto que se quedaron para siempre, mirándose el interior, cuidando al amor, en una historia difícil de olvidar.

Pablo Díaz Cobiella

Proyecto PROA+ CER Puntallana-Santa Cruz de La Palma