Espacio de opinión de La Palma Ahora
José Luis Rodríguez (Pepón, para los amigos)
¡Cuántos balones fuera! ¡Cuántos boliches perdidos por ese camino de piedras que baja de El Planto hasta La Encarnación y luego sigue al barranco y desemboca en el mar! ¡Cuántas peticiones sin respuesta! ¡Cuánta tristeza por no poder entender! ¡Y qué poco entendimos cuando de él se trataba! Porque José Luis era distinto y todos lo sabíamos. Ideaba embrollos surrealistas, inventaba pasajes imposibles, se sabía de memoria todos los ríos y montañas de España y no había equipo de fútbol que no tuviera cabida en su cabeza llena de pájaros extraordinarios. Era fuerte y valiente y nunca dudó a la hora de espantarnos ratones y telarañas que salieran a nuestro paso por esos canteros de plátanos. Resistente a las burlas, se construyó su propio laberinto para cruzar por él de parte a parte la ciudad narrando historias que imaginaba o había vivido de alguna forma dentro de su cabeza; recogiendo anécdotas, echando piropos a las muchachas que le gustaban, declarándose, incluso, a las que más le conmovían; devolviendo sonrisas a cambio de bromas y comentarios que no alcanzaba a reconocer como heridas.
Me imagino que paseará por el cielo contando chismes a los ángeles que a estas horas andarán medio aturdidos por los besos y las risas que sigue repartiendo allá arriba. Me lo imagino manchado con la savia de las plataneras; las mismas manchas que adornaban la camisa y los pantalones de su padre y de su abuelo; las mismas que adornaban su ropa de diario con las que iba y venía de los canteros a la madre y de la madre a la plaza, a la ermita y al medio mundo que recorría a diario con su imaginación y su poder para volar. Me imagino que a estas alturas habrá puesto la cabeza como un bombo a toda la corte divina y habrá invitado a Dios y a los apóstoles a partidos de fútbol en el Estadio “Virgen de Las Nieves”, que él era del Tenisca a muerte, cosa que ya están hartos de escuchar los distintos miembros del coro celestial. En resumen, me imagino que nos estará mirando desde ese paraíso que inventaron los hombres para el descanso eterno de las almas inocentes, mientras planea cualquier clase de travesura para hacernos reír una vez más.
Y, mientras tanto, nosotros, aquí abajo, seguiremos soñando con un mundo imposible lleno de personas como él, incapaces de hacer el menor daño; un mundo distinto al que habitamos poblado de seres humanos que inventan, juegan, pierden y ganan a diario las numerosas partidas que la sociedad propone para hacernos creer que sólo merecen permanecer en ella aquellos que la naturaleza dotó de mayor fuerza, mayor inteligencia y mejores condiciones para sobrevivir en la selva en que nos hemos convertido. Nosotros, que fuimos parte de su corazón y que aún seguimos vinculados a esa plaza, a esa ermita y a esas piedras que se deslizan cuesta abajo formando un universo que fue suyo un día, continuaremos soñando incansables en su felicidad y en la nuestra.
Elsa López
15 de enero 2016
¡Cuántos balones fuera! ¡Cuántos boliches perdidos por ese camino de piedras que baja de El Planto hasta La Encarnación y luego sigue al barranco y desemboca en el mar! ¡Cuántas peticiones sin respuesta! ¡Cuánta tristeza por no poder entender! ¡Y qué poco entendimos cuando de él se trataba! Porque José Luis era distinto y todos lo sabíamos. Ideaba embrollos surrealistas, inventaba pasajes imposibles, se sabía de memoria todos los ríos y montañas de España y no había equipo de fútbol que no tuviera cabida en su cabeza llena de pájaros extraordinarios. Era fuerte y valiente y nunca dudó a la hora de espantarnos ratones y telarañas que salieran a nuestro paso por esos canteros de plátanos. Resistente a las burlas, se construyó su propio laberinto para cruzar por él de parte a parte la ciudad narrando historias que imaginaba o había vivido de alguna forma dentro de su cabeza; recogiendo anécdotas, echando piropos a las muchachas que le gustaban, declarándose, incluso, a las que más le conmovían; devolviendo sonrisas a cambio de bromas y comentarios que no alcanzaba a reconocer como heridas.
Me imagino que paseará por el cielo contando chismes a los ángeles que a estas horas andarán medio aturdidos por los besos y las risas que sigue repartiendo allá arriba. Me lo imagino manchado con la savia de las plataneras; las mismas manchas que adornaban la camisa y los pantalones de su padre y de su abuelo; las mismas que adornaban su ropa de diario con las que iba y venía de los canteros a la madre y de la madre a la plaza, a la ermita y al medio mundo que recorría a diario con su imaginación y su poder para volar. Me imagino que a estas alturas habrá puesto la cabeza como un bombo a toda la corte divina y habrá invitado a Dios y a los apóstoles a partidos de fútbol en el Estadio “Virgen de Las Nieves”, que él era del Tenisca a muerte, cosa que ya están hartos de escuchar los distintos miembros del coro celestial. En resumen, me imagino que nos estará mirando desde ese paraíso que inventaron los hombres para el descanso eterno de las almas inocentes, mientras planea cualquier clase de travesura para hacernos reír una vez más.