Espacio de opinión de La Palma Ahora
Leocadio Ortega. Aproximaciones a ‘Prehistórica y otras banderas’
Las lágrimas provocan notas
cuando caen en las cuerdas por las que camino
para no caer en el océano para siempre.
(Chistian González Díaz, ‘Pescador de presa IX’)
Christian González Díaz (1) es un poeta chileno que vive y lucha por la paz. Este amigo y hermano sin querer ha quebrado en éste que escribe los conceptos que de poesía maldita se tenía (y no sólo él) desde su blog Poeta Bendito, donde no sólo busca el diálogo entre las culturas al paso que celebra el hecho mismo de la poesía, sino que afirma, o así lo interpreta quien comenta, que la poesía es un acto de humanidad. Compartir poesía como compartir el pan o los lugares de encuentro de cada pueblo es algo que hace inmenso al ser humano porque con ello se contribuye al equilibrio deseado de la persona y su entorno. El diálogo que se pide es extensible a todos los pueblos. Apunta la necesidad de intercambiar palabras, visiones, imágenes o sueños a través de la poesía para adquirir una conciencia más profunda y rodearla de un aura luminosa que permita la integración de las raíces y de sus transformaciones, creando una atmósfera encantada de unidad y paz. Se trata nada menos que de un Manifiesto de los poetas chilenos a la hermandad entre los pueblos de Chile y Bolivia, por supuesto extensible a todos los rincones del Planeta. Voces vírgenes de prejuicios, voces de la Poesía que pretenden cambiar las cosas y extraer aquello que se vuelve caos, pues el mundo refleja sólo una parte del valor de las palabras más allá de la vista humana, directo a su naturaleza. Y, sobre todo, me parece iluminador lo siguiente:
Desafiamos a la razón, para escuchar de manera cierta el estrechar de manos de estos pueblos, remontándonos al parto universal de la voz inmortal; amasando las tradiciones, los vocablos, las alegrías, las tristezas, los miedos, los rencores orígenes de un nuevo tiempo de paz que penetre la carne y encienda el alma en su plano superior. (2)
Música que el poeta Leocadio Ortega acaso escuchó en sus duermevelas y que de alguna manera quedó plasmada en el tejido de sus textos, en el efecto ulterior de su poesía. A estas alturas y, visto lo visto, parece una utopía pensar que la poesía es una manera de sembrar esa paz por todos los rincones donde pasa, independientemente de que el contenido que exprese sea más o menos accesible a la comprensión general, ya que la mente humana (es un hecho) funciona de forma muy diferente al sendero trazado y predeterminado por la tradición escolástica y eclesial, tan asentadas en nuestra memoria y en la patria común de la lengua. En este sentido, sería una puerilidad pensar que la poesía es una forma de liberación del espíritu, pues con esta idea se ha llegado a lo mismo que se quería abolir. El poeta no es un iluminado, ni un salvador, ni un redentor que asume todas las culpas de la humanidad para redimirla. No, la poesía es de este mundo, tiene cuerpo y respira. Y encontrar ese cuerpo es el único reto con el que se enfrenta el poeta, como tal. Un cuerpo físico de palabras con la misma incertidumbre y el mismo temblor que podría tener su carne, pero en este caso los verdaderos molinos de viento contra los que hay que luchar son los entretejidos en la tela del lenguaje. Lo mismo que las naves contra los elementos ¿Cuántos de estos llamados pôetes maudits no asumieron los riesgos que supone este desdoblamiento entre la realidad del lenguaje poético y su propia realidad física y vital? Sabían que tenían que enfrentarse a un sistema que les era adverso sólo por el hecho de querer transformar esa maquinaria lingüística alienante (o alienada), ese instrumento de dominio salvaguarda de unos valores tradicionales, que, de paso, también hicieron tambalear en lo que a su forma de vida y pensamiento libre se refiere. Realmente, sólo tenían que abrir la jaula para que el dulce pájaro de la expresión volara alto y no precisamente con aquellos esquemas que asfixiaban el Arte (no precisamente esquemas). Y lo consiguieron, pero de nuevo se utilizó el aparato clasificatorio para que todo volviera a quedar como siempre, reduciendo las inmensas fluctuaciones poéticas a formulas y estereotipos. De esta manera los poetas siguientes se transforman en simples adoradores de los muertos, sin pensar que aquéllos que realmente nos dejaron la puerta abierta para que pudiéramos mirar el horizonte no querían que sus yos particulares permanecieran en el recuerdo, sino que aquel mensaje que nos dejaron siguiera circulando y dialogando con el aire y con los desconciertos del futuro. No nos legaron ninguna certeza, siquiera nos pidieron que hiciéramos ningún acto de fe. Nos dejaron palabras fundacionales y la manera de liberarlas sabiendo el riesgo que corrían, sus naufragios, sus caídas al abismo. En resumen, no querían ser cadáveres exquisitos, no querían ser el mismo cadáver que ellos mismos habían enterrado.
Todo esto viene a propósito de la poesía de Leocadio Ortega. Todos sabemos de su vida, de su andadura por estos laberintos, que, aparentemente, no figura en la guía de usos y costumbres del héroe clásico. Tampoco en la del antihéroe. Algunas cosas sí que recuerdan posturas de Poe, Rimbaud y otros muchos autores. Quizás nos recuerde, dentro del ámbito de Canarias, a Antonio Bermejo, narrador del grupo fetasiano, fallecido en 1987, a los 61 años de edad, tras una fortuita caída que le produjo lesiones cerebrales y que llevaba una vida rayana en la mendicidad y la marginación, no exactamente autoimpuesta, a pesar de su apariencia de persona distante. Hecho curioso, unos seis años antes en el Congreso de Narrativa Canaria de 1981, los escritores María Isabel Guerra, Víctor Ramírez y Roberto Cabrera lo echaron en falta entre tantos novelistas y así lo manifestaron ante el público y la mirada expectante de Emilio Sánchez Ortiz que decía su ponencia en esos momentos. A esto habría que añadir la estela de defunciones de poetas jóvenes como Félix Francisco Casanova, Dulce Díaz Marrero, el casi desconocido José Luis Centurión, Eugenio Millet, Ernesto Delgado Baudet y, por supuesto, Leocadio Ortega, que desapareció sin más de este mundo, justo como preconizaba en sus poemas. La misma visión que César Vallejo, la misma que Félix Francisco y, sobre todo, la que tuvo la poeta Dulce Díaz Marrero, muerta un año después de Félix Francisco en accidente de circulación. Se quedó en coma unos días. “No pueden con los escalones/ maltrechos de mi cabeza, y/ mientras las olas se derriten/ en mares inoculados/ yo me sumerjo/ en el abismo del sueño”(3) dijo nuestra poeta, cuyo cuerpo se fue para siempre pero siempremente siempre, como dijo Leocadio Ortega en el que probablemente fuera su último poema, ‘Elementos de un naufragio’.
Cuántas veces me lo encontré en La Laguna durmiendo en las escaleras de La Normal o tomándose un café con leche en casa de la poeta Olga Rivero Jordán, en el Edificio Benito, sobre la librería Lemus. Allí siempre su tema de conversación era la poesía que se estaba desarrollando tras las aulas de las Facultades, aquéllas que ignoraban la vida y el momento vivido. También increpaba contra la poesía comprometida tan poblada de eslóganes que, según él, daño hacían a la expresión. Pocos poetas de ésta y la otra sección se escapaban de la criba, entre ellos Juan Gelman que por entonces empezaba a salir a la luz en la editorial Visor. Pero no había rabia en sus afirmaciones, sólo tristeza.
Si Leocadio Ortega no logró entender su propia vida o resolver el puzzle de añicos de su desencuentro con la misma, sí consiguió verse en su propia literatura, fueran versos, cartas personales, narraciones…De hecho, él era muy consciente de que su verdadera fuerza radicaba en su escritura, y así se entiende su recelo autocrítico y su irreverencia crítica hacia la literatura al uso. Su tristeza profunda, que penetraba en sus interlocutores como la niebla de las cumbres de la isla, se vertía paulatinamente y, después, se derramaban en los valles del recuerdo esos ojos chorbos con que él mismo describió a su interlocutora poesía.
Intentar desvelar por qué esa lucidez que a Leocadio Ortega le permitía hermanarse con la luz de las estrellas y alejarse de la luz del sol no es tarea de nadie. Quizás se sabía un extranjero como el personaje de Camus, o en alguna de sus vidas anteriores se había arrojado al Sena como Celan. Meras hipótesis: simplemente era Leocadio. Lo que sí se puede afirmar con seguridad es que él veía claramente cuál era su patria verdadera, su territorio, y quería fundarlo en ese mundo adverso que lo rodeaba, con todo el asombro, incertidumbre, ingenuidad que ello supone, y, por supuesto, siendo consecuente con los riesgos que implicaba su aventura: deshilvanar la madeja de la visión unívoca y polifémica de la realidad circundante, sabiendo que en ella estaban los añicos de su ser yo. Paralelamente, destejer el tejido del lenguaje para llegar a una suerte de alejamiento crítico de esa literatura trasunta de los hechos antes mencionados. Y, después, sobre los guiñapos de ese todo engañoso, sembrar. Dejar la semilla ahí. Aunque la banalidad se instaurara sobre el mundo, algún día habría de crecer un alto roble sobre el erial que el hombre había creado en la propia estratosfera del vivir.
II
Entrando en la obra de Leocadio Ortega, en su único poemario publicado Prehistórica y otras banderas (4) lo primero que me llamó la atención fue una cita de Óscar Hahn como apertura de la primera parte (‘Prehistórica’). Me resulta curioso que justo al recuperar este poemario (pues nunca lo tuve en mis manos como libro sino en voz del propio poeta, o en algunas publicaciones como la de ‘El Buey de las Estrellas’, que Roberto Cabrera publicó cuando nuestro poeta aún estaba en La Laguna) me encuentre con un autor como Óscar Hahn de gran actualidad que hace apenas unos meses recibió el prestigioso premio Pablo Neruda de Poesía Hispanoamericana. La diáspora chilena, tras el golpe de Pinochet en 1973, obligó al poeta a exiliarse a Estados Unidos, lugar donde aún reside e imparte su docencia en la Universidad de Iowa. El epígrafe citado es un pequeño poema titulado ‘Paisaje ocular:
Si tus miradas
salen a vagar por las noches
las mariposas negras huyen despavoridas
tales son los terrores que tu belleza disemina en sus alas
La elección de nuestro poeta canario no resulta nada casual y muestra, de hecho, un conocimiento de la poética del chileno hasta el punto de que todo el ‘Prehistórica’ subsiguiente parece dialogar con este paisaje ocular y le da pie a seguir su camino propio de invocación hacia un lenguaje “que viene desde atrás”, desde un tiempo anterior a la historia. Quizás su historia o intrahistoria individual que se hace colectiva en el texto:
Tú vienes desde atrás
de la prehistoria casi
y traes bajo el brazo
un cesto de mimbre
y un signo de súplicas
con olor a pan (p. 9 op.cit.)
En este primer acercamiento a la obra de Leocadio Ortega no me atrevería a establecer un paralelismo tajante con la poesía de Óscar Hahn, pero sí cabe hablar de un mutuo y profundo conocimiento de la composición poética que denota y connota un exilio interno, existencial y agónico del uno y externo del otro: cada cual con sus heridas. De ahí el alejamiento crítico de ambos poetas, con una declaración de vida bastante cínica por parte del chileno, según las palabras del poeta Juan Cameron en su artículo ‘Óscar Hahn: Apariciones profanas (4), y una mordacidad y sarcasmo en el canario. Dicen lo que ven, y lo hacen porque no hay un mayor sentido, al menos en este territorio, que impida callar.
Dice Óscar Galindo (6) refiriéndose a la poesía de Hahn que el registro literario y culterano de su poesía entra en relación con registros verbales de la realidad viva y circundante, pues Hahn ha sabido incorporar el lenguaje callejero del español de Chile. Lo específico, en este caso, es que no se inclina por la parodia, tan usual en los poetas contemporáneos, sino por la llamada ‘imitación diferencial’, esto es, un plantarse en medio de la calle del verso y escuchar las voces. Escucharlas y expresarlas, no en “crudo” precisamente, por más que lo parezca. Tampoco Leocadio Ortega cae en la trampa, y su imitación diferencial se basa no sólo en un extrañamiento del lenguaje poético habitual por estas orillas atlánticas, sino, como hemos visto, en el diálogo entre poéticas de ambas orillas. Poéticas del dolor y el desarraigo. Nada extraño, por tanto, que haga uso del lenguaje coloquial y que incluso parodie (con ese alejamiento) los esquemas de la poesía de protesta de los años 50 o de aquélla que se puso en boga tras la muerte del dictador en la época de la Transición. Tengamos en cuenta que el golpe de Pinochet y el consiguiente ascenso de los fascismos en Hispanoamérica, comenzó apenas cuatro años antes de la muerte de Franco, en un momento de ebullición social y de reorganización de la izquierda en España. Esta onda llega a Canarias, y no es de extrañar que los poetas canarios posaran su mirada atenta en poetas como Neruda, de Chile, y Juan Gelman, de Argentina, entre otros. Es decir en los poetas del exilio o los que de una manera u otra daban testimonio de las atrocidades perpetradas.
Y, como ejemplo, basten también algunos títulos de esta parte o sección, como el poema citado ‘Eres urgente ahora’, ‘Estado de sitio’ y ‘Pauta polar’ que podrían ser ejemplos de aquella poesía necesaria que en su momento preconizaban poetas españoles como Gabriel Celaya, incluso antes, desde Antología Cercada, cantaban Agustín Millares y otros poetas canarios bastiones de la protesta social y política. Títulos como ésos son las claves que Leocadio Ortega sitúa en su espacio poético para después darles la vuelta a esos moldes, si bien los poetas citados evolucionaron posteriormente hacia otros postulados más humanos y universales. En esos momentos, faltaba ese alejamiento de Juan Gelman, cuya lección nuestro poeta asimiló muy bien y la hizo más suya que nunca. De ahí ‘Prehistórica’ precisamente: un comenzar de nuevo: “eres entonces distinta/sin fondo ni desperdicio/nictálope cantora gestada a tientas…” Pedro Lezcano en su poema ‘Consejo de Paz’, si bien intenta vaciar de sentido el lenguaje administrativo-militar impuesto por la dictadura franquista, sólo consigue afianzar la urgencia del mensaje, pero no la eficacia poética:
Decretarán la nada entre los hombres
misteriosos contables. Pedro Lezcano (‘Consejo de paz’)
Es cierto, que en esos momentos, “nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno” como afirmara Gabriel Celaya en su célebre poema; pero, desde luego, esto no significaba sacrificar todo el material poético en pos de un fin social. Si no, observen cómo Leocadio Ortega sí consigue un efecto demoledor, desde lo más hondo de su espíritu a lo más circunstancial de su momento vivido. Repito: imitación diferencial (como establece Óscar Galindo) y alejamiento crítico (como prefiere Jorge Rodríguez Padrón):
Adjunto insisto en propaganda varia
para esos tus pequeños ojos chorbos
predispuestos a una lluvia
de inmensas vírgulas de alpaca
que entre tú y yo aceptamos
sin temores ni algazaras…
Leocadio Ortega, Prehistórica…
Resumiendo, Leocadio Ortega realiza una profunda revisión (como decía Pedro García Cabrera: sin bien saberlo, haciéndolo bien) no sólo de la poesía de protesta, sino incluso de las vanguardias y su renacer reivindicativo de los años 80. Respecto a la llamada ‘poética del silencio’ nuestro poeta muestra su radical oposición, si bien no ignora las raíces valentianas basadas en ese brote sarcástico que inunda, digamos, el antipoema ‘Presentación y memorial para un funeral’ (7). Su expresión poética y vital se enfrenta a la pretendida teleología que intentaba extrapolar los planteamientos lezamianos y unirlos a los de Pedro García Cabrera (‘El hombre en función del paisaje’) y Agustín Espinosa (‘Lancelot…’). Territorio para la crítica, pero no para la poesía que necesitaba encontrar su habitación. De ahí el exilio textual de Leocadio.
Precisamente, Domingo Pérez Minik ya había hablado de la necesidad de una revisión de las vanguardias cuando comenta en la edición facsímil que hizo Ángel Sánchez de ‘Gaceta de Arte’(8) que éstas dejan de serlo desde el momento que se suben al púlpito del templo. Incluso mucho antes, en ese momento de reivindicación de los poetas vanguardistas insulares, este pensador insustituible habla de un cansancio muy acusativo consecuencia de una historia entre aburrida y atropellada que es fácil detectar en todos sitios.
A todo esto habría que añadir la presencia del poeta argentino Oliverio Girondo, sobre todo de su obra En la masmédula, donde se desata el huracán destructivo aunque rigurosamente organizado que, como el erizo con que Derrida compara el poema, con sus púas enhiestas, erizadas, se muestra calculador e inadaptado, vulnerable y peligroso y cuando siente peligro se hace un ovillo en la autopista y se expone a un accidente fatal. Esto le ocurre a los poemas de este revelador libro de Girondo, tanto en las asociaciones fonéticas, la distorsión sintáctica, las asociaciones aparentemente ilógicas que responden a una suerte de yuxtaposición o plegamiento del sentido (9).
La mejor manera de observar esta afinidad de la poesía de Leocadio Ortega y Oliverio Girondo es entresacando ejemplos como los que siguen:
Se estiran trinan trizan los hibiscos
En julepe marabuto líneas rojas rectas manchas gamelan
Posterior énfasis concentra desobispa la textura (…) Leocadio Ortega, ‘Séptima Soca’, en Otras Banderas (1990).
No sólo
el fofo fondo
los ebrios lechos légamos
telúricos entre fanalestelúricos entre fanales
senos
y sus líquenesy sus líquenes
no sólo el solicroo
las prefugas
lo impar ido
el ahonde
el tacto incauto solo
Oliverio Girondo, En la masmédula (1953)
Hay que apuntar que quizás no sea tan profundo ese radicalismo en el poeta de La Palma; pero sí que responde a un mismo impulso de ruptura de la expresión, rompimiento para crear o, dicho de otra manera, para ahondar en su vértigo y al paso denunciar la vacuidad del lenguaje poético al uso. Si esta adscripción le viene a Leocadio de sus lecturas de Oliverio Girondo, o por la tradición de éste a través de la poesía de Juan Gelman, es un hecho que de momento no se puede determinar. Sólo cabe decir, me atrevería, que no se trata de una simple intuición de nuestro poeta y que tampoco le viene de su lectura de poetas insulares ni peninsulares.
III
Si bien el vanguardismo se caracteriza por su carácter fundacional que erradica la historia, el postmodernismo exacerba la recuperación del pasado y el juego de las rememoraciones críticas, es decir, de citas y parodias. Quizás Leocadio Ortega se encontraba en un lugar fronterizo, de la misma manera que su propia vida rutinaria, que lo obligaba a hacer comentarios escuetos ante las preguntas o sencillamente a callar. Quizás esto lo obligó de alguna manera a silenciar su expresión poética. Pero en ello sólo hay simples hipótesis que a nada conducen. Lo cierto es que no podemos clasificar su poesía como neovanguardista y tampoco como postmoderna, ni siquiera como un preámbulo de ésta última. Así lo quiso el poeta: que su poesía no fuera clasificada, ni su vida. No le quedó más remedio que ser un poeta maldito o bendito o como quiera llamárselo. El caso es que él, aunque no encontrara su territorio en la vida, si lo encontró en el poema. Como pocos poetas. Y cuando alguien encuentra esa suerte de piezas luminosas u oscuras, percibe que desde ahí puede dialogar, desde su silencio vital, con la Poesía. Quizás fuera Juan Gelman el centro de su diálogo, con el que se sentía más identificado. Al menos así lo manifestaba en sus pocas conversaciones. En esa cita que abre la segunda parte del poemario, ‘Otras Banderas’, Gelman dice que agosto se ha llevado las hortensias del brazo. Fue precisamente en agosto cuando los militares argentinos hicieron desaparecer a su nieto. ¿Acaso nuestro poeta palmero no vio morir a su abuelo trágicamente? No es que quiera hablar de la historia íntima de Leocadio Ortega, sino, al contrario, quiero establecer que este diálogo mencionado es íntimo, que muestra esa intimidad del hogar, y por ende profundamente poético. Intimismo que se refleja en la intertextualidad. El ejemplo más claro lo veo en el poema ‘Elementos de un naufragio’. Gelman dice en su poema “El juego en el que andamos”: Si me dieran a elegir, yo elegiría/esta salud de saber que estamos siempre enfermos. A lo que Leocadio Ortega le contesta: si alguien me lo hubiese preguntado a tiempo (…)/si yo lo llego a saber seguro que no me coge/ eso ni por asomo (10). Dice el recientemente fallecido Carlos Edmundo de Ory que un verdadero poema es una consumación de conocimiento y singularidad. Un sentido de lo sublime que, a veces, se emparenta con el dolor, el desasosiego, la locura… Hechos en los que el poema jamás se queda, pues tiene otros horizontes sin linderos. El poeta, como ser humano creador que es, lo sabe. Éste es el caso de Leocadio Ortega con sus dos mitades: la que oye y la que calla, la que piensa y la que explota, la que es recuerdo de lo que fue y la que es olvido, la que es lecho y la que es cansancio. La mitad que no puede pararse a pensar, a delimitar su capacidad de ser poeta, porque intuye que en ese momento deja de serlo y cae en el pozo más profundo de la página en blanco lo mismo que en el sinsentido y la mitad que siente añoranza de la misma vida. El poeta brasileño Ferreira Gullar, al que vengo parafraseando en estas líneas, diría que nadie intente complicar el arte porque es preciso simplicidad para hacerlo florecer.(11)
Porque mitad de mí es amor
y la otra mitad
también
* * *
NOTAS
1. Escritor, poeta, narrador y activista chileno. Especialista en ejecución de plataformas para el desarrollo de iniciativas económicas, sociales y vitales. Nace en octubre de 1974, en una ciudad para viajar desde ahí a todas las ciudades. Sus actividades literarias se han desarrollado en Chile y en países como Uruguay, Argentina, Alemania, España y Dinamarca. Destacan entre sus publicaciones: Imágenes Difusas en 1997; Imágenes Difusas - Difuse Vosterlungen Texto Bilingüe Español-Alemán en 1999; Del Amor, el Desamor, los Encuentros y las Fugas en el año 2005, su colección de Cuentos Infantiles La Lagartija Hija, 1997 – 2008, Poetas en la Ciudad, Editorial Caballo verde en el año 2009. Realizó trabajos literarios colectivos con el Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH, en el Rislinge High School de Dinamarca y con el Grupo de Jóvenes del MERCOSUR en Uruguay. Su particular estilo, lo convierten en una referencia poética obligada en el Chile Contemporáneo, marcado por un acento inminentemente contestatario, que busca la conciencia y no sólo la conciencia, el estado de plena conciencia.
2. Óscar Jordán, periódico Los tiempos, de Bolivia, noviembre de 2009. Entrevista al poeta chileno Christian González Díaz. Hay que destacar el hecho colectivo de la poesía que actualmente se está dando por toda Hispanoamérica frente al hecho del poeta que proclamaba esta colectividad. Entiéndase que con los medios y herramientas actuales como Internet lo primero es posible, con lo cual se transformaría en un medio de difusión en vez de un medio de dominio de masas.
3. Dulce Díaz Marrero, País Muevo, Editorial Baile del Sol, Santa Cruz de Tenerife.
4. Leocadio Ortega Hernández, Prehistóricas y otras banderas, Ediciones La Palma, Madrid, 1990.
5. Juan Cameron, “Óscar Hahn: Apariciones profanas”, en www.letras.s5, pagina chilena al servicio de la cultura dirigida por Luis Martínez.
6. Óscar Galindo, “La poesía de Óscar Hahn: los símbolos despavoridos” en web cit.
7. José Ángel Valente, “Presentación y memorial para un funeral”, en El fulgor (antología poética 1953-1996), con prólogo de Andrés Sánchez Robayna, ed. Galaxia Guttemberg.
8. Jorge Ariel Madrazo, “Oliverio Girondo: la transgresión perpetua” En la revista digital Letralia, secc, “Sala de Ensayo”, edición nº 65, Cagua, Venezuela, 1 de marzo de 1999.
9. Angel Sánchez, Gaceta de arte. Edición facsímil y comentada por el autor, Vice-Consejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias.
10. Leocadio Ortega, “Elementos de un naufragio”, en Poesía Canaria, El Vigía Editora, Santa Cruz de Tenerife, 2011. Prólogo y recopilación de Roberto Cabrera. Anteriormente, estaba publicado en El Buey de las Estrellas, de Roberto Cabrera y en el blog de Nicolás Melini La Mancha Literaria.